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Ni sola, ni mal acompañada

La crisis económica y de valores ha diversificado los modelos de vivienda tradicional. Las mujeres se suman en masa a nuevas fórmulas de convivencia: desde el piso compartido hasta las cohouses. Análisis de una corriente imparable.

Ni sola, ni mal acompañada
Cordon Press

«Se ha triplicado en un solo año. La oferta de pisos compartidos en España ha pasado de 40.000 a 110.000», explica Manuel Gandarias, director de gabinete de estudios de Pisos.com, uno de los portales de alquiler más importantes de España. Idealista.com, su competencia, coincide: según su informe, en los últimos 12 meses, el número de habitaciones en alquiler ha crecido en un 46,8%. «En nuestra página, rondan las 40.000». Nada mal para un país acostumbrado a primar la propiedad. ¿Y quiénes quieren vivir en ese tipo de apartamentos? Sobre todo, las mujeres: un 56,20% frente a un 43,80% de hombres.

Las fórmulas están cambiando. Ya no vivimos como antes. Abundan las razones. Las más obvias son la recesión y el paro, que obligan a reducir gastos y a mudarse. «Se ha disparado la movilidad laboral», concede Gandarias. Pero hay otras. «La casa única de la familia nuclear es una manía moderna. La mayoría de las sociedades recuperan estructuras más parecidas a los pueblos, más sostenibles», razona Carles Feixà, profesor de Antropología social de la Universidad de Lleida.

El perfil de la nueva inquilina: mujer, de entre 26 y 60 años (el 44,07%), que vive en Madrid, Barcelona o Sevilla (ciudades que concentran el 40,46% de los pisos compartidos). «La tendencia se afianza: desde que empezamos a realizar estos estudios en 2010, la edad sube y el perfil es más femenino (un 56,20% en 2013 frente a un 54,74% en 2011)», dice Gandarias.

¿Por qué más féminas? Una razón es que posponen ser madres o, simplemente, no lo quieren ser: en torno al 20% de las europeas no tiene hijos, según la socióloga Katherine Hakim, autora de Childless in Europe. Tampoco quieren hipotecarse: el fantasma de los desahucios acecha (unas 40.000 familias perdieron la propiedad en 2012, según el Banco de España).

Ellas, además, las prefieren a ellas. «Eligen convivir con mujeres; a los hombres, les es indiferente». ¿Por qué? «Se entienden mejor: buscan seguridad y un clima de confianza», señalan desde Pisos.com. «Las mujeres de distintas generaciones –viudas o parientes solteras– siempre han cohabitado (abuelas, madres, hijas, nietas). Con la sociedad moderna y el feminismo, se reivindicó un espacio privado –Una habitación propia de Virginia Woolf–; pero con la posmoderna, regresa la tendencia a compartir. La novedad es que hoy se van a vivir juntas sin estar emparentadas y sin ser pareja», afirma Feixà. Una preponderancia y una endogamia basada en algo más que la demografía (la esperanza de vida es mayor entre las mujeres). «La antropóloga Dolores Juliano lo denomina “el juego de las astucias”: la mayor facilidad femenina para cooperar», añade.

Las chicas de oro fueron pioneras: las mayores también comparten.

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Una fórmula que despunta. De colaborar sabe mucho el cohousing, una idea que los arquitectos Charles Durrett y Kathryn McCamant introdujeron en EE UU en los 80. «Pero ya existía en Dinamarca en los 60 y su filosofía se remonta al siglo pasado: en los pueblos se compartía el lavadero, el horno, la fuente. Eso de tener una lavadora y un microondas en casa es reciente», recuerda Rogelio Ruiz, arquitecto del estudio Equipo Bloque.

El concepto es sencillo. Un grupo funda una cooperativa, decide cómo quiere vivir y construye una estructura acorde con sus gustos: las cohouses cuentan con un espacio privado y unos servicios comunes que van desde una lavandería a una guardería, pasando por un spa. «La cooperativa es la dueña. Esta le cede el uso: cuando el residente muere, se queda un pariente. Si no quiere, se le devuelve el dinero», cuenta el arquitecto. «Esta alternativa se adapta a la condición femenina, más propensa a colaborar», indica Feixà. Hay iniciativas así en Cataluña, País Vasco o Cáceres. Ruiz, madrileño de 39 años, conoce bien el fenómeno. Ha ideado, junto a otros arquitectos, una de las primeras cohouses españolas. Se llama Trabensol (como la cooperativa que lo dirige) y se encuentra en Torremocha de Jarama, al norte de Madrid. Allí residen desde hace tres meses un centenar de personas de entre 60 y 80 años. Disponen de talleres, servicios terapéuticos, ordenadores, biblioteca… «Empezamos a darle vueltas a finales de los 90. Éramos dos grupos: uno de Moratalaz y otro de Vallecas.

Habíamos montado colegios cooperativos en los 70. No queríamos que otros decidieran por nosotros, así que nos atrevimos a construir y convivir. Comparto casa con una amiga, somos viudas», explica Paloma Rodríguez, presidenta de la cooperativa. «Nos llama gente de toda España interesada en repetir la experiencia», informa esta madrileña de 70 años. En Trabensol hay casas mixtas y solo de chicas. «Esta fórmula es muy popular entre las mujeres: nos llueven las peticiones. En Francia, hay uno exclusivamente femenino. También existen por aficiones, necesidades», enumera Ruiz. «El cohousing tiende a resurgir en recesión, pero la crisis no es la única causa. El ciclo vital de las familias ha mutado: la misma vivienda no debe servir para recién casados, familias con hijos y jubilados», opina Feixà.

Si este sistema lleva décadas en los países nórdicos, ¿por qué ha tardado tanto en aterrizar en España? «A nivel fiscal se ha favorecido la propiedad y hemos olvidado la importancia de la comunidad. El cohousing requiere un alto nivel cívico», opina Ruiz. Y, sin embargo, todo son ventajas: se reducen los costes, se fomenta la convivencia, etc. «Acabará por cuajar como la fórmula del piso compartido», vaticina Gandarias.

El factor kawaii. Que esta corriente se haya extendido a Japón –célebre por sus códigos férreos– es una extravagancia. Allí triunfan las share houses. «Alojan a inquilinos sin parentesco ni relación. El número de demandas se ha disparado. En 2008, eran 23.244; hoy, 105.238, según datos de Hituji.jp, el portal de share houses más importante», explica Yukari Oe, analista de tendencias de Shiseido. El perfil de sus residentes coincide con el español: mujeres (un 78% frente a un 22% de hombres) y millenials (la edad ronda los 29 años). Pero las causas no son las mismas: «Cada vez hay más solteros que deciden no convivir con gente de otro sexo y a muchos no les convence residir en ratoneras unipersonales. Además, la publicidad potencia que las chicas sean kawaii (guapas) y no hay nada menos kawaii que una mujer recién levantada y ojerosa», explica Andrés Sánchez Braun, corresponsal para EFE en Japón.

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