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El secreto de Martín Lamothe

Elena Martín es el cerebro que se esconde tras esta firma unisex. Una marca de culto que conquista Japón, EE UU, Europa y, ahora, España. Su piso de Barcelona es su refugio, un hogar en el que vive rodeada de arte contemporáneo.

Martín Lamothe

El hostal para militares, junto al cuartel de Sant Agustí, es el lugar en el que Elena Martín, directora creativa de Martín Lamothe, encontró el que iba a ser su nuevo hogar. «Estaba cuarteado, tenía un montón de habitaciones y era lúgubre. Un escenario para ponerse a llorar», recuerda. Hoy, el antiguo cuartel, muy próximo al barrio del Borne, es un flamante edificio rehabilitado que alberga el Museo del Chocolate.

La reforma de la vivienda es obra del arquitecto Hans-Georg Kaiser, un buen amigo. «Me conoce mejor que yo misma», confiesa. «Le pedí que hiciera una cocina grande y abierta al salón. Entonces me dijo: “Tú no cocinas, olvídate”. Y tenía toda la razón». La nueva planta es un loft circular en el que los espacios –que se abren y se cierran mediante puertas correderas– son simétricos. «Podemos cambiarlo todo y, de hecho, lo hacemos con frecuencia. No hay nada empotrado, ni los armarios del vestidor», afirma. Ella siempre ha vivido en casas con las paredes vacías y el suelo lleno de cosas, pero esta es la primera que comparte con su marido, Eduardo. «Eso me hace ser más ordenada». Los servicios –baños y cocina– se sitúan en un primer círculo alrededor del patio central. En un segundo radio están el dormitorio, el comedor, la sala y el estudio. «No suelo trabajar en casa, pero, a veces, necesito encerrarme».

La razón creativa. Park Life es el nombre de su colección otoño-invierno 2012/2013. «La presenté en la Mercedes-Benz Fashion Week de Madrid y está basada en esa necesidad del hombre de tener bajo sus pies un trozo de tierra, aunque sea urbanizada». Su tela estrella es una clásica red que normalmente se utiliza en jardinería. «Con la mezcla de ese nailon y el cachemir he logrado un estupendo tejido de doble faz. Es innovador por fuera y cálido por dentro. También utilizo otros plásticos que mezclo con sedas y lanas». Los motivos de la estampación son arquitectónicos. «Como formando parte de la arquitectura del jardín». Todo ello con el barniz pop, uno de sus sellos de identidad.

Los primeros patrones. Su abuela era modista y Elena pasó mucho tiempo a su lado cortándole las telas. «De niña no recuerdo otra cosa más que desear ser diseñadora. Dibujaba bien y a los cinco años empecé con caras y objetos. Con solo siete ya hacía figurines». Pero, aunque ella insistió mucho, su abuela nunca le enseñó a coser. «Pensaba que el trabajo manual era toda una desgracia».

Cuando tenía 16 años, Gianni Versace ocupaba su podio de referentes. Más tarde fueron Galliano, McQueen y Westwood sus tres mosqueteros. «Para mi generación, John Galliano lo revolucionó todo. Fue el primero que desde Londres puso París patas arriba», asegura. La diseñadora persistió en su empeño y cursó Historia del Arte en la Universidad de Barcelona, Moda en la EATM y un máster en la Central St. Martins de Londres. En esta ciudad vivió un tiempo. Allí trabajó como asistente de sus admirados Westwood y McQueen. A los 25 años asumió la dirección artística de Miró Jeans y en 2007, con 27 años, fundó Martín Lamothe.

Lo suyo es el concepto global. «Hay quien decide hacer plisados y acondiciona su modelaje a esa técnica; yo prefiero trabajar sobre conceptos políticos o sociales. Mi verdadero problema es encontrar o crear tejidos que se correspondan con esa sensación. Trabajo con hiladores y busco rarezas que se puedan manipular, involucro al tejedor para experimentar, por lo que no negociamos cantidades, sino que hablamos de experiencias. Los tejedores agradecen la investigación que les brindo. Y les pago, claro». Cada colección tiene unos tejidos base y otros especiales. «Es difícil acertar a la primera, hay mucho de experimental, así que puede haber errores». Con el agravante de que Martín Lamothe es una firma de prêt-à-porter que contempla el vestuario completo. «¡Es una ruina!», apunta. «Cuando decidí crear mi marca aposté por seguir mi instinto. El día que me vuelva una autómata, lo dejo y trabajo para alguien. Así, al menos, cobraré cada mes».

La maleta, su compañera de viaje. Sus colaboraciones con artistas como Lusesita, en la colección Pop Up the Volume, le han valido su fama de arriesgada e innovadora. Un estilo que entendieron pronto en Berlín, París o Londres y, ahora, también en España. «En casa tengo algunas de las obras de las que parten mis colecciones», afirma al referirse a las litografías de Marcel Dazma que inspiraron Mud Eaters. Tiene una buena colección de videoarte, pero esta casa es territorio del diseño y del arte plástico. «Un creador sin cultura no puede dar nada. Los profesionales que me interesan son gente con muchas inquietudes, devoran libros y experiencias. Ahora que doy clases veo a personas que hacen moda porque les gusta comprar. ¡Qué error! A quien le guste comprar, que no haga moda, sino algo que dé dinero».

Cada una de las obras expuestas en su vivienda tiene una historia diferente que Elena cuenta con pasión. Como la que los llevó a cruzar el océano. «Eduardo y yo hicimos un viaje a California e investigamos sobre la New Image Art Gallery. Llamamos a su propietaria, Marshia, y quedamos con ella. Quizá pensó que éramos unos ricachones europeos. Cuando le dijimos que teníamos un presupuesto de 2.000 euros le hizo tanta gracia que nos dejó estar toda la noche en su archivo. Nos dio un auténtico art attack. Compramos lo que pudimos, como un pequeño óleo de Clare Rojas», recuerda con una sonrisa. Libros de arte de segunda mano adquiridos en San Francisco y mobiliario vintage de autor –como la chaise longue de Mies van der Rohe o la lámpara de Jean Prouvé­– forman parte de su atractivo y exquisito gusto decorativo. Para dormir, un tatami: «Es lo mejor, en él siento que descanso sobre un campo de trigo».

Litografías de Marcel Dazma y lámpara de un mercadillo de Berlín. Sobre la mesa de Ox, cuenco adquirido en la rue St. Honoré de París. Sillas de los Eames.

Germán Sáiz

Sobre la mesa de Antique Antiques, lámpara heredada, matrioskas y lienzo de W Workshop. En la pared, cuadro de New Image Art Gallery y rombo de Against.

Germán Sáiz

Baño revestido en pizarra en el que destaca una obra de Boris Hoppek junto con revistas y objetos antiguos, como la radio. Sobre la repisa, recuerdos traídos de México, país adonde viaja con frecuencia.

Germán Sáiz

Butaca de Habitat y lámpara de Gotham. La tela de la pared la utilizan en Turquía como cortina de cuna. Sobre el pedestal, obra de Jaime Hayón para Lladró. A su lado, pañuelo pintado a mano de 1919.

Germán Sáiz

En la librería, colección de vinilos. Sofá portugués de Zerodois, mesa de palisandro y alfombra de Anatolia. En la pared de la derecha, foto de Hugo de la Rosa. A la izquierda, cuadros de Clare Rojas.

Germán Sáiz

En el dormitorio, tatami y futón de Ikiru; cuadro de Sergio Mora y lámpara globo de los 50 de Against. Sobre las mesillas de noche, lámparas Tolomeo de Artemide.

Germán Sáiz

En el despacho, litografía de Shepard Fairey, mesa con pie vintage, silla de eBay y cajonera de Última Parada.

Germán Sáiz

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