Qué son los comités de diversidad y por qué podrían ser la solución para acabar con la discriminación en la moda
La situación actual ha hecho que las empresas ya no puedan dar la espalda a la desigualdad que impera en la industria. Muchas acaban de implantar departamentos que velen por la inclusión en sus oficinas y en sus contenidos pero ¿sirve esto de algo, o es solo una estrategia para lavar su imagen?
“Lamento mucho los efectos inintencionados y me siento plenamente responsable”. Cuando el año pasado Gucci lanzó al mercado una sudadera que se interpretó como una ofensa racista (en teoría, el color negro y los labios abultados eran un homenaje al performer Leigh Bowery), tanto su director creativo, Alessandro Michele, como su CEO Marco Bizarri, pidieron disculpas públicas. Acto seguido crearon Changemakers, una plataforma para apoyar la diversidad y financiar proyectos para la visibilización del racismo estructural. Entre los miembros del comité están nada menos que Michaela Angela Davis, histórica luchadora de los derechos civiles, Bethann Hardison, ex modelo y portavoz de la Fashion Diversity Coalition junto a Naomi Campbell e Iman, la poeta y activista Cleo Wade, o el sastre de Harlem Dapper Dan. Ahora, acaban de lanzar Gucci Equilibrium, una plataforma digital que engloba sus inciativas en apoyo tanto del medio ambiente como de los derechos humanos. «Es fundamental que construyamos un futuro más equitativo en el que no prevalezca la injusticia ni la discriminación en ninguna de sus formas. Los recientes acontecimientos no han hecho sino reforzar nuestro inquebrantable compromiso de combatir el racismo y luchar por la igualdad», afirmaba al respecto Marco Bizarri.
Algo parecido le pasó a Prada un año anterior, cuando llenó los escaparates de sus tiendas de Nueva York con muñecos de color negro. Tras las disculpas públicas, introdujo en la compañía a la directora de Selma o 13th, Ava Duvernay o al artista Theaster Gates, una maniobra que el New York Times llamó entonces “entrenamiento en cuestiones de sensibilidad”. Y es que, nos guste o no, la moda, como casi cualquier otro sector, es un reflejo de la desigualdad que impera en la sociedad, y que hace que, de forma casi inconsciente, los puestos de responsabilidad hayan estado históricamente en manos de caucásicos. Esto crea, por supuesto, panoramas sesgados, productos que los departamentos aprueban porque en ellos no hay voces disidentes ni realidades inclusivas.
Hace no tanto, las alusiones racistas o machistas en campañas y colecciones se saldaban con un par de artículos de denuncia, en el mejor de los casos, y con una disculpa pública. Pero las cosas empezaron a cambiar cuando fueron las propias firmas de moda las que se abrieron a las redes sociales, a la caza del cliente joven y de la creación de comunidades. Los usuarios se vieron con el derecho y el deber de criticar, y nacieron cuentas, capitaneadas por Diet Prada, que comenzaron a ejercer como dedo acusador de plagios, pero también de actitudes reprobables con respecto a la diversidad. Hoy nadie, por poderoso que sea, está libre de una crítica viral y devastadora si se da un paso en falso.
Es Diet Prada la que, en estos días de revueltas, está criticando el apoyo de ciertas marcas a la causa racial y exponiendo casos como el de Reformation, marca favorita de influencers y abanderada de la sostenibilidad que, al parecer, lleva a cabo prácticas cuestionables de puertas para dentro.
La solución parece pasar por la creación de comités de diversidad, una estrategia que suena a la que se siguió hace unos años con la implantación de los departamentos de responsabilidad corporativa, cuando la cuestión medioambiental no podía postergarse más. Lo cierto es que parece una salida eficaz, sobre todo teniendo en cuenta que, como decíamos, la moda ha permanecido impune durante años ante las afrentas sociales, en parte porque muy pocas personas en puestos ejecutivos y creativos eran de razas, culturas o provenían de clases sociales diversas. El privilegio y la falta de empatía han marcado la pauta hasta ahora. Sin embargo, estos nuevos comités pueden ser un arma de doble filo por distintos motivos.
Cuando a Denise Young Smith, ex vice presidenta de inclusión en Apple, le preguntaron qué esfuerzos iba a llevar a cabo para representar a las minorías, respondió: “Me esfuerzo por todo el mundo. La diversidad es una experiencia humana. Me frustro cuando solo se habla de diversidad referido a la gente de color o al colectivo LGBT. Puede haber doce hombres rubios en un comité y también van a ser diversos”. Young Smith, mujer afroamericana, fue ampliamente criticada y posteriormente despedida. Al margen de la falta de empatía, la cuestión que subyace a estas declaraciones es más problemática, enraiza directamente con la difusa definición de diversidad y con el hecho de si la discriminación positiva, las cuotas de representación para las minorías deben o no ser impuestas.
En cualquier caso, y como cuenta la socióloga Pamela Newkirk en el libro ‘Diversity Inc.’ “Parece que el cambio real solo viene cuando hay meteduras de pata y demandas de por medio. Para algunos, estos esfuerzos tienen que ver más con las relaciones públicas que con la justicia social”. De ahí que muchos comités de diversidad estén presididos por varones blancos. Parece más un esfuerzo por agradar, en trámite necesario, que un compromiso real. La semana pasada, Alexis Ohanian dejó su puesto como ejecutivo de Reddit por este motivo, quiere que lo ocupe una persona en situación minoritaria: “Creo que mi dimisión puede ser un acto de liderazgo para todos aquellos que necesitan poder ahora mismo. No paréis de luchar por arreglar nuestro sistema”, escribió en un comunicado.
En lo que respecta a la moda, ciertas marcas, como Ralph Lauren o la plataforma de compra digital Farfetch, llevan un tiempo recopilando datos, tantos de puerta a fuera como dentro de sus respectivas compañías: quieren saber qué opinan, clientes y empleados, del nivel de representación que tienen mujeres, razas o el colectivos LGBT en sus productos y comunicación. “Pero al final te das cuenta de que obtienes conclusiones en función de lo que mides, aunque sirva para priorizar distintas estrategias”, contaba una portavoz de Ralph Lauren a la revista Business of Fashion.
Y es que el hecho de cubrir cuotaso implementar dinámicas ayuda, pero no es suficiente para una cultura de inclusión real. Que se lo digan al Consejo de diseñadores Norteamericanos (CFDA), cuyo portavoz, Tom Ford, reveló el pasado día 2 una serie de estrategias para apoyar la inclusión racial entre sus miembros. El organismo llega muy tarde. Y ha sido blanco de repetidas denuncias en el pasado por los bajísimos índices de modelos no caucásicas en la semana de la moda de Nueva York o por la falta de representación de diseñadores racializados en sus filas y en sus certámenes de premios y ayudas. Entre las medidas propuestas, está la de un programa de becas para diseñadores, reestructuración del comité o mentoría para jóvenes creativos. Algo similar propone el British Fashion Council que, además de lanzar una colaboración con la ONG Parley for Oceans por una industria británica más sostenible, pretende apoyar “la creación de un entorno laboral, de la cadena de suministro a los puestos directivos, muchos más igualitario y diverso”.
A la moda le queda un largo camino para alcanzar la diversidad (al menos la real, no la que ejerce de lavado de cara ante situaciones que la reclaman), pero no es algo solo propio de esta industria, sino de la mayoría de los sectores culturales, que en la mayoría de los casos no reflejan una realidad completa, sino un universo sesgado creado a imagen y semejanza de sus creadores, no de sus consumidores. Y eso que la diversidad vende. Según el ultimo studio realizado por Deloitte, en la que manejó datos de 500 marcas de gran consumo, los receptores se sienten más atriados hacia firmas que demuestran contar con mujeres, personas racializadas, identidades divergentes o gente de clases sociales bajas. La realidad es lucrativa, solo hace falta saber verla.
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