Mudanza en Nueva York
Los estudios advierten que las mudanzas son una de las situaciones más estresantes a las que nos podemos enfrentar. Ocupan el puesto número tres del desastre, después de perder a un ser querido o sufrir un divorcio.
Los estudios advierten que las mudanzas son una de las situaciones más estresantes a las que nos podemos enfrentar. Ocupan el puesto número tres del desastre, después de perder a un ser querido o sufrir un divorcio y, aunque puede estar vinculado a un ilusionante cambio de etapa, el traslado de un hogar al siguiente también nos puede llevar a la deriva.
El verano pasado la vida se me hacía cuesta arriba mientras bregaba por los pasillos de Ikea y me preguntaba por el sentido de las cosas en las estaciones de tren. En ocasiones me veía a mí misma al borde de las lágrimas, en medio de una ciudad que ardía bajo el sol de agosto: buscando piso, moviendo cajas de mi antiguo apartamento en el norte de Manhattan, tratando de amueblar espacios imaginarios. Si alguien me preguntara por mi idea del infierno en la Tierra no dudaría en decir bien alto: Ikea en un fin de semana. Los pasillos laberínticos y la atmósfera cargada con sensación de casino, donde uno nunca sabe si es de día o de noche, si lleva unas horas o 10 años. Las interminables hileras de productos y diseños tramposos de habitaciones que llevan a la parálisis por análisis.
A pesar del simbolismo literario que asociamos con las mudanzas –el inicio de una nueva vida, un horizonte lleno de posibilidades– la realidad pocas veces está a la altura de las expectativas. Una mudanza nos obliga, entre otras cosas, a desprendernos de posesiones y no todos estamos dispuestos a ello. Con todo aquello que se marcha encerrado en enormes bolsas de basura, con los muebles que vendemos y abandonamos, soltamos también los recuerdos de lo que los acompañó: las personas con las que estuvimos, ese libro que al final no leímos. La propia palabra lo implica: la mudanza supone mutación, cambio.
Y entre piso y piso pasa también todo lo demás. Los primeros meses transitorios desempaquetando y abriendo cajas, como una especie de versión adulta y más aburrida de la mañana de Reyes. Igual que mucha gente se corta el pelo después de una ruptura, hay quien reordena su casas o pinta y redecora para tener la sensación de que las cosas cambian. El orden de los factores, en las mudanzas y en los pisos, puede alterar el resultado. En los ascensores gigantes de Ikea y derrotada en el metro tras visitar decenas de apartamentos me acordaba de una frase de Georges Perec que dice que «vivir es pasar de un espacio a otro sin golpearse». La novela más importante del autor se titula, precisamente, Las cosas. Las mudanzas tienen algo de materialización de esa transición mental, pasar de un espacio a otro, pero por desgracia en ellas los golpes, incluso los moratones, van incluidos.
La escritora y guionista Nora Ephron escribió un ensayo maravilloso llamado Moving On sobre la llegada y la salida de su querido apartamento en el edificio Apthorp en el Upper West Side, donde vivió muchos años. Cuando finalmente tuvo que dejar el piso por una subida desorbitada en el precio de su alquiler y trasladarse a uno mucho más pequeño, explica que se sintió liberada. Había vuelto a los básicos. Se había visto obligada a aceptar lo que ya no necesitaría, lo que ya había superado, la persona que había dejado de ser.
Ya instalada en mi nuevo apartamento en Brooklyn, en la otra punta de la ciudad, abro las cajas y valoro los objetos que decidí trasladar conmigo. Vuelvo a mirarlos y tiro algunos con cierta tristeza, porque ahora sé que es la única manera de hacer espacio a lo nuevo. Volver a empezar para volver a acumular. Hasta la siguiente mudanza.
* Leticia Vila-Sanjuán es editora y vive deseando que algún día su vida se parezca a una novela.
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