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La nueva era de los ‘hippies de Goya’, la meca urbana de la artesanía que resiste desde hace treinta años

Más de tres décadas después de su creación, el famoso mercadillo permanente renueva su imagen exterior mientras los vendedores se esfuerzan por mantener la esencia de este oasis comercial, rodeado de grandes cadenas textiles y testigo de los cambios sociales.

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Ana Regina García
Elena Muñoz

Han pasado más de treinta años desde que la madrileña Avenida de Felipe II recibió a sus vecinos más atípicos, un grupo de vendedores que se agruparon para dar forma a uno de los mercadillos urbanos más emblemáticos de la capital. Vendían artículos artesanales, pulseras, pañuelos, collares, cinturones o ropa, en ocasiones traída de la India o Marruecos. Pronto se les empezó a conocer en aquella zona del distrito de Salamanca (y en toda la ciudad) como el mercadillo de los hippies de Goya, en referencia al barrio en que se situaban. Hoy, los hippies de Goya son casi una marca en sí mismos y su nombre estampa los tote bags que cuelgan de algunos de los puestos. Hace unos meses, este mercadillo permanente estrenó nueva ubicación y renovó su imagen exterior, sustituyendo el doble pasillo del espacio anterior por una única hilera de casetas abiertas a la calle.

Varias décadas de historia

La historia de los hippies de Goya comenzó antes de que el mercadillo empezara a ser conocido con ese sobrenombre. Previamente a ser agrupados en la Avenida de Felipe II, los comerciantes vendían de forma individual o en pequeños grupos, repartidos por Narváez, Conde de Peñalver o Alcalá. “Soy de las primeras personas que estuvo aquí”, explica Cinta desde el interior de su caseta, y añade que “originalmente eran puestos aislados en todo lo que era la glorieta. Después se regularizó, se quitaron los puestos que había individuales para montar un mercadillo de estructura que se puso en la Avenida de Felipe II. Ahí hemos estado 32 años”. Tras las obras realizadas en toda la zona, finalizadas el pasado mayo después de casi un año, el mercadillo ha cambiado su estructura de doble pasillo por una disposición lineal de los puestos. Mientras duró la obra, las casetas ocuparon un lugar temporal cerca del Palacio de los Deportes (WiZink Center). “Todos los cambios y mudanzas requieren un proceso y en eso estamos”, explica Marga, bilbaína de nacimiento y vecina de la Avenida de Felipe II, donde regenta un puesto que lleva su nombre. “La gente tiene que ir dándose cuenta del cambio. Con el traslado de la obra, alguna gente se pensó que nos habían quitado ya”, comenta.

La plaza no es lo único que se ha transformado a lo largo de las décadas. Desde sus puestos, los vendedores han sido testigos de cómo han ido cambiado los hábitos de compra de sus clientes, reflejo de una inevitable metamorfosis social. El comercio electrónico no existía en los albores del mercadillo, tampoco los consumidores estaban habituados a cierto tipo de artículos y el fast fashion todavía no había moldeado la forma de comprar ropa de buena parte de la sociedad. “Originalmente, cuando empezamos a vender, cualquier cosita era una novedad, estábamos hablando de una sociedad que era muy poco consumista. Entonces, unos pendientes, hacían ilusión. Ahora mismo el nivel de oferta que hay es enorme, el mercado está saturado de artículos, en todos los sectores”, rememora Cinta, propietaria de un puesto repleto de sombreros.

El ‘Rastro’ de la moda y los accesorios

La moda, los accesorios, la joyería y la bisutería siguen siendo en líneas generales las categorías recurrentes en el mercadillo. Ante esta variedad de artículos, el público también es bastante heterogéneo. “Yo tengo variedad de clientes desde siempre, y creo que todos en general la tenemos. He perdido la cuenta, pero tal vez en mi caso esta sea la tercera generación a la que vendo. Disfruto enormemente del hecho de haber conocido aquí a chavales que no llegaban ni a la mesa y que hoy todavía siguen viniendo, con sus novias incluso. Es precioso, me siento muy agradecida por ello”, cuenta Marga. Unas casetas más allá está el puesto de Arifur, otro veterano de los hippies de Goya que  empezó a trabajar en su puesto para ayudar a sus padres, antes de hacerse él mismo con las riendas del negocio. Coincide en la diversidad de clientes, aunque matiza algunos cambios respecto al anterior emplazamiento: “Antes teníamos una clientela, en la otra ubicación, bastante joven y ahora con este nuevo paseo, después de las obras, viene un poco de todo, también personas mayores que antes en el espacio pequeño que teníamos no se aventuraban a entrar. Ahora es un espacio más abierto y accesible”.

A principios de los años 2000, este mercadillo urbano se convirtió casi en un lugar de peregrinación para muchos jóvenes madrileños, que llegaban desde otros barrios y municipios a la Avenida de Felipe II en busca de collares, cinturones, mochilas… Los atestados puestos de los hippies de Goya se convirtieron en el epicentro de las tendencias adolescentes en materia de accesorios dosmileros. Paula, de 28 años, recuerda que ir a los hippies de Goya era “el planazo de viernes” cuando tenía 12 o 13 años: “Nos acercaba algún padre, comprábamos algo y nos tomábamos un Starbucks. Solía comprar pulseras de bolitas de madera, colgantes de cuerda con adornos XL (como el famoso elefante o la concha de nácar), pañoletas de efecto desteñido, bolsos de tela con estampado de flores surferas, cinturones trenzados… pura moda Y2K”. Elena, de 34 años, era otra de las clientas asiduas en aquella época: “Iba siempre con mis amigas del colegio, con 15 años o así. Era mi plan de todos los sábados, ir a merendar a Madrid, quedar por la zona y pasar por los hippies. Recuerdo llevarme pendientes largos, cinturones, pendientes de coco… No he vuelto a ir, no sé si seguirán, pero me encanta pensar en ellos, eran simpatiquísimos”.

El pequeño comercio frente a gigantes textiles

La zona forma parte de un poderoso espacio comercial, con bastante tránsito de gente entre las tiendas y restaurantes del barrio, pocos de los cuales pueden igualar en longevidad al mercadillo. Los hippies de Goya resisten, como los galos contra los romanos, en un área comercial repleta de grandes cadenas textiles, con El Corte Inglés, Zara o H&M a pocos minutos andando. Tampoco pueden rascar el bolsillo de los turistas. Si bien el conjunto escultórico Dolmen de Dalí, situado a escasos metros de las casetas, atrae de vez en cuando a foráneos, el público es mayoritariamente nacional. “Viene gente tanto del barrio como de otras zonas, turismo hay poco en este lugar, aunque se va viendo cada vez más, imagino que por saturación del centro, que ya hasta los propios turistas huyen de eso”, dice Cinta.

Con el invierno en el horizonte, los días de lluvia y frío amenazan las ventas del mercadillo, con la excepción de las semanas previas y posteriores a Navidad, una época de más trabajo. La nueva disposición de las casetas, abiertas al público, ofrece un espacio más amplio, pero con la bajada de temperaturas evitar el frío será más complicado. “En el emplazamiento antiguo de toda la vida teníamos un techo común de dos pasillos, era un microclima. Lo que he visto aquí los días que llueve es que esto se vacía. Si ese día cierras lo tienes ganado, un día de lluvia aquí creo que va a ser más complicado”, vaticina Arifur. En el caso de Cinta, se muestra “encantada” de haber dejado atrás el doble pasillo, pero en su opinión “la imagen del otro mercadillo era lo que buscábamos, un mercadillo urbano, más divertido…”.

Las persianas echadas en algunas de las casetas son la prueba de que el mercadillo no se rige por un horario unificado. Los dueños de los puestos se organizan como quieren y pueden. Normalmente, se abre de lunes a sábado en jornada partida, aunque hay quien también abre los domingos, sobre todo si hace falta levantar las ventas del mes. Durante estos años, algunos puestos han echado el cierre, ya sea por motivos económicos, de salud o por jubilación, pero a pesar de esas variaciones se mantiene casi el mismo grupo de los inicios. Toda una vida compartida. “Como en todo vecindario o en cualquier colectivo, hay relaciones mejores  y otras más complicadas, es lo que hay en cualquier portal, hay compañeros con los que congenias más y compañeros con los que no tanto. La cosa es saber llevarlo”. Con más de treinta años a sus espaldas, los hippies de Goya afrontan nueva etapa y a pesar de que las casetas actuales, de color gris industrial, han restado singularidad al espacio, sus vendedores se esfuerzan por mantener la esencia del mercadillo.

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