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París Fashion Week, día 2: Balmain, Balenciaga y Carven

Analizamos desde el legado de Carven hasta los problemas de asientos en el desfile de Balenciaga o el exceso de ornamentación de Balmain.

París día 2
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Esta mañana en Carven se ha visto un bonito repertorio de minivestidos románticos y séparés en el mismo tono delicado: Guillaume Henry -al que la mismísima Inés de la Fressange colocaría al frente de Dior, al menos eso confesó no hace mucho en una entrevista elabora una colección primavera/verano 2012 que respeta, ante todo, la memoria de la fundadora de la maison. Aquí lo que importa es la proporción, por muy diminuta que sea.  

Carven mezcla el cuero negro con el azul Klein.

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No, la gente no estaba de pie por ovacionar a Nicolas Ghesquière antes de tiempo; tal y como relataba Eugenia de la Torriente en directo, cuatro de los bancos en los que debían sentarse algunos de los célebres invitados al desfile (entre ellos Olivier Zahm, Carine Roitfeld o Vanessa Traina) se han desmontado con ellos encima y para evitar males mayores, se ha decidido -y anunciado por megafonía- que los parroquianos debían permanecer alzados como en misa. No es para menos, la homilía de este diseñador al frente de la casa Balenciaga ha sido digna de juramento eclesiástico. Hot pants, siluetas reloj de arena, hombros cuadrados y tejidos sintéticos con pinta de ingrávidos que van de lo pulido a lo rugoso, siempre retrorreflectando. Todo, ensamblado con la ortodoxia de una mano con maneras de láser.. Ahora que muchos diseñadores  –Dries van Noten si ir más lejos–  fijan la vista en los archivos de la casa, Ghesquière mira hacia otro lado -menos cuando se lleva las manos a la cabeza, porque los pamelones que llevan sus modelos se inspiran en los pescadores de Guetaria- y se permite ser más suyo que nunca. 

Las chaquetas armadas son el punto fuerte de la colección de Balenciaga.

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El estreno de Olivier Rousteing en Balmain vuelve hacer hincapié en los trajes de luces; ya nos lo adelantaban desde el otro lado del charco de buena mañana, aunque el popurrí a medio camino entre el folclore taurino y la fanfarria tejana, ha sido de órdago. Alamares, cristales y piel grabada; pantalones de campana, denim, maxifaldas -tipo amazona- fajines o brocados: motivos indígenas hilados en oro. Nada demasiado ajeno a lo que ya hacía el malogrado Christophe Decarnin, aunque todo un poco más recargado. Entre el rodeo y el rejoneo, pasando por el Caesars Palace.

Falda tejana combinada con detalles gold, de Balmain.

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