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#premiosájarov: Stop Violencia contra mujeres, por Núria Ribó

No destilan odio, pero piden justicia. Son valientes que miran a la cámara

Violación mujeres
hernanzin.com

«Identifico a cada mujer violada con mi mujer, a cada madre violada con mi madre y a cada niña violada con mis hijas». Con estas palabras el Dr. Denis Mukwege, congolés, recibía en noviembre y en la sede del Parlamento Europeo de Estrasburgo, el Premio Sájarov a la libertad de conciencia. Un discurso contundente y conmovedor en el que denunció las violaciones de mujeres y su utilización como arma de guerra en la mayoría de los conflictos actuales. Guerras en las que los cuerpos de mujeres y niños se han convertido en «campo de batalla».

El Dr. Mukwege, víctima y testigo de la barbarie cotidiana que vive su país, la República Democrática del Congo, ha dirigido varios hospitales que los conflictos han destruido, aunque no le han impedido seguir adelante y con la mirada puesta en las mujeres que sufren las atrocidades de la guerra y que siguen llegando al Hospital Panzi en Bukawu con los genitales destrozados con palos, cristales y armas, después de haber sido violadas por los soldados del FDLR. Niños soldados reclutados desde la infancia y obligados a matar a otros niños y a violar a mujeres. Desde que el centro volvió a abrir en 1999, su equipo ha atendido a más de 40.000.

Todo esto que escribo se cuenta en el documental La guerra contra las mujeres, de Hernán Zin, resultado de tres años de rodaje en diez países de América Latina, África y Europa, que se proyectó en diciembre en la sede del Parlamento Europeo en Barcelona para conmemorar el Premio Sájarov 2014. Un relato desgarrador donde las víctimas hablan sin rabia. No destilan odio, pero piden justicia. Algunas miradas parecen congeladas en el tiempo, como si en su retina estuvieran las imágenes del horror sufrido. Son valientes que miran a cámara, a pesar de la vergüenza que sienten por miedo a la reacción de las sociedades. Unas lo dicen, otras no. Todas se preguntan: ¿por qué?

He visionado La guerra contra las mujeres por segunda vez antes de escribir este artículo. No quería que los fríos datos y cifras convirtieran este texto en un relato impactante, pero estadístico, como a veces sucede cuando cada semana se informa y se añaden nuevas víctimas a la lista de mujeres muertas por violencia de género en nuestro país.

Oír los comentarios me revuelve las tripas. No es ficción. Muchas de esas salvajadas sucedieron muy cerca. En pleno corazón de esta Europa civilizada. En Bosnia, entre 1992 y 1995, fueron violadas más de 40.000. Rahima cuenta su violación y su embarazo. Cerca está un joven alto y rubio, su hijo. «No tuve otra opción que darle mi apellido». La bosnia Bakira Hasecic, violada junto a un grupo de mujeres, muestra el edificio donde fue retenida. Dice que, de quedar embarazada, hubiera tirado su hijo al río y añade: «Qué difícil mirar y querer a un hijo que te recuerda lo peor de la vida». Bakira, mujer fuerte, se enfrenta a un vecino que se mantuvo impasible ante su secuestro en 1992. Su objetivo hoy es llevar a los tribunales a los serbios que durante la guerra violaron en los campos de concentración.

Algunas mujeres no han perdido la ilusión de tener hijos, como la congoleña Jane Mukuninwa, después de haberse sometido a ocho operaciones en el hospital del Dr. Mukwege. Son algunas historias de las miles ocurridas en Ruanda, Bosnia, Colombia, República Democrática del Congo o República Centroafricana. Como reconocen los expertos implicados en sus recuperaciones, la violación y el terror al que son sometidas son un ataque directo a sus límites físicos y mentales. Destruyéndolas, destruyen el tejido social y al resto de la sociedad.

Las mujeres hace tiempo que han empezado a denunciar en África y en Europa. No es fácil mirar atrás, pero tienen una base legal para hacerlo. El 22 de febrero de 2001, y por primera vez en la historia, el Tribunal Penal de la ex-Yugoslavia declaró que la violación es un crimen contra la humanidad y no prescribe. El proceso es costoso para la mayoría de ellas. Ahora son las organizaciones internacionales y los gobiernos del mundo los que deben exigir que se haga justicia.

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