El dilema de los ‘trajes para engordar’ en el cine: Jared Leto y Sarah Paulson avivan el debate
Los ‘fat suits’ son tan viejos como el cine pero solo ahora empiezan a señalarse como insultantes desde el activismo contra la gordofobia, que reclama que esos papeles sean para actores con sobrepeso.
Muchos pasaron por el mismo proceso al ver el comentado tráiler de House of Gucci a principios del verano. Ahí estaba Lady Gaga, haciendo su ya famoso signo de la cruz (carne de Gif), y ahí estaba también Adam Driver, con su look de industrial del Norte de Italia en los años ochenta. Por el tráiler van desfilando las estrellas del filme: Jeremy Irons, Al Pacino, Salma Hayek ¿Y Jared Leto?, ¿no salía Jared Leto en esta película? Solo tras varios visionados o vía chivatazo se caía en la cuenta de que el señor mayor calvo con barriga que dice, con un acento italiano de chiste, “you picked a real firecrackerrr” es el Joker de La liga de la Justicia, Jordan Catalano himself, el hombre de la melena a lo Jesucristo del que tantas veces se ha dicho que es imposible que tenga la edad que tiene, 49.
Leto está echando mano en la película de Ridley Scott de uno de los trucos más viejos de la historia del cine, afear a un intérprete muy famoso, al que los espectadores conocen de sobra con otra cara y otro cuerpo, para acentuar el valor de su interpretación. Qué valentía la de esta persona, quieren que pensemos, que está renunciando durante dos horas a su belleza canónica en pos de la interpretación y se coloca ahí en primer plano exhibiendo sus taras temporales. Qué arte, qué oficio.
En el caso de la talla, hay dos maneras de llegar ahí, claro. La primera es engordar con una dieta específica, a lo Robert de Niro en Toro salvaje, Renee Zellwegger para la saga Bridget Jones, Ewan McGregor en Fargo o George Clooney en Syriana. La segunda es tirar de traje prostético o fat suit, un relleno que te añade barriga, culo, caderas y lo que haga falta. Leto no está ni mucho menos solo. Sarah Paulson ganó 13 kilos pero además usó fat suit para interpretar a Linda Tripp, la mujer que grabó las cintas de Monica Lewinsky y desencadenó todo el caso en American Crime Story: Impeachment, que acaba de estrenarse en Estados Unidos. Jessica Chastain echó mano también de elementos prostéticos para convertirse en Tammy Faye Baker, una teleevangelista cristiana que perpetró un fraude en los ochenta y se acercó a los enfermos de sida a pesar del mandato de su Iglesia. La película, Los ojos de Tammy Faye, se verá este otoño.
Los rellenos para parecer más gordo se han utilizado siempre y tuvieron una época especialmente fértil en los noventa y los dosmiles –“Mónica gorda” en los episodios del pasado de Friends, Gwyneth Paltrow en Amor ciego, Eddie Murphy en cualquier película– pero solo ahora están empezando a cuestionarse como un elemento gordofóbico. De hecho, Sarah Paulson tuvo que salir al paso y disculparse por haber usado prostéticos en Impeachment. En una entrevista con Los Angeles Times, la actriz dijo: “Es difícil para mí no hablar de esto sin que parezca que estoy dando una excusa. Hay mucha polémica en torno a los actores con fat suits y creo que es legítimo. La gordofobia es real y hacer ver que no lo es solo causa más dolor. De lo que más me arrepiento es de no haber pensado en esto más a fondo, y es importante para mi pensarlo y reflexionar”. A Paulson le preguntaron por las críticas que surgieron ya cuando se vio la primera imagen suya caracterizada como Linda Tripp ¿por qué no le daban ese papel tan jugoso a una actriz que ya tuviera el peso adecuado? “Quiero pensar que hay algo en mi que me hace adecuada para el papel, y que la magia del departamento de peluquería y maquillaje y vestuario y fotografía ha sido parte de cómo se hace el cine desde que se inventó ¿Debería haber dicho que no? Esa es la cuestión”.
El debate al que alude es una nueva versión del que se va regenerando en los últimos años en el cine: ¿debe un intérprete que no sea gay, o trans, o neuroatípico, o del color de piel adecuado, o con alguna discapacidad aceptar un papel que caiga en una de esas categorías, sabiendo además que a cualquier actor o actriz con esas características va a costarle más hacerse hueco en la industria? La diferencia quizá es que el peso es algo en principio más fluctuante ¿O no?
“La gente delgada cree que los gordos son simplemente versiones fallidas o enfermas de sí mismos”, apunta Virgie Tovar, activista contra la gordofobia y autora del libro Tienes derecho a permanecer gorda (Melusina / Txalaparta). “El fat suit simboliza una fascinación discriminadora con los cuerpos gordos y con el mito de que la gente gorda no es real, que secretamente son vagos o gente delgada enferma. La gente gorda no es gente delgada, de la misma manera que las personas rubias no son personas morenas con una deficiencia del color. Los prostéticos son ofensivos y promueven la idea problemática de que ser gordo es temporal, que no es el caso para la mayoría de personas que se mueven en cuerpos más grandes”. Tovar tiene claro que esos papeles deberían ser para actores gordos, pero además que la industria del cine tiene pendiente dejar de contar historias que se apoyen en la gordofobia. “Y, personalmente –añade–, nunca he visto un fat suit en pantalla que no est´epromoviendo un punto de vista discriminador. Solo los veo usados para reírse de la gente gorda, para retratar a los gordos como personas ajenas y con las que no se puede empatizar y para señar un éxito del personaje si consigue adelgazar o un fracaso si le ocurre lo contrario”.
Tovar habla su libro habla de cómo prostéticos facilitan la identificación de la audiencia sin el “horror” de tener que empatizar con una persona gorda. “Los espectadores saben que debajo del relleno hay una persona delgada a la que pueden apoyar sin violar las reglas culturales que dictan el odio a los gordos”, dice. Lo mismo ocurre dentro de la ficción cuando el fat suit como herramienta del “antes”. Al espectador de Friends le tranquiliza saber que la Monica gorda de adolescente se convirtió después en una veinteañera esbeltísima y, ya en las últimas temporadas, cuando Courteney Cox y Jennifer Aniston experimentaron una bajada de peso muy llamativa, en una treintañera preocupantemente delgada. La gordura de la Monica adolescente sirve para explicar por qué es tan neurótica de adulta, en la lógica de la serie, porque la obesidad casi siempre va asociada en los guiones al trauma o al desequilibrio.
Para la cómica Penny Jay, que suele hablar de gordofobia en su trabajo, el problema no está tanto en los intérpretes delgados que aceptan estos papeles sino en las dinámicas que llevan a que ocurra esto. “Es que , ¿cómo van a encontrar a un actor con ese nivel de fama que sea gordo?”, se pregunta. “Si no está permitido. Si hasta Jack Black, Jonah Hill y Adele han adelgazado”. Y apunta: “En Dando la nota, el personaje de Rebel Wilson, que también ha adelgazado, por cierto, se llama Fat Amy, no vaya a ser que no te enteres de que está gorda. Amy Schumer ha contado cómo le hicieron adelgazar hasta para hacer su propia película. Yo misma tengo sobrepeso y a menudo me planteo que si sigo creciendo va a llegar el momento en que tendré que adelgazar, para acceder a según qué sitios”. La cómica reclama que si empiezan a escribirse papeles para intérpretes de todas las tallas, estos vayan más allá de “hacer cosas de gorda, como llorar y comer donuts”.
Un problema añadido en el uso de rellenos prostéticos es que lo que se percibe como fealdad y transfiguración pasa a formar parte de la mitología del casting. Cuando un actor o actriz de talla normativa acepta el desafío de aparecer gordo en pantalla, eso pasa implícitamente a ser una de las líneas de promoción de la película o de la serie. “La primera vez que me vi gorda en pantalla, paré el rodaje y me fui gritando a otra habitación”, dijo January Jones cuando los guionistas de Mad Men decidieron disimular su embarazo en la vida real inventando una línea de guion en la que Betty Draper sufría un problema de tiroides y ganaba mucho peso, lo que la sumía en la depresión. Entonces se especuló mucho en la prensa con que Matthew Weiner, el creador de la serie, y los guionistas detestaban a Jones y que no se les había ocurrido peor castigo para ella que hacerla aparecer gorda. Gwyneth Paltrow dijo en 2006, cuando promocionaba la película Amor ciego que por primera vez había entendido lo que significa no ser bella, que iba por los pasillos y se sentía invisible. Chris Hemsworth explicó que nunca se había llevado tantos abrazos como cuando se puso un prostético para una escena en la que interpreta a un Thor obeso en Vengadores: endgame. “Me sentía como Santa Claus”. “La audiencia sabe que Hemsworth es un tipo hipermusculoso, pero, ¡mira qué gordo sale aquí! Toda la comedia se basa en esa diferencia entre el cuerpo normativo y el prostético”, decía al respecto Barbara Plotz, la autora dellibro Fat on Film: Gender, Race and Body Size in Contemporary Hollywood Cinema en este artículo de Jezebel. En el libro, Plotz analiza más de 50 películas contemporáneas, desde Transformers hasta Dando la nota para fijarse en qué lecturas se hace de la gordura en pantalla, desde la narrativa de la “pandemia de la obesidad” a la idea del gordo como outsider.
El intérprete que adelgaza para un papel no recibe la misma atención que el que engorda, apunta Penny Jay. “Cuando pierden peso o cuando se mazan para hacer de superhéroes se ve como algo victorioso. En cambio, cuando engordan, se les dice: vaya, qué vacaciones, habrán sido los tres mejores meses de tu vida”. Leto, que no engordó ni un gramo para hacer de Paolo Gucci, sí adelgazó 18 kilos para el papel de Rayon, una mujer trans toxicómana y enferma de sida. El papel, es sabido, le valió un Oscar, pero también algunas críticas incipientes por acaparar un papel que podría haber sido para una actriz trans. En el caso de Jared Leto haciendo de Paolo Gucci se da la paradoja de que Gucci era calvo pero no especialmente gordo, de manera que Leto y Ridley Scott podrían haberse ahorrado el fat suit de la polémica.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.