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Liv Ullmann: «Me han hecho sentir de menos muchas veces por ser mujer»

A sus 84 años, la actriz sigue negando su estatus de leyenda viva del cine. Pero aún abraza la relación más importante de su carrera: la que tuvo con Ingmar Bergman.

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Teddy TV / Vardo Films

Para la joven Liv Ullmann, la que empezó a actuar en el cine con 20 y se marchó a probar suerte en Hollywood a los 30, Greta Garbo era la máxima estrella. El referente. La leyenda. Para la Liv Ullmann, de hoy, de 84 años, con una carrera como actriz y cineasta de casi siete décadas, Greta Garbo sigue siendo la estrella, la leyenda, el mito. “Yo no soy una leyenda. Punto”, dice casi incómoda, pero siempre sonriente, sentada en un hotel de Cannes, donde el pasado mes de mayo presentaba un documental sobre ella: Liv Ullmann: El camino menos transitado (estreno en España el 25 de julio en el Atlàntida Mallorca Film Fest y la plataforma Filmin). Una película y un recibimiento en el festival francés que contradicen sus palabras: Liv Ullmann es historia y leyenda viva del cine mundial. “No”, repite, ahora algo más cortante. “Nunca seré Greta Garbo”.

La fama siempre incomodó a esta mujer de profunda mirada azul. “Sus ojos, mirando siempre el mundo, la hacen especial”, explica Cate Blanchett en el documental —y junto a ella, otros amigos célebres, como Jessica Chastain, John Lithgow, Jeremy Irons o Pernilla August—. En los años sesenta y gracias a su relación personal y profesional con Ingmar Bergman (después de Persona o La pasión de Ana), Liv Ullmann se convirtió en una estrella que Hollywood fue a buscar enseguida. Y ella, necesitada de alejarse un poco del director, se marchó con la hija de ambos y se dejó querer por aquella industria, pero marcando su distancia. “Recuerdo que un productor americano me dijo: ‘Tendrías que cortarte el pelo, vestir diferente, maquillarte’. Y yo le contesté: ‘Soy noruega, yo no me maquillo”, recuerda divertida. “Y, en cambio, mírame ahora: soy un maquillaje andante”, se ríe.

Liv Ullmann e Ingmar Bergman en el rodaje de Sonata de otoño (1978). Para entonces, llevaban años separados como pareja romántica. Ullmann había pasado ya por Hollywood y había triunfado en Broadway. En América era una estrella, pero siempre podía volver a Noruega, donde no lo era. “Es una suerte no ser famosa”, dice.
Liv Ullmann e Ingmar Bergman en el rodaje de Sonata de otoño (1978). Para entonces, llevaban años separados como pareja romántica. Ullmann había pasado ya por Hollywood y había triunfado en Broadway. En América era una estrella, pero siempre podía volver a Noruega, donde no lo era. “Es una suerte no ser famosa”, dice.Cordon Press

Relacionada toda su vida con Bergman y su cine, ha estado rodeada de un aura de seriedad, de tristeza e intensidad con la que Ullmann no se siente nada identificada. Su sentido del humor es lo primero que destacan los que la conocen de cerca. “He sido capaz de ver el humor y la parte amable a todas las tragedias o problemas de mi vida”, admite, y cuenta que Bergman también era divertido, “como un niño”. Pero esta cualidad solo la muestra en las distancias cortas. “Soy tímida, tan tímida que me enfado conmigo misma”.

Aunque la culpa final de esa ira, dice, recae en una educación y sociedad que arrinconan a las mujeres. En el documental cuenta anécdotas como el día en que, siendo la directora de Miss Julie (2014), empezaron el rodaje sin ella. “Eso no se lo harían a un hombre, creo. Me han hecho sentir de menos muchas veces por ser mujer”, afirma. “Pero por suerte y por méritos, llegas a una posición en la que te escuchan y tienes algo de poder; ahí empecé a hablar de todas estas injusticias por todas las mujeres que no tenían la misma oportunidad”, cuenta. E insiste en que su lazo con Bergman nunca la hizo sentir de menos, “ni fue una carga”. “Siempre estaremos dolorosamente conectados”, le dijo él. Y lo estuvieron. Salvo durante un año, cuando él se enfadó porque ella rechazó el papel de Fanny y Alexander. “Se puso muy dramático, pero yo quería demostrarle mi independencia, necesitaba distanciarme. Luego nos reconciliamos y cuando me enseñó la película, lloré. ¿Me habría gustado hacerla? Hoy puedo decir que sí, que quizá me equivoqué y me arrepiento”, confiesa. Estuvo cerca de Bergman hasta el final y hoy sigue solo recordando lo bueno, como la casa de Fårö. “Mis mejores recuerdos son en ella”. La pregunta es inevitable entonces, al llegar al final de la entrevista. “¿Ha visto Bergman Island, de Mia Hansen-Love, una reflexión sobre ellos en aquella isla mientras creaban Secretos de un matrimonio? “No la he visto, ni conozco a la directora, ni he visto nada relacionado con esa película, pero en esa casa fuimos felices, fue nuestra casa”.

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