El estreno de Raf Simons en Dior
El diseñador belga enseña los dientes y triunfa con lenguaje propio en su primer desfile Alta Costura para Dior.
En su estreno al frente de Dior, Raf Simons no ha sido nada fiel y plano como no tuvo más remedio que ser a Bill Gaytten: el diseñador arrastra nuevos códigos, mensajes encriptados en clave belga que lo mismo invocan a Dries Van Noten (y sus estampados digitales), que a Olivier Theyskens en su época de Rochas (y el escote corazón o manga larga en vestidos), o incluso a Haider Ackermann con su despliegue de pantalones y ciertas aberturas y caídas, a la casa de la que se hace cargo, en un ejercicio de transición inevitable y necesario que sirve tanto para aclarar el paladar como para sentar las bases de lo que está por venir; y enlaza directamente, como si a un link se pegara, con su trayectoria y despedida en Jil Sander.
Pero de Simons con el contador a cero, todavía ni rastro, porque en esta colección de Dior Alta Costura otoño-invierno 2012/13 ha vertido su bagaje y su experiencia y los ha ligado, sin que se le cortaran en ningún momento, con referencias y técnicas clásicas de su, no ya maison, sino nueva disciplina, en la que se ha estrenado sin ninguna cautela y tapizando las paredes del 51 Avenue d'Iéna con más de un millón de pétalos de flores.
Digamos que lo primero que ha hecho Simons en Dior es un centrifugado en programa delicado para enjuagar legados, como está pasando en YSL con Hedi Slimane y sucedió en su momento con Karl Lagerfeld, Alber Elbaz, Nicolas Ghesquière, Riccardo Tisci o el propio Galliano. Aquello que en Gaytten nos resultaba ciertamente pusilánime, en Simons se traduce como un reto superado a base de guiños tan limpios y aparentemente planos como diestros y escondidos tras detalles. Además, el abanico de la Alta Costura amplía horarios y abraza el día que antes ignoraba. Lo vimos ayer con Donatella Versace y se confirma hoy con un Dior a inmejorable recaudo.
Ultradelicados son los tejidos que, cortados y ahuecados con la mayor de las precisiones y consolidados discretamente -se les añaden bolsillos o se refuerzan con solapas y dobladillos en el bustier así como varillas- entremezclan su discurso en tonos negros, rojos, rosas; vigorosos y pálidos; con cuerpos drapeados, bordados, cuajados de cristales, asimétricos o hasta los pies; vestidos de doble faz y abrigos de astracán y pelo teñidos, o trajes de lana en color marengo. Bien sea simplemente perfilada, fruncida o con sobrefalda, la cintura -las piernas no existen por encima de la espinilla- es la que manda. Tanto o más que Raf Simons de ahora en adelante.
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