De símbolo opresor a prenda feminista: por qué ha vuelto el corsé precisamente ahora
Marcas muy distintas entre sí han añadido esta prenda a sus colecciones de la temporada pero con una lectura muy distinta a la tradicional. La que antes fuera la pieza diseñada para cumplir con imposibles ideales de belleza y feminidad hoy sirve para desmontarlos.
La alfombra roja no suele ser el germen de tendencias populares, pero parece que la que se desplegó en la última gala del MET, el pasado mayo sí ha tenido su efecto sobre las pasarelas. La temática elegida, ‘Gilded Age’ o Edad dorada, lo finales del siglo xix norteamericano hicieron que muchas celebridades echaran mano de brocados, faldas ampulosas y, por supuesto, de corsés. Meses antes, en Tik tok se viralizaba el #regencycore, indumentaria inspirada en el periodo de la Regencia y auspiciada por la popularidad de dos series: ‘Los Bridgerton’ (Netflix) y ‘La Edad Dorada’ (HBO). La búsqueda de corsés crecía, según la plataforma de datos Lyst, un 60% durante los meses de la pasada primavera. Y aunque algunas marcas ya los incluían en sus colecciones del pasado año (movidas en parte por el auge de la estética abiertamente sensual y maximalista de los primeros 2000) es en las colecciones de este invierno y de la próxima primavera donde el corsé es uno de los protagonistas: está en las propuestas de sospechosos habituales, que han utilizado esta prenda de forma recurrente en su trayectoria, como Vivienne Westwood o Dolce & Gabbana, pero también en firmas con identidades eclécticas, de la muy minimalista Khaité al surrealismo de thom Browne, la aparente simplicidad de Ralph Lauren o la muy feminista Dior. En esta última, Maria Grazia Chiuri resucitaba el corsé (y hasta la crinolina) para hablar del poder y la audacia de Catalina de Medici. Su mensaje, en definitiva, era muy opuesto al de Christian Dior, que con su New look de 1946 volvió a ajustar la cintura para hablar de glamour y belleza femenina en su sentido más clásico. Y es que de algún modo, la que fuera la prenda más controvertida, por opresora, de la historia, ha vuelto con un significado muy distinto al que tuvo en su época de apogeo, mediados del siglo XIX.
Aunque los primeros corsés datan de la Grecia antigua, del siglo X a.C, fue durante la Edad Media cuando se empezó a considerar la cintura estrecha como un ideal de belleza, pero los muy aparatosos, compuestos hasta de más de cien huesos de ballena, pertenecen a la época victoriana, momento en el que no se ‘premiaba’ solo la silueta del reloj de arena, también la postura. Como cuenta Thorstein Veblen en su libro ‘Teoría de la clase ociosa’ la incomodidad estética tenía una raíz económica: tras la Revolución Francesa, en una época si leyes suntuarias que marcaran la indumentaria por rango aristocrático, el auge de la burguesía como clase imperante se tradujo en el traje de chaqueta clásico para ellos (expresión de la austeridad y el esfuerzo meritocrático, los nuevos valores sociales) y en estrechos corsés y amplisima faldas con crinolinas para ellas, quienes llevaban, literalmente, el peso del dinero de sus maridos. No moverse, es decir, disfrutar de ocio, simbolizaba cuentas corrientes saneadas. La moda, que por entonces funcionaba contagiando desde las clases altas a las más bajas, el llamado efecto trickle down, pronto hizo que la prenda se popularizara ampliamente. Surgieron tratados clínicos hablando de los efectos colaterales de la prenda (desmayos, problemas respiratorios, lesiones en el estómago…) y, en Reino Unido, el llamado Movimiento de Reforma del Traje, cercano al arts and crafts de William Morris, reivindicaba una indumentaria femenina funcional que facilitara el movimiento. Pero no fue hasta los años veinte del siglo XX, cuando las flappers se desembarazaron del corsé en pos de una vida más libre, en la que s eles estuviera permitido ocnducir, fumar, bailar y coquetear y, por lo mismo, lleva runa indumentaria más adaptada a sus necesidades. La más flapper de todas las flappers, Coco Chanel fue la que en aquel momento, revolucionó la moda imaginando a una mujer activa con un uniforme (traje de chaqueta, bolso cruzado, zapato plano, vestido recto negro…) pensado para actuar y no solo para recibir miradas. Los años 40 y 50 cambiaron el corsé por una mucho más cómoda faja, poco a poco las cinturas fueron recuperando su extensión natural y no fue hasta los ochenta cuando el punk resucitó la prenda.
Lo hizo Vivienne Westwood, en 1987, cuando diseñó uno inspirado del siglo XVIII y lo convirtió en prenda exterior. Desde que se apartó de su tienda Sex, Westwood comenzó a trabajar el revisionismo histórico para resignificar sus símbolos, algo que ya había hecho con el atuendo diario del punk. Con ella, el corsé, ahora llevado por fuera (y hecho de lycra), se convertía en expresión de libertad sexual. Tal fue el éxito que, desde entonces, no ha habido colección de la británica en la que no apareciera, al menos, un corsé. De hecho, con el regreso de esa estética a las pasarelas, el archivo de Westwood se ha convertido en uno de los más cotizados. Aunque quizá, en el imaginario colectivo, el corsé contemporáneo le pertence a Madonna y a su Blonde Ambition Tour de 1990. Jean Paul Gaultier ya había echado mano de la prenda (al igual que Mugler) en un par de colecciones anteriores: “Cuando me llamó la primera vez, en 1989, dos días antes de mi desfile, pensé que era una broma. Como era un gran fan, supe lo que quería inmediatamente: un traje que mezclara lo masculino y lo muy femenino”, contaba el diseñador en una entrevista con the new york times. El resultado, a diferencia de el de Westwood, fue mucho más agresivo, de eso trataba; de hablar abiertamente de sexualidad y poder, incluso de dominio, con una prenda que había servido tradicionalmente para lo contrario.
“Es sensual, es punk, es irreverente” contaba Alexia Elkhaim, fundadora de la marca Miaou, tras su desfile debut en París. Elkhaim ha convertido el corsé en el protagonista absoluto de su trabajo y en prenda de culto para Julia Fox, Kim Kardashian o Billie Eilish. Los de la artista Michaela Stark, a medida, subvierten enteramente su función: resaltan michelines y otras realidades de la silueta femenina en lugar de oprimirlas. “Me interesaba que una pieza tan simbólica y tan controvertida fuera la base para hablar de la realidad de nuestros cuerpos”, comentaba Stark en una entrevista a SModa.
Pero el auge del nuevo corsé irreverente no tiene solo que ver con la apropiación del cuerpo femenino. Si se ha convertido en una prenda ubicua en los últimos desfiles es precisamente porque los tiempos piden exceso y revival. No solo porque la respuesta natural al confort forzado de la pandemia haya sido la del maximalismo y, en definitiva, el uso de la moda como herramienta de expresión individual; también porque, en tiempos de incertidumbre social y económica, las pasarelas suelen retratar un fingido optimismo a golpe de prendas alejadas del uniforme anodino y funcional. Si la crisis de 2008 fue la de las heroínas galácticas de Ghesquière en Baenciaga, las enfermeras dominatrix de Marc Jacobs en Vuitton o la vuelta a la lday de los 50 de Frida Gianini en Gucci, el panorama de 2023 es el de las transparencias, los brillos y los corsés.
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