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«Conviértase en una mujer nueva en solo 10 minutos»: Carmen Curlers, los rizadores eléctricos que liberaron a las mujeres danesas

Filmin acaba de estrenar una serie que cuenta la historia de Arne Bybjerg, el danés inventor del rulo eléctrico, un revolucionario artilugio que conquistó el mundo durante los años sesenta con consecuencias inesperadas: revolucionar la vida de antiguas amas de casa que tuvieron por primera vez la oportunidad de tener un sueldo propio y de sentirse realizadas haciendo un trabajo.

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En Filmin se puede disfrutar estos días de una serie que cuenta la fascinante historia de Carmen Curlers, la empresa que montó Arne Bybjerg y que solo fabricaba un producto: rulos eléctricos. Un invento que no solo había revolucionado el mundo de la peluquería, sino que también había cambiado para siempre la sociedad de aquella región escandinava y la vida de sus habitantes. Con estos rizadores eléctricos en los años sesenta que millones de mujeres pudieron conseguir un pelo rizado muy parecido al que les hacían en la peluquería, pero de una forma mucho más barata, menos dolorosa y en mucho menos tiempo.

Aunque el invento del rizador eléctrico se le atribuye al inventor afroamericano Solomon Harper en la década de 1930, la mayoría de las mujeres en los años sesenta seguían utilizando las mismas viejas y molestas técnicas para rizar sus cabellos: o bien se ponían rulos durante toda la noche, o bien gastaban respetables cantidades de tiempo y dinero en la peluquería para conseguir el peinado que deseaban. Curiosamente, la persona que cambió todo esto no había trabajado en ningún famoso salón de París o de Londres. Bybjerg era un vendedor de radios eléctricas del pequeño pueblo de Jyderup, Dinamarca, con mucha ambición. Un día, vio por casualidad un anuncio en la prensa en el que un peluquero local, Frans Lynge, buscaba capital para desarrollar un set de rizadores eléctricos que creía que podía funcionar.

Bybjerg también lo creyó, le compró la patente y comenzó a trabajar con Lynge en los prototipos, invirtiendo todo su dinero en el proyecto y utilizando como laboratorio la trastienda de su antiguo negocio de venta de aparatos eléctricos. Finalmente, con la ayuda del ingeniero Niels Christian Jørgensen, consiguieron crear un producto asequible y que se convirtió en un éxito absoluto.

“Conviértase en una mujer nueva en solo 10 minutos”, rezaba la agresiva campaña de publicidad con la que se lanzó el producto allá por 1963. Carmen Curlers, como decidieron bautizarlo (no hemos sido capaces de encontrar la razón de que tuviera tan ibérico nombre), tuvo la increíble suerte de aparecer justo en el momento adecuado: la moda demandaba cabellos huecos y ondulados, con lo que los nuevos rizadores, que permitían ondular el cabello en el tiempo que tardabas en tomar un café, se convirtieron en superventas.

La demanda fue enorme desde el primer momento. Los pedidos llegaban desde todas las partes del mundo, lo que permitió que la empresa creciera a una velocidad récord. Según la revista Forbes de la época, Carmen Curlers se convirtió en la compañía de mayor crecimiento a nivel mundial y en la séptima empresa más grande de Dinamarca casi de la noche a la mañana. Para responder a la creciente demanda, Bybjerg construyó una enorme fábrica en la localidad de Kalundborg, con cadenas de montaje que funcionaban las 24 horas del día y que empleaban a miles de personas. De hecho, a miles de mujeres, lo que tuvo un efecto inesperado en la zona.

Autobuses de la compañía recorrían cada día los escasamente poblados territorios de Selanda en busca de las trabajadoras; antiguas amas de casa que tuvieron por primera vez la oportunidad de tener un sueldo propio y de sentirse realizadas haciendo un trabajo por el que se las valoraba como nunca habían hecho sus familias, pertenecientes a la parte más rural y tradicional de la sociedad danesa. Esa nueva libertad resultó toda una revolución en la zona, aportando una nueva sensación de libertad, pero también nuevas amistades y unos cuantos divorcios. Todo este proceso es, de hecho, la parte más interesante de la nueva serie que hace unas semanas llegó a nuestro país de la mano de Filmin, titulada como la empresa, Carmen Curlers. Creada por la cadena pública danesa DR, producida por Stinna Lassen y protagonizada por los actores Morten Hee Andersen y Birthe Windfeld, la serie ha sido todo un éxito en su país.

En la misma se reflejan las tensiones que produjeron todos estos cambios sociales, especialmente entre los maridos de las empleadas de la factoría, y también se hace un retrato de Bybjerg, todo un personaje que, por ejemplo, creía tanto en la astrología que solo contrataba para la gerencia de su empresa a personas Leo, Tauro o Géminis, y jamás Acuario, pero que también tenía una innovadora forma de tratar a sus empleadas: fomentando un buen ambiente laboral montando fiestas, excursiones, guarderías, clubs de ciclismo… Ventajas que eran toda una extravagancia en la época, incluso en un país como Dinamarca.

Una oferta que no pudo rechazar

Según se cuenta en un artículo de 1968 que todavía puede encontrarse en la web de la revista Time, la empresa siguió creciendo a toda velocidad durante la década de los sesenta. Cada noche, se embarcaban en el aeropuerto de Copenhague más de 20 toneladas de rizadores eléctricos con rumbo a los Estados Unidos encargados por la empresa Clairol, que los vendía en su país a unos 40 dólares la unidad.

Pero el que fuera una empresa danesa la que le suministraba uno de sus productos estrella no debía de cuadrar mucho en la mentalidad de los empresarios estadounidenses y en 1969 decidieron hacerle a Bybjerg una oferta para comprarle el negocio.

La táctica fue bastante expeditiva: básicamente le dijeron que o les vendía Carmen Curlers o dejarían de hacerle pedidos. Bajo semejante presión, el emprendedor danés se vio casi obligado a aceptar, recibiendo 300 millones de coronas de la época, que equivalen a unos 335 millones de euros actuales.

Sin su fundador, la suerte de Carmen Curlers y, con ella, la de todas sus empleadas comenzó a cambiar poco a poco. Aunque al principio parecía todo lo contrario.

Los nuevos propietarios cambiaron el nombre del producto a Carmen Clairol y, por primera vez en la historia de la marca, ampliaron la gama. Carmen Swingsetters, fue una versión mini de los rizadores originales, pensada para viajar con ellos o para tener en la oficina si se necesitaba un retoque rápido.

Este nuevo producto tenía como embajador a un famoso peluquero del momento llamado Angart, que recorrió Europa presentándolo. La firma también invirtió grandes sumas de dinero para llevar a Dinamarca a multitud de editores de moda de todo el mundo. Estaba claro que Clairol tenía grandes planes para la empresa. Incluso en 1973 abrió una nueva fábrica en la ciudad de Hobro. Pero el destino tenía otros planes.

El lento declive de Carmen Curlers

Dicen que algo consustancial a las modas es que se acaban pasando y con la llegada de los setenta, las mujeres comenzaron a no estar tan interesadas en los rizadores, cuyas ventas comenzaron a bajar lenta pero inexorablemente.

Simplemente, las nuevas modas demandaban otros peinados para los que no se necesitaban rulos eléctricos. Además, otros avances técnicos en el mundo de la peluquería los fueron dejando cada vez más obsoletos.

La caída de ventas llevó a que en 1990 cerrara la fábrica de Kalundborg y que la producción se trasladara a Asia para abaratar costes. Los despidos fueron todo un mazazo para la región, que a día de hoy todavía sigue arrastrando la resaca de la desaparición de la factoría. Muchas de las mujeres que trabajaron para Carmen Curlers nunca pudieron encontrar un trabajo equivalente y la tasa de desempleo femenino continúa siendo elevada en la zona.

¿Qué fue de Arne Bybjerg?

La historia no estaría completa sin contar qué pasó con el creador de Carmen Curlers. Con la fortuna que le pagó Clairol y siendo un emprendedor empedernido, Bybjerg emigró a Australia, donde compró grandes extensiones de terreno en las que pretendía construir una enorme ciudad de vacaciones para 100.000 turistas.

Pero el terreno elegido era una zona muy poco poblada, selvática y aislada a la que nadie quería viajar, por lo que nunca llevó a cabo este proyecto. Se acabó dedicando a la cría de ganado y tuvo una larga vida. Murió en 2022 a los 94 años, y todavía tuvo tiempo de ver el estreno de la serie que le dedicaron en su país, aunque siempre rechazó participar en ella.

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