Lore Koch, la paradoja entre lo sofisticado y lo sencillo
Una exposición en la Fundación Fernando de Castro de Madrid, organizada por la galería madrileña Travesía Cuatro, reivindica su obra.
La familia de Eleonore Lore Koch, como tantas otras, huyó de la Alemania nazi para instalarse en Brasil. Hija de un abogado y de la psicoanalista judía Adelheid Lucy Koch, pionera que fundó en São Paulo la Sociedad Brasileña del Psicoanálisis, Lore Koch nació en Berlín en 1926, donde vivió hasta 1936, cuando Hitler ya llevaba tres años en el poder y los judíos alemanes empezaban a sentir la amenaza de un terrible destino. Lore Koch creció con la herida del desarraigo y su obra —luminosa, aunque sujeta a una extraña melancolía que se cuela sin remedio por sus naturalezas muertas, sus solitarios paisajes, sus objetos y sus preciosos y exactos colores— se sitúa en un no lugar. Se trata de una estética tan brasileña como de esa Europa perdida cuyo sentimiento de derrota cristalizó con el suicido en otra ciudad de Brasil, Petrópolis, de Stefan Zweig, quien, como los Koch, huyó “del nacionalismo que envenena la flor de nuestra cultura europea”.
La pintura de Koch, estrechamente unida a la de su maestro, el artista modernista brasileño Alfredo Volpi, encierra la paradoja de ser a la vez tan sofisticada como austera y sencilla. Tan abierta al espacio como ensimismada. Una obra enigmática y lírica, en apariencia a contracorriente del entonces predominante Movimiento Concreto porque osaba reivindicar lo doméstico. Según el crítico Paulo Venancio Filho, se trata del resultado de “un viaje solitario, único y extraño”; una obra heredera del destierro y de una vida de inmigrante que no lo fue tanto: “[Era] una exiliada, pero también una brasileña, que comprendió, como pocos, que la pintura era su verdadero hogar”, añade en el libro de referencia, que el editor Charles Cosac dedicó a la obra de Koch en 2013.
Ese simbólico hogar en ninguna parte es al que ahora podemos asomarnos en una exposición en la Fundación Fernando de Castro de Madrid, organizada por la galería madrileña Travesía Cuatro en coproducción con Almeida & Dal, de São Paulo. En la exposición hay sillas al borde de un acantilado, espacios abiertos y solitarios, mares y lagos, caballetes abandonados, mesas con las cartas ya echadas y macetas con vibrantes flores.
La figura de Koch está unida a grandes nombres del arte brasileño, como Yolanda Mohaly o Bruno Giorgi, pero también al crítico Theon Spanudis, que fue quien la presentó a Volpi mientras ella trabajaba como secretaria del ensayista y científico Mário Schenberg. Koch volvió en los años cincuenta a Europa, concretamente, para estudiar arte en París.
Participó en dos ediciones de la Bienal de São Paulo, la de 1959 y la de 1967, pero justo después de esta última se instaló en Londres durante casi 20 años gracias al apoyo de la Mercury Gallery y del coleccionista Alistair McAlpine, quien le permitió vivir de su arte. Fallecida en 2018 a los 92 años en São Paulo, su figura ya empezaba a ser por aquel entonces seriamente reivindicada como una de esas inclasificables y grandiosas flores crecidas entre el amanecer y el ocaso de un nuevo mundo y otro devastado. La exposición que ahora se inaugura permitirá que esos dos mundos converjan en Madrid.
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