Los beneficios de tener fantasías sexuales
El sexo empieza en el cerebro. Representar obras eróticas, realistas o abstractas, para nosotros mismos, en nuestras cabezas, tiene múltiples beneficios.
Excepto casos honrosos que han pasado a la historia, el sexo que practica la mayoría de los mortales no es sino la punta del iceberg de lo que podrían, les gustaría o imaginan hacer. Probablemente la vida sexual sea una de esas parcelas en las que casi todos suspenderíamos siempre una asignatura, no llegaríamos nunca a matricularnos en ella o no acabaríamos de encontrar el profesor, suficientemente cualificado, que haga que merezca la pena asistir a sus clases. Hay tantas vallas que rodean a la idea del sexo y que pretenden, en muchos casos, ahogarlo –moralidad, frivolidad, peligro para la salud– que abatirlas a todas supondría una lucha continua. Inconscientemente, por tanto, elegimos una parcela acotada, en la que desarrollar nuestra actividad sexual y poner las propias reglas y límites a nuestro trozo de hielo flotante.
Si hiciéramos caso a Freud, que en una ocasión dijo que “una persona feliz nunca fantaseaba, solo una insatisfecha”, pondría punto final a este artículo y así seguiría los consejos de aquellos que me instan a escribir menos porque, dicen, en Internet nadie lee nada que pase de los 500 caracteres. Pero los estudios demuestran lo contrario, que las personas más activas sexualmente y más satisfechas con esta parcela de su existencia, son las que más fantasean al respecto. Es probable que las fantasías reemplacen a la realidad, y esto puede tener su lectura triste; pero también debemos dar gracias a la imaginación porque es la encargada de sostener la ilusión, nos entrena y nos prepara para un futuro mejor. Muchos supervivientes a los campos de concentración nazis se mantuvieron vivos gracias a la fantasía. La mayor parte del tiempo ellos no estaban allí. Estaban tomando un pastis en un café de Montparnasse o de picnic, un soleado día de verano, por la Selva Negra.
Son grandes maestras
Así como los atletas de élite practican la técnica de la visualización y se ven a ellos mismos llegando los primeros a la meta, es normal que los adolescentes, todavía vírgenes, se imaginen, con todo lujo de detalles, manteniendo relaciones sexuales o llevando a cabo determinadas prácticas. “Estudios científicos revelan que en el cerebro se activan las mismas áreas cuando haces algo que cuando imaginas hacerlo”, declara Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga y directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona, “además, cuanto más detalladas y precisas sean las fantasías mejor. Suponen un entrenamiento imaginario muy útil para poner en practica cuando llegue el momento”.
Generalmente la pornografía, con sus cualidades y defectos, es la profesora más popular entre los jóvenes e inexpertos, con una gran curiosidad por los asuntos de cama. Sin embargo, ésta nunca podrá sustituir a la imaginación. “En pacientes con eyaculación precoz utilizamos mucho las fantasías como herramientas en la terapia”, cuenta Molero, “Uno de los deberes que les ponemos es que se masturben y cuando están a punto de eyacular bajen la estimulación y vuelvan a empezar. La respuesta es diferente cuando utilizan un video porno o recurren a las fantasías. Generalmente con éstas últimas tardan más tiempo en acabar”.
Son el músculo del deseo
Así las definía José Luís García, sexólogo que trabaja en el servicio navarro de salud, en una entrevista a EFE Salud, con motivo del XII Congreso de la Sociedad Española de Contracepción, celebrado este año en San Sebastián. Y añadía que forman parte de la terapia a la hora de tratar la falta de deseo sexual recurrente. El cerebro es el órgano sexual por excelencia y un plan de erotización requiere empezar siempre por la cabeza. “Más que leer literatura erótica, cuando está muy bloqueado el deseo pedimos al paciente que escriba sus fantasías sexuales y que las lea en voz alta”, comenta Molero.
Todo el que se haya masturbado alguna vez sabrá también que el resultado satisfactorio depende, en un 50%, de su habilidad a la hora de estimular ciertas partes de su anatomía y, en el otro 50% restante, de su capacidad para recrear determinadas imágenes e historias en su mente, que contribuyan a la excitación. Hacerlo pensando en los cerros de Úbeda, en los cayos de Florida o en los castillos del Loira, no es lo mismo que fantaseando respecto a personajes o situaciones eróticas que nos estimulan. Muchos hombres y mujeres utilizan las fantasías para llegar al orgasmo, estén solos o acompañados. Pero además, según el libro Private Thoughts: Esploring the Power of Women’s Sexual Fantasies, de Wendy Maltz y Suzie Boss, donde se apuntan los múltiples beneficios de tener una mente calenturienta y creativa –como mejora de la autoestima o facilitar el orgasmo–, se añade uno de vital importancia en nuestros días. Las fantasías contribuyen a aliviar el estrés y la tensión, ya que como dicen estas autoras, “proporcionan un arma fácil y accesible que las mujeres pueden usar para relajarse o a escapar momentáneamente del estrés diario. Las fantasías pueden tener también un efecto calmante, similar al de la meditación, y no tienen porque implicar ningún tipo de estimulación física dirigida a la excitación a al orgasmo. Algunas mujeres las utilizan para combatir la ansiedad cuando esperan en la consulta del médico o cuando realizan vuelos de muchas horas. Muchas describen la función de la fantasía como una manera de tomarse un descanso en sus mentes, distraerse y viajar hacia pensamientos más placenteros. Fantasear no resuelve los problemas pero puede proporcionar un alivio a las preocupaciones diarias”.
No son buenas ni malas, son solo fantasías
¿Queríamos matar a nuestros hermanos cuando de pequeños le apuntábamos con una pistola de agua? La mayor parte de las veces no, era solo un juego que nunca nos llevó a plantearnos si éramos asesinos en potencia. Con la fantasías ocurre lo mismo, aunque desgraciadamente muchas personas en la edad adulta se preguntan si el hecho de que en un momento dado le gusten unos buenos azotes, significará que uno es masoquista; o si fantasear con que alguien nos asalte en la calle y nos meta en un portal con fines sexuales, se traduce necesariamente en que vamos por la vida pidiendo guerra.
“Se trata de un terreno como el de los sueños, en los que la lógica y la moral no tienen cabida”, comenta Francisca Molero con respecto a este tipo de ensoñaciones. “Lo único que importa es que cumplan su función de excitarnos. Es muy normal que la gente tenga fantasías que hablen de acostarse con un miembro del sexo opuesto, de dominación, sumisión… Intentar buscarle el sentido o querer ver que, en el fondo, ese es nuestro más profundo deseo es algo totalmente equivocado. Reprimir nuestras fantasías no es nada aconsejable y puede derivar, incluso, en un trastorno sexual. Recuerdo el caso de una paciente de 40 años, una mujer muy inteligente y válida profesionalmente, que se excitaba pensando que mantenía relaciones con hombres muy mayores. Por alguna razón debía pensar que aquello no era muy apropiado y empezó a censurar su fantasía, hasta que esto le creó una pérdida de interés en el sexo”.
En este terreno deberíamos darnos permiso para dejar de ser nosotras mismas por algún tiempo y jugar a ser otra: una ninfómana volcada exclusivamente en la lujuria, una mujer recatada que descubre el sexo por primera vez en un sucio vagón de tren, una ejecutiva que se distrae en el vuelo París-Los Ángeles con su compañero de asiento, al amparo de la oscuridad y las mantas, cuando todos duermen. Elijan a su gusto. En la imaginación todavía no hay reglas, límites, censura, IVA ni RPF, aunque el gobierno está estudiando minuciosamente un plan para implantar todas estas medidas, pensando, por supuesto, en nuestra propia seguridad.
Si la creatividad no es lo suyo o la tienen un poco oxidada el libro de Guillermina Burgos, Fantasías eróticas solo para nosotras (Marge Books), es un recetario de sueños a los que echar mano cuando las ideas faltan. Un programa de 69 sesiones para ampliar el repertorio y secciones como “Imagina que…” en la que se plantea el desencadenante de una fantasía y la historia queda abierta para que la lectora ponga su cabeza a funcionar.
No hay que compartirlas ni llevarlas a cabo, si no queremos
Pensar que debemos contar todas nuestras fantasías a la pareja, que no podemos utilizarlas cuando estamos con él/ella, y que si existen es porque esperan poder materializarse algún día, es ir en busca de los problemas y, generalmente, estos vienen ya solos. Un artículo del diario inglés The Independent, titulado How common is your sexual fantasy?, recoge un estudio que se hizo al respecto en la Universidad de Montreal, entre 1517 participantes, de los cuales el 85, 1% eran heterosexuales, el 3,6 % eran homosexuales y el resto tenía preferencias sexuales no definidas. Curiosamente, la fantasía sexual más común en hombres y mujeres es la de sentir emociones románticas durante el encuentro sexual, seguida del sexo oral y de montárselo en lugares poco habituales. Pero además, el estudio revela una diferencia entre sexos: la mayor parte de las mujeres no quieren hacer realidad sus fantasías, mientras que la mayoría de los hombres si. Fantasía y deseo son dos términos que a veces se confunden pero que Valérie Tasso diferencia en su libro Antimanual de sexo (Temas de hoy). “Cuando nos preguntamos: “¿Qué me apetece hacer?”, responde nuestro deseo. Cuando nos peguntamos: “¿Qué soy capaz de imaginar?”. Responde nuestra fantasía”. Y continúa más adelante, “la fantasía es el mapamundi de nuestro imaginario y en su labor de redacción, no se somete a código moral alguno, por lo que rebusca sin miramientos en la caja de los miedos y saca al teatrillo, cuando le apetece, a los fantasmas; a los actores de la fantasía. La fantasía sabe que se lo puede permitir, porque su obra nunca va a ser representada. El deseo erótico excita, mientras que la fantasía erótica “propone” que nos excitemos. Por tanto, el deseo sexual es realizable a poco que las circunstancias de nuestra vida lo permitan. Tiene nuestra aprobación moral y nuestro ánimo. La fantasía sexual nunca es realizable, si de nosotros depende, y ni siquiera es muchas veces “confesable”. Para realizar una fantasía, ésta debería haberse convertido en deseo y, por tanto, ya no sería una fantasía”.
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