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#CorrupciónOrganismoNocivo, por Núria Ribó

Es tiempo de reflexión: de conjugar el verbo del diálogo y el del pacto

ribo
Cordon Press

«La corrupción es un estado de ánimo que se ha implantado en la Administración». Así de contundente se pronuncia Josep Canal, fundador del Observatorio Ciudadano Municipal, OCM/Girona, en el documental Corrupción: el organismo nocivo.

«La corrupción no es nada nuevo, pero sí lo son sus magnitudes y sus consecuencias globales», escribía Moisés Naím en El País el pasado 26 de abril.

«En España, muchos políticos imputados socavan la línea roja de la corrupción», Raphael Minder, The New York Times (23/05).

Me levanto y me acuesto con noticias referentes a la corrupción. Corrupción en la política. Corrupción empresarial. Corrupción en los partidos que manejan el poder. Corrupción de exdirigentes que han gobernado un país o que han dirigido un Ministerio de Economía e incluso instituciones económicas internacionales.

Me levanto y me acuesto con la rabia que produce comprobar que la corrupción crece y se desarrolla entre los más variopintos sectores. Desde aquellos cuya situación privilegiada les permite beneficiarse bajo la supuesta legalidad de unas tarjetas black o la legalidad de unos salarios y bonus económicos estratosféricos de entidades bancarias a directivos que les han llevado al rescate, hasta aquellos funcionarios públicos que con el boom inmobiliario o los cursos de formación para parados o los ERE falsos de Andalucía se han llenado los bolsillos.

Escucho en la autonómica TV3 a mi admirado Eudald Carbonell, paleontólogo y codirector del Proyecto Atapuerca, decir que la corrupción ya existía en las cavernas y si persiste es porque es necesaria para la supervivencia de la especie, sino, ésta la hubiera rechazado. Me resisto a aceptar esa teoría, pero la realidad es terca y me la echa en cara cada día. La corrupción se ha convertido en el organismo más nocivo de nuestra sociedad. En todas sus modalidades y afectando todos los estamentos sociales, llegando hasta las más altas instituciones del Estado, como la misma Casa Real.

Pero esos despertares indignados no han sido en vano. La indignación que explotó hace cuatro años se ha convertido en respuesta política. Muchos han perdido el miedo a denunciar a pesar del chantaje, amenaza de muerte o acoso laboral. Eso ha retratado el brillante documental Corrupción: el organismo nocivo, de Albert Sanfeliu y Teresa Soler. Un mazazo de alerta. Una denuncia contundente de cargos electos, de la financiación de los partidos políticos, de la soledad de los interventores, puesta en boca de sus valientes protagonistas. Funcionarios, interventores, responsables de cursos de formación subvencionados por la Administración. Trabajadores públicos, la mayoría de los cuales ha dado un paso adelante que les ha costado la pérdida de sus puestos de trabajo.

Un documental cuya filosofía debería formar parte de aquella desprestigiada asignatura de Educación para la Ciudadanía, surgido desde abajo y con la colaboración económica de 451 ciudadanos indignados. Un trabajo que va más allá de la denuncia, que apunta al sistema y a muchos organismos municipales como germen de una corrupción tentacular. Un retrato que aporta datos esperanzadores para la reflexión y medios para su control como los OCM. Grupos que fomentan la transparencia, impulsan las auditorías y ofrecen una aplicación online que facilita trámites y acerca los presupuestos municipales a la ciudadanía.

Hoy, sus protagonistas, así como una gran parte de aquella, quizás se sientan vindicados tras la sanción a la corrupción que las recientes elecciones han impuesto a algunos partidos, especialmente al PP, gobernante en la mayoría de las autonomías y algunas grandes ciudades. Es tiempo de reflexión y de repensar la gobernabilidad del país y de sus ciudades y pueblos. De conjugar el verbo del diálogo y el del pacto.

*Núria Ribó. Periodista. Ha publicado ‘La biografía de Hillary Rodham Clinton’ (Ediciones B, 1993) y ‘Hillary Clinton, retorno a la Casa Blanca’ (Belacquua, 2008).

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