El Gran Wyoming: “Ser ama de casa me impide hacer muchas extravagancias”
Triunfa en la tele, recorre el país de bar en bar tocando ‘rock & roll’ e, intoxicado por la política, se ha convertido en un líder de opinión. ¿Su secreto? Una, dice, absoluta falta de ambición.
Viene sin tirantes, con camisa de cowboy, las canas apagadas sin gomina y sus ojos claros y enormes de niño travieso abiertos como platos. Al Gran Wyoming (José Miguel Monzón, Madrid, 1955) se le alarga la política en el discurso y sonríe amigable, aunque se prepara para ser el objetivo de las bromas de sus colegas más televisivos en el roast que le dedica el canal Comedy Central (se emite el 12 de julio), un formato televisivo en el que un famoso se somete a escrutinio público e irónico. Como si a él le hicieran un Intermedio, vamos.
Como doctor, ¿qué diagnóstico hace de José Miguel Monzón?
Razonablemente bueno. Para la vida que he llevado y la edad que tengo, estoy cojonudo. Acabo de cumplir 60 años y voy con una banda de rock & roll. Si hubiera podido, me hubiese dedicado solo a la música, pero no lo logré por falta de condiciones. He triunfado mucho en la vida por no tener ambiciones.
Se presta a que lo despellejen sus amigos. ¿No tenía suficiente con varios periódicos y televisiones y una legión de tertulianos?
Es que esto lo hacen grandes figuras. Y frente a lo otro, donde la gente toma partido, aquí es espectáculo.
Póngaselo fácil, confiese sus debilidades.
Lo fundamental es que soy el tío más vago del planeta. Lo que pasa es que he hecho muchas cosas, porque ser vago no significa no hacer nada, sino sufrir cuando lo estás haciendo.
Decía el periodista David Frost que la televisión permite que te entretenga en tu salón gente a la que nunca invitarías a casa.
Por supuesto. Es más, a veces uno tiene como modelo televisivo a personajes que te hacen sentir mejor persona. En la tele sale muchísima chusma, en el peor sentido de la palabra. Pero los ves porque al hacerlo piensas: pero si yo soy listo, yo soy honrado, yo soy educado…
Se ha ido a meter más en política ahora que no se trinca. ¿Le ha faltado un buen asesor?
Yo nunca he querido meterme en política. Soy solo un testigo. Pero me ocurre como a los psicólogos, que están continuamente psicoanalizándose. Estoy intoxicado por la política y tengo un discurso que es como una monomanía que ni siquiera yo decido. Mi novia a veces me manda callar, porque hablo demasiado.
Le vemos a diario con tirantes, pero lo suyo son los estampados y las camisas de vaquero. ¿Qué no falta en su fondo de armario?
Ese es mi fondo de armario. No soy proclive a las tendencias, aunque la gente te machaca cuando no vas a la moda. Con una camisa vaquera me han dicho literalmente: «Reconoce que es absurdo llevar esa camisa». También me han gustado siempre las camisas tropicales, que ahora están de moda, lo cual agradezco, porque paso más desapercibido.
¿Le pone ser influyente?
No soy influyente. La gente es receptiva, que es distinto. Es muy difícil influir en la opinión de las personas. Somos más tercos de lo que creemos.
¿Cuál es su mayor extravagancia?
Soy ama de casa, y eso me impide hacer muchas extravagancias, es algo que te vuelve muy terrenal y te quita muchas gilipolleces.
Sin extravagancia, ¿de qué le sirve ser millonario, como presume?
Para comprar mi tiempo. Hay gente que entiende que el dinero es una meta. Para mí es un medio que me permite hacer lo que me da la gana.
Dado que tiene un nombre que ocupa como un Estado, dígame por favor un titular bueno y corto.
«Qué gran persona». Corrígelo si quieres. Pero sí, me considero una buena persona.
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