Nueva tendencia: la virtud de la mezcla
Muchos sectores, acusados de no representar la diversidad étnica, adoptan medidas de discriminación positiva en favor de las minorías.
«Algunos de los grandes de la moda suspenden con insuficiente en diversidad étnica», acusó James Scully, uno de los directores de casting más influyentes, encargado de seleccionar a las modelos que desfilan para Tom Ford o Stella McCartney. Por su parte, la top afroamericana Chanel Iman, uno de los nombres más cotizados en desfiles y portadas, relataba en junio a The Times que todavía escucha en boca de los responsables de casting que «ya tienen una chica negra y al final no [la] necesitarán», mientras el fotógrafo Steven Meisel denunciaba que suelen estar vetadas en los encargos que le dirigen las marcas. En un intento de invertir la tendencia, Prada anunció a principios del verano que pensaba contratar a una modelo de color para su próxima campaña. La primera en los últimos 19 años. Y a principios de julio, en la alta costura parisiense, Dior incluyó, entre sus 50 maniquís, 16 que no eran blancas. Parece que algo está cambiando o, por lo menos, removiendo conciencias.
El problema no es nuevo, pero se ha intensificado desde que destacadas webs estadounidenses, como Jezebel y Buzzfeed, contabilizan el número de mujeres negras que desfilan en las capitales de la moda. Según el portal StyleMinutes, de las 1.000 chicas que estuvieron sobre la pasarela en las semanas de la moda de París, Londres, Milán y Nueva York durante la primavera pasada, el 87,6% eran blancas. Al mismo tiempo, Jezebel se encargaba de listar a los malos alumnos. Por ejemplo, al director artístico de Saint Laurent, Hedi Slimane, porque entre las 48 maniquís de su último show no había ni una de color.
Las marcas empiezan a mover ficha. «La representación de otras etnias mejorará, como ha sucedido en la política o el mundo empresarial, así como en el cine, la televisión y la publicidad», asegura John Skrentny, profesor de Sociología en la Universidad de California y autor de libros sobre la affirmative action, medidas de discriminación positiva en favor de las minorías que se practican en EE UU desde los 60. Estas fueron impulsadas por John F. Kennedy para facilitar el acceso de estos grupos a la educación universitaria y al mercado laboral «en igualdad de condiciones, soñando con un mundo que no atendiera al color de la piel de cada persona», explica Skrentny.
La affirmative action instauró una nueva sensibilidad que sigue vigente. Despertó las conciencias para que la presencia de blancos en cualquier colectivo no fuera excesiva (igual que la de hombres, heterosexuales, cristianos y cualquier otro grupo dominante). «En EE UU toda institución pública está obligada a abrazar la diversidad», afirma Skrentny, quien prepara un nuevo volumen de cara a 2014, After Civil Rights (Princeton University Press), donde hará un balance de la situación en todos los ámbitos, de la política al arte. Y es que esta regla afecta tanto a los órganos del Estado –desde hace décadas, resulta impensable que la esfera de poder esté ocupada solo por hombres blancos– como al cine y la televisión.
El sociólogo cita la serie Girls como ejemplo. En su primera temporada, Lena Dunham fue acusada de perseguir una whitopia: realidad alternativa donde los personajes de color brillaban por su ausencia, pese a estar ubicada en una ciudad multicultural como Nueva York. A Dunham le dolió la crítica, y decidió empezar la segunda temporada con una relación entre su personaje y un chico negro. Recibió nuevos reproches: el giro parecía impostado.
Tsheca White y Marihenny Rivera Pasible en el backstage del desfile de Dsquared2 de otoño-invierno 2013 / 2014.
D.R.
En este terreno minado, ¿la batalla está perdida? «El problema es que, durante demasiado tiempo, solo un grupo determinado ha tenido derecho a la representación. La gente exige un reflejo más acertado del mundo», reconoce Latoya Peterson, editora de la web Racialicious, dedicada a analizar la presencia de las minorías en la cultura pop. Ella considera que esta representación «contribuye a expandir una percepción de lo posible. En la televisión tuvimos presidentes negros antes de Obama». Y relativiza los progresos. «Ha habido muchos, pero la mayoría de películas, series o pasarelas siguen siendo mundos de blancos, y quienes no lo son, solo ocupan lugares subalternos. Hasta que esta dinámica no se vea alterada, no se producirá un auténtico cambio», advierte.
La creadora de Anatomía de Grey, Shonda Rhimes, que hoy triunfa con la serie Scandal, se enorgullece de utilizar lo que los anglosajones denominan color-blind castings (selección de actores sin atender a prejuicios raciales). Cualquiera puede aspirar a conquistar cualquier papel, sea cual sea su tono de piel. Una tendencia algo exótica hasta la fecha, ya que la mayoría de los personajes responden a un detallado físico impuesto por estudios y canales de televisión. Por ejemplo, de los seis protagonistas de Friends, solo dos (Phoebe y Chandler) eran susceptibles de ser interpretados por actores no blancos. Al final, ninguno fue escogido. El método que sigue Rhimes permite que caucásicos y afroamericanos convivan con estadounidenses de origen asiático y latino en un mismo hospital, en una proyección –también hay que decirlo– algo idealizada de lo que sucede en la vida real.
Entre la nobleza y el ‘marketing’. No todos los movimientos a favor de la representación multirracial responden a un objetivo noble. Para el profesor Skrentny, no se puede ignorar cierta dosis de cinismo empresarial. «La raza es un factor controlado estratégicamente. Si se contrata a actores o modelos que no son blancos, es porque se sabe que la audiencia reaccionará de una forma concreta. Cuanto más dinero haya en juego, menos probable resultará que se escoja un reparto sin atender a la etnia». Introducir a personajes de distintas procedencias permite conectar con grupos demográficos lo más extensos posibles, lo que siempre facilita el éxito.
Un ejemplo reciente es la sexta parte de The Fast and The Furious (A todo gas), fenómeno sorpresa del verano al recaudar más de 700 millones de dólares alrededor del mundo. Entre los motivos de su triunfo, los analistas apuntan a su reparto, donde figuran un estadounidense de origen irlandés y un afroamericano, junto a un coreano, un indonesio, una portorriqueña y un brasileño. Su directora de casting, Lucinda Syson, que también ha trabajado con Christopher Nolan y los hermanos Wachowski, considera que representa una nueva era. «Todo depende del proyecto y de su director, pero en la inmensa mayoría de casos se ha producido un cambio de actitud para mejorar el reflejo que damos de la realidad», apunta Syson, para quien los objetivos económicos no son solo el único motivo que justifica esta variedad de orígenes. «Esta es una industria que intenta generar dinero y procura no alienar a ningún público potencial. Pero también somos muchos los que lo hacemos por convicción, por respeto a la diversidad y por voluntad de avanzar hacia un mundo un poco mejor», asegura. No debe de ser casualidad que el presidente de Universal, Jeffrey Kirschenbaum, comparara al reparto de la película con «un anuncio de Benetton». La marca italiana fue la inspiración. Ahora tendrá que dejar de ser la excepción que confirma la regla.
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