José Manuel Ferrater: “Las grandes modelos exigen mucho y te lo dan todo. Ahora no hay ‘tops’, ahora hay Kardashians”
El Museo de Traje ha adquirido el archivo del barcelonés, que ha retratado a Naomi Campbell o Linda Evangelista, como punto de partida para ampliar su colección de fotografía de moda. Una exposición en 2024 revisará su más de medio siglo de trayectoria. Él mismo nos explica la evolución de su trabajo.
“Cuando empecé a hacer fotografía de moda en España era el Far West. Yo maquillaba, mi primera mujer peinaba, la ropa la comprábamos en Londres o en sitios de viejo, en aquella época no había estilistas…”, recuerda José Manuel Ferrater. Ante su objetivo han posado tops como Naomi Campbell, Amber Valletta o Linda Evangelista, su particular visión ha estado detrás de campañas de Loewe, Nike, Zara, Armand Basi o El Corte Inglés. Ese archivo fotográfico, que suma 200.000 imágenes y filmaciones realizadas entre 1971 y 2022, ha sido adquirido ahora por el Museo del Traje, que lo presentará en público con una exposición prevista para otoño de 2024. Cuenta su directora, Helena López de Hierro, que el barcelonés se puso en contacto con la institución para vender su archivo justo cuando en el centro llevaban más de un año pensando en prestar más atención a esta disciplina. “La idea es que esto sea un punto de partida para ampliar la colección”, precisa. Para ella, “la fotografía de moda sirve para completar el círculo, porque permite hablar de toda la parte comercial que está ligada a la producción de la moda, subrayar que no se acaba en la prenda, no termina su vida en la tienda o en un armario”.
El fotógrafo quería “buscarle cobijo” a su colección, y este centro que depende del Ministerio de Cultura le pareció el refugio adecuado para sus cajas llenas de negativos y polaroids: “Yo soy un fotógrafo de moda, no me veo en un archivo de fotógrafos, a veces ahí eres de tercera clase”, asegura, “quería estar donde mi materia prima, con vestidos y trajes, con Balenciaga, con Dior”. Sus imágenes completarán el discurso expositivo, sostiene De Hierro: “Exhibimos la ropa de una manera estática por motivos de conservación, pero está hecha para ser llevada, movida, y ahora vamos a verla así gracias a estas fotografías”. Clara Berastegui, jefa del Departamento de Documentación, lleva catalogando desde diciembre el material. “En Ferrater hay una característica fundamental, la fuerza, que es expresividad a veces y otras ausencia total de la misma. A veces es sensualidad, otras alegría pura. Movimiento o quietud… En cada caso se manifiesta de una forma distinta”, analiza. El blanco y negro suele servirle al fotógrafo para enfatizar dicha fuerza, que en sus inicios se vio abocado a él como recurso técnico: “Con internet y el Photoshop se dominan mejor los colores, pero cuando empecé el color era difícil, no podíamos trabajar con la mejor película de Kodak, que se tenía que revelar en París, un riesgo, porque se podía perder o rayar. Además, para mí el color ha aportado siempre desorden, un poco de cursilería”.
Ferrater nació en 1948, asegura que esa forma bicolor de afrontar su fotografía surgió del contexto histórico. “Toda mi vida había sido en blanco y negro, los periódicos, el cine, con lo cual el color ha sido casi un enemigo, incluso en mis cuadros”, reflexiona. Asegura que la moda siempre le atrajo, “con 16 años era un fashion victim absoluto, tenía un grupo de amigos franceses en La Escala y cuando se iban les compraba su ropa, que aquí no existía, y tenía cerca Perpiñán, donde iba a comprar revistas de moda”. Además, uno de sus abuelos, Manuel de Lambarri, fue dibujante del Vogue francés en los años veinte, a la vez que militar. “Vengo de una familia de generales raros, me eduqué en los jesuitas, donde suspendía siempre, era un inadaptado, porque allí la creatividad era algo prohibido. En 1968 llegué a EINA y los profesores que tuve allí me abrieron la mente, era la Gauche divine, lo mejor que ha pasado a nivel creativo en Barcelona. Nos daba charlas Umberto Eco, Gabo [Gabriel García Márquez] se paseaba por allí…”, rememora. Esa modernidad dio un giro a su vida, cuenta que su primer trabajo en moda fue para Ferrer i Sentis, cuyo diseñador entonces era Claude Montana. “Hice las fotos como pude, en la iglesia de un pueblo, entre unas dunas, en un basurero… Y la directora de moda de la empresa, una francesa exquisita, me dijo que eran fantásticas mientras comía ostras y bebía champán”.
Las campañas de marcas y editoriales de revistas “vendían sueños” plasmados por los fotógrafos, dice Ferrater. “A partir de los setenta hay un cambio en cómo se concibe la fotografía de moda, empieza a haber una narrativa, ya no son imágenes sueltas para ver las prendas y cómo quedaban, sino que se da vida a la indumentaria, se convierte en objeto de deseo”, subraya Berastegui. Poco después, en los ochenta, Ferrater comienza a trabajar con la revista italiana Donna, “la mejor del mundo en ese momento”, apunta. Considera que entonces vivió la época dorada de su profesión: “Fue cuando los fotógrafos de moda fuimos más libres”. En los noventa llegaron las supermodelos y muchas posaron para él, ríe al recordar que Linda Evangelista le manchó la camisa con el esmalte de sus uñas recién pintadas al darle un abrazo. “Las grandes modelos exigen mucho y te lo dan todo, tienen la fuerza que a mí me gusta. Era fantástico trabajar con ellas. Ahora no hay tops, ahora hay Kardashians”, lamenta. Al revisar esos trabajos pasados para el Museo del Traje, “un testamento en vida”, está reviviendo esas sesiones, todas centradas en atrapar la esencia de sus protagonistas. “Yo soy parco en los fondos, voy al personaje. Disparo sin trípode y soy muy veloz. Soy un explorador, un cazador”.
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