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‘Imbécil’, el nuevo cómic de Camille Vannier convierte en viñetas hilarantes tus propias desdichas

Es un descacharrante paseo por el particular ‘walk of shame’ de esta autora repleto de anécdotas bochornosas. ¿Vergüenza? Ninguna

Candy & me
Cortesía de Astiberri

El escritor Kurt Vonnegut, siempre tan certero, se preguntó alguna vez si daba más lástima un escritor amordazado y rodeado de policías o uno que vive en libertad y no tiene nada que decir. Parafraseándole, podríamos cuestionarnos sobre qué es más terrible en el humor gráfico, si un autor que convierte sus miserias en fuente inagotable de carcajadas o ese otro, incapaz de hacer el ridículo, al que nunca se le ocurre nada. En la liga primera (la de invocar el absurdo y la deshonra propia a cada momento y hasta límites insospechados) se ubica —y en una posición ampliamente privilegiada— la parisina Camille Vannier.

De Vannier, por ir rápido, se podría decir que estudió en el Atelier de Sèvres en Paris y en la Escola Massana, que ha dibujado y colaborado para El jueves, Vice, Pandora o el diario catalán Ara; que es parisina, pero lleva veinte años viviendo en Barcelona y que utiliza los lápices de colores, su seña de identidad más reconocible, de la manera más afilada posible. De hecho, su último libro, Imbécil (Astiberri, 2024), se abre con un recopilatorio de algunos de los comentarios despectivos que le lanzan en redes por su manera de dibujar. “Casi todas esas críticas van enfocadas a que dibujo como un niño y, para mí, es el mejor cumplido. Es cierto que son opiniones dichas con mala leche, pero me parece que demuestran más ignorancia que otra cosa. Incluirlas en el libro es también una forma de criticar las redes sociales donde la gente dice lo que piensa al momento y sin filtro de ningún tipo, ni autocuestionamiento. Las odio” dice Vannier.

Camille Vannier S Moda web
Cortesía de Astiberri

Su primer cómic publicado data de 2011 (El horno no funciona) y, desde entonces, ha sacado otros cuatro libros (Tuerca y tornillo, Poulou y el resto de la familia, Sexo de mierda y el recién editado Imbécil). En todo este tiempo, Vannier, emparentada con tótems como Larry David, Jean-Marc Reiser o Albert Monteys, se ha convertido en la reina del autohumor, en la emperatriz absoluta de hacer del sonrojo un arte, en la adalid de elevar la falta de vergüenza (propia y ajena) a un estado de gozoso placer culpable. “Tengo el ojo muy abierto a cualquier cosa que me ocurre” reconoce Vannier. “Cuando me pasa algo enseguida me pregunto si es un buen material o no. Lo cotidiano es mi fuente principal de inspiración. Por ejemplo, hace un mes se me cayeron las llaves de casa por el agujero del ascensor. Llevo un mes de lucha con el servicio técnico para recuperarlas, pero no hay manera, y me vuelve loca. No sé donde va a acabar esto, pero ya lo tengo apuntado en mis notas”.

Y es que Vannier ha hecho de su entorno fuente de inspiración constante y del error, virtud. “Los errores son para mí muy importantes. Me encantan las historias de inventos o creaciones derivadas de un error, tipo la tarta tatin. Me contaron que la fideuá existe porque unos navegantes se fueron en barco y se dejaron el arroz, así que hicieron la paella con pasta y ¡pum! fideuá. No sé si es verdad pero me flipa. Se trata de intentar sacar partido de los errores o de los defectos, darle la vuelta a la desgracia para conseguir algo mejor que lo que tenías pensado hacer”.

Camille Vannier S Moda web
Cortesía de Astiberri

En su anterior libro, Sexo de mierda, también publicado en Astiberri, la autora se largaba un buen montón de anécdotas relativas a eso: al sexo. Citas terroríficas de Tinder, primeras veces lamentables, tíos haciendo el mamarracho más allá de lo imaginable… Era imposible no leer este libro a carcajada limpia, sí, pero también con el zumbido mental de “¿cuántas veces habré estado yo ahí?”. Porque uno de los méritos de Vannier es sacar siempre el mínimo común denominador: aquel en el que el infortunio deja de ser individual para convertirse en colectivo, uno en el que todos nos reconocemos y del que acabamos riéndonos a lágrima viva. En Imbécil, da un pasito más. Detrás de ese humor autoparódico en el que relata sin recato anécdotas de su desternillante biografía (trabajos precarios, dramas capilares, intoxicaciones etílicas…) se esconde una verdad innegable, y es que en el fondo y por mucho que nos cueste reconocerlo, todos somos un tanto imbéciles. “La imbécil del título soy yo. Hablo de mí. No quiero insultar al lector directamente, pero sí le dejo darse cuenta por sí mismo que igual él también es tan imbécil como yo y que no pasa nada. Podemos reírnos de ello juntos”. Imbécil está dividido en tres explícitos capítulos: ruin, loser y borracha. “¿Lo que más soy de estos tres (des)calificativos? Ruin sin duda, aunque loser le sigue de cerca. Empecé escribiendo un fanzine que se llamaba Borracha. Pensé que tendría suficiente material para un libro entero pero resultó que no tenía tantísimas aventuras ebria. En realidad la mayoría de las tonterías me pasan estando sobria. Luego salió la idea de dividir el libro en tres partes: borracha, ruin y loser. Imbécil era la palabra que resumía perfectamente estos tres rasgos de mi personalidad”.

Un enunciado que si se piensa bien es absolutamente subversivo, cuando no revolucionario. En la era de intentar aparentar lo que no se es y del uso indiscriminado del filtro para maquillar la realidad, que aparezca alguien mostrando sus humillaciones sin rubor es, como poco, refrescante. “Creo que las redes han cambiado nuestra relación con nosotros mismos, nos invitan a tomarnos en serio, a enseñar lo guay que somos, qué comemos y dónde vamos. Y todo esto está recompensado en forma de corazón virtual. ¡Qué triste todo! Para mí, es el infierno… ¡Como vea un selfie más, una foto de una tostada de aguacate o una puta puesta sol con vasos de Spritz, quemo la casa! Es tan aséptico que no me interesa. Esa gente con sus tostadas de aguacates tampoco es estupenda todo el rato. Esconden la mierda debajo de la alfombra. A mí me gusta la mierda. Los defectos son los que nos vuelven interesantes y diferentes los unos de los otros y a la vez nos hacen empatizar con los demás”.

Camille Vannier S Moda web
Cortesía de Astiberri

Una actitud punk que no se queda solo en los cómics. Su acercamiento ha encontrado hilarantes manifestaciones en formatos menos convencionales. Ahí están sus carteles de películas, sus portadas de revistas imaginadas o sus esculturas de comida de supermercado. El placer de rehacer. “Cuando estudiaba ilustración quise redibujar el catálogo de Ikea rollo versión moderna de la enciclopedia de Diderot y d’Alembert. Por puro placer, hace años empecé a rehacer uno de esos catálogos de ofertas del súper. También hace un par de años rehice una revista de corazón que bauticé Ohlala me la suda. Me gusta mucho rehacer ‘mal’ las cosas. Es una vez más una manera de ridiculizar cosas supuestamente serias”.

Quizás es por eso, por ese espíritu un tanto outsider que Vannier se identifica con un animal tristemente detestado. “Tengo la teoría de que soy una paloma [risas]. Me parece una injusticia esta animosidad hacia ellas. Este odio es una cuestión de contexto. ¡Son solo pájaros! La gente les odia porque están en sucias ciudades. Ellas no son el problema, es como las ven los demás. Muchas veces me he sentido en el sitio equivocado, desplazada o rechazada por como digo las cosas o por mi apariencia, la dictadura estética de los noventa fue dura, así que me identifico bastante con este pájaro no entendido”.

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