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Sara Mesa: «En muchos sitios una mujer sola es sospechosa. O tiene mal carácter o esconde algo»

La autora desmitifica el romanticismo y la vida en el campo en ‘Un amor’. Su última novela es un perturbador relato sobre las dinámicas de poder en nuestra intimidad y todo lo que no nos decimos pero resuena en bucle en nuestras cabezas.

Sara Mesa por Sonia Fraga (1) (1)
Sonia Fraga

No se confundan cuando Sara Mesa (Madrid, 1976) afirma que para ella fue «reparador» el confinamiento. «He escrito mucho, sí, porque unas condiciones de tiempo y falta de distracciones como esas no las había tenido en mi vida». Que ella lo viviera así no la exime de la amplitud de miras, empatía radical y contundencia que caracteriza su discurso, como cuando exhibió las fisuras y vergüenzas de la burocracia frente a las garantías sociales mínimas para la dignidad humana en Silencio Administrativo (Nuevos Cuadernos Anagrama, 2019) . «Soy consciente de que la mía ha sido una situación de privilegio», cuenta a través del correo electrónico. «Todo ese discurso bienpensante acerca del confinamiento, la poetización y embellecimiento de una situación que para la mayoría ha sido dramática, me pone enferma. Cada vez que me hablan de los beneficios de pasar más tiempo con la familia pienso en las mujeres encerradas con sus maltratadores, no puedo evitarlo. Nada obligatorio puede ser bueno y el confinamiento, no lo olvidemos, ha sido obligatorio».

Septiembre ha sido el mes en el que se publica Un Amor (Anagrama). Su última novela es mucho más que la historia de una traductora (Nat) que huye de la ciudad para alquilar una casa que se le cae, literalmente, a pedazos en una pedanía en medio de la nada. Aquí Mesa perfecciona ese tono cautivador y perturbador que la caracteriza. Un amor atrapa sin destensar el hilo y muestra a través de su afilada escritura las oscuras dinámicas de poder que establecemos en nuestra intimidad, qué significa ser y vivir como una mujer sola y precaria, las expectativas que proyectamos en los demás y todo lo que no nos decimos unos a otros. Especialmente cuando todo lo que nos podríamos haber dicho se queda resonando, una y otra vez, en bucle en nuestras cabezas.

Ahora que las ciudades se vacían frente a la pandemia, publicas una novela en la que la vida en el campo no es tan ideal ni bucólica como muchos idealizan en la era del teletrabajo.

Bueno, lo primero que tengo que decir es que esta novela fue escrita bastante antes de la pandemia, de modo que esta reflexión no podía estar en mi cabeza de ningún modo. En efecto, la vida en el entorno que describo, un entorno rural, no es nada bucólica, pero porque someto al escenario a la misma desmitificación que someto al resto de los elementos de la novela, como por ejemplo la palabra “amor”. Digamos que mi novela ocurre en el campo, pero no va sobre el campo ni pretende ser un retrato de la vida rural. Lo esencial de la historia sería trasladable a cualquier otra comunidad cerrada, como por ejemplo un bloque de vecinos en una ciudad.

¿Crees que es oportuna en el momento en el que estamos viviendo, esa narración de la huida hacia uno mismo alejada de la urbe?

Este tipo de huida debe ser interior, una forma de búsqueda. Si no, no es más que una mera sustitución de escenario. Da igual dónde vayamos cuando huimos si esta huida no va acompañada de una revolución íntima, un desaprendizaje. Como si aprendiéramos a hablar de nuevo (no en vano la protagonista se esfuerza en traducir otras lenguas). La huida, por cierto, es una constante en otros de mis libros, como en Cuatro por cuatro o en Cara de pan: los personajes siempre están huyendo de sí mismos y, paradójicamente, tratan de caminar hacia sí mismos.

En la novela, la protagonista (Nat) es una traductora que abandona la ciudad y tiene que lidiar con su nueva vida con bastante precariedad. Elige una pedanía, La Escapa, bajo el monte el Glauco, que no existe en realidad. ¿Te inspiró algún territorio en especial? ¿Por qué la emplazaste en un lugar tan abrupto?

Supongo que hay ahí muchos pedazos de paisajes del sur de España, una especie de collage de zonas que me han dejado impronta, en todo caso una decisión más intuitiva que racional. Necesitaba alrededor cierta limpieza escénica, pocos elementos, más que una descripción detallada del lugar donde ocurren las cosas. Pero no hay que olvidar que, aunque escrita en tercera persona, la novela está contada desde la perspectiva de la protagonista, así que ocurre esto tan literario de que su estado de ánimo –este sí abrupto y complicado- se proyecta en el paisaje. A veces es necesario tomar distancia para ver ciertas cosas… Las subidas al Glauco tienen quizá esa función, la de mirar desde lejos o echarse a un lado.

Nat se enfrenta a los arquetipos misóginos y condescendientes de los que la rodean desde su llegada a La Escapa. Desde la inicial imagen de debilidad por ser una joven urbanita sin experiencia a la construcción de la ‘loca’ que vive sola y aislada de todos, pero que es firme en sus creencias. ¿No hay salvación posible para la mujer que elige vivir sola sin ser tener que ser juzgada socialmente?

En general se juzga con dureza a quien se aparta de la corriente y elige o es abocado a un modo de vida diferente, pero mucho más a las mujeres, esto es innegable. Todavía en muchos sitios una mujer sola es sospechosa. O tiene mal carácter o esconde algo. O, en el mejor de los casos, es digna de compasión. No pretendía hablar de machismo explícitamente en la historia, pero el machismo aparece igual que amanece por las mañanas, impregnándolo todo. Sería impensable la misma historia escrita con los géneros cambiados: un inquilino, una casera, una vecina, etc.

La violencia sexual y los abusos vuelven a estar presentes.

Sí, el sexo se convierte en un modo de ejercer poder sobre el otro: el sexo como intercambio de favores, como compensación, como expiación y como venganza. También el sexo como firma de posesión sobre el otro. Todo esto aparece en la novela, es cierto. Sin embargo, la tensión que se desprende es en gran medida preliminar. Me atraía más recrear el estado de amenaza que la acción en sí. El miedo de las mujeres ante ciertas situaciones que parecen equívocas o ambiguas pero que no lo son. Esa respiración siempre alrededor, como un zumbido. Es lo que siente Nat cuando se queda a solas con su casero, desde el primer día y sin que, aparentemente, haya ocurrido nada denunciable. Esa zona de sombra de las que muchas veces nos dicen “¡son imaginaciones tuyas!”.

“Su habitación, un espacio privado que no la protege sino que, al revés, se ha vuelto contra ella para atacarla a traición”. La domesticidad, la habitación propia, es vista aquí como un reto que lleva a los límites de la protagonista.

Este pequeño espacio, el de la casa alquilada, es central en la novela. La idea de que el casero mantenga su llave, de que pueda entrar en cualquier momento, es tan perturbadora para Nat que le impide estar allí en paz ni un solo minuto. La casa además tiene goteras, no ofrece protección, es como una enemiga para ella. Según el psicoanálisis las casas nos representan a nosotros, a nuestra propia identidad y nuestro propio cuerpo. En este sentido la novela, creo, tiene un punto onírico muy fuerte, por eso no puede ser interpretada literalmente sino, si acaso, de un modo aproximativo. Si la historia significa algo, lo significa a la manera de un sueño, de una manera que opera en otra capa de conocimiento.

“Entre todas las interpretaciones posibles, Nat siempre escoge la peor”. El uso del lenguaje entre los personajes y la ausencia de éste en la intimidad es clave en la novela. Frases o gestos que se enquistan en el cerebro de la protagonista y que la llevan a un terreno límite en su propia cordura. 

Que Nat sea traductora, o más bien pretenda serlo, no es casual. Ella tiene dificultades para entender y para hacerse entender, incluso hablando la misma lengua que sus vecinos. Este obstáculo, casi parálisis, es constante en el libro. El contraste entre el lenguaje transparente y sencillo en que está escrita la novela y su contenido turbio y ambiguo subraya la inadecuación del lenguaje verbal en determinadas circunstancias. Por ejemplo, el libro no va de amor y sin embargo se titula Un amor porque amor es la palabra más manoseada del mundo. Si tuviese que hacer eso tan horrible, tan violento, de reducir esta novela a un solo tema como quien exprime un limón, no sería el amor, sino el lenguaje. 

Los prejuicios de Nat respecto a ese amor caen uno a uno. Todas las ventajas que pensaba que tenía a su favor, como la juventud, se convierten en inconvenientes según avanza su idealización. También lo que ella había querido proyectar en él como atractivo se derrumba mientras avanza la historia. ¿El ansia de proyectar lo que queremos en el otro es un ansia enferma?

Sí, y lo malo es que también proyectamos lo que en el fondo no queremos pero se ha sancionado socialmente como válido y deseable, como la noción de propiedad sentimental. Y desde ahí hacemos deducciones torcidas, erróneas. Toda la parte de los celos de Nat en la novela refleja esto. Ella siente celos cuando comprueba que sus ideas preconcebidas no se corresponden con la realidad. Entonces, piensa, algo está fallando: si cae una certeza, pueden caer todas. Estos razonamientos distorsionados son muy peligrosos.

 “Siente un calor entre sus piernas. Un calor que es mucho más mental que físico”. ¿Es mucho más peligroso ese calor mental que el físico? 

¡Es que mucho de lo que ocurre en la novela es mental! A mí lo que me interesa contar son precisamente esos mecanismos mentales que nos llevan a actuar de formas en apariencia extrañas o ilógicas. Quiero que los lectores se pregunten qué harían si estuviesen en las circunstancias en las que están los personajes, que también sientan ese “calor mental”, por así decirlo.

En Silencio administrativo relatabas las dificultades burocráticas para acceder a las ayudas del sistema. Mucha gente está recomendándola ahora que se empiezan a descubrir las dificultades del acceso al Ingreso mínimo Vital (IMV). ¿Cómo estás viviendo esta crisis? 

El IMV está resultando una medida totalmente decepcionante, llena de los mismos errores que ya se venían denunciando con las rentas mínimas: burocracia humillante e inoperante, dificultades y trabas, exclusión. Se puso una vez más en marcha la maquinaria mediática para que la población crea que existe “la paguita”, pero lo que hay es nada, prácticamente nada. Decenas de miles de personas en este país están comiendo de la basura y a estas personas se les pide que rellenen formularios por internet o que llamen a teléfonos de información con tarificación especial como el 901. Es una vergüenza. En muchos ayuntamientos los servicios sociales solo atienden telefónicamente por prevención ante el Covid, pero al parecer no hay ningún riesgo en comprar ropa en Primark o en ir a los toros. El problema es de raíz, dado que este tipo de ayudas están vinculadas al concepto de trabajo remunerado, a la producción, y no a la dignidad y libertad de las personas.

 ¿Te preocupa la segunda oleada? ¿Cambiarías de escenario en nuevo posible confinamiento?

Me preocupa mucho, sí, el mundo que se está dibujando tras esto y me da miedo que se reproduzcan y acrecienten los mismos errores de antes: más desigualdad, más pobreza y también más autoritarismo. La pandemia puede convertirse en la excusa perfecta para que entreguemos nuestra libertad en aras de la seguridad y esto no significa que yo crea en conspiraciones ni mucho menos. Pero es curioso que, a pesar de todas las guerras y el hambre, a pesar del cambio climático y los movimientos migratorios, nunca antes había oído apelar tanto a la solidaridad y la responsabilidad ciudadana como hasta ahora, así que mi instinto se pone alerta y desconfío de tanta supuesta buena voluntad planetaria en la lucha contra el virus. Me pregunto: ¿con qué autoridad le pedimos a los jóvenes que piensen en proteger a los ancianos si les hemos enseñado a pasar por delante de mendigos como si fueran invisibles?

 

 

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