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Corsés de Gaultier, joyas de Vivienne Westwood y chaquetas de Thierry Mugler: la obsesión por comprar moda de archivo

Mientras en las plataformas de reventa crece el furor por prendas emblemáticas del siglo XX, algunas marcas y comercios poderosos han decidido comercializar su propio legado. La nostalgia, la sostenibilidad y las nuevas dinámicas de consumo han dado lugar a la compra como coleccionismo.

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El mercado de la moda de segunda mano en Internet movió 20.000 millones de euros el 2020. La pandemia aceleró un proceso que llevaba gestándose un par de años atrás. En el caso del lujo, el grupo Kering compró acciones en Vestiaire Collective, quizá la plataforma de reventa de moda prémium más relevante de Europa, y gigantes del comercio electrónico como My Theresa o Net a Porter se asociaron, respectivamente, con sitios de reventa como The Real Real o Reflaunt. Pero dentro de este mundo ya cada vez más común, se ha dado una nueva tendencia: los compradores de lujo de segunda mano, sobre todo los más jóvenes, no buscan revender o recomprar el bolso del momento o la tendencia del año. Buscan piezas de archivo de hace veinte, treinta o incluso cuarenta años firmadas por diseñadores emblemáticos, muchos ya retirados.

La fascinación por los corsés, las camisas de rayas y otras piezas simbólicas del Jean Paul Gaultier de los ochenta y noventa ha hecho que la propia marca termine por instaurar un servicio de alquiler y compra del archivo de la firma. Un total de más de 30.000 prendas, algunas para alquilar otras para comprar directamente, con unos precios que oscilan desde los 150 euros a los 700 (por el alquiler de un vestido de costura). «Queremos experimentar nuevas formas de comprar y experimentar la moda», contaba a WWD el director gerente de la casa, Antoine Gagey. Jean Paul Gaultier se retiró el pasado año tras cincuenta años en la industria, pero la firma no ha querido nombrar un sucesor permanente. Muy al contrario, su huella es tan profunda que, desde hace unos meses, la enseña prefiere colaborar con distintos creativos para que rediseñen y reinterpreten su legado. Ponerlo a la venta (y en alquiler, otro mercado que despunta) era un paso lógico en su nueva estrategia como marca.

Desde hace algún tiempo, ciertas celebridades, de Kim Kardashian a Cardi B o Bella Hadid, también se están dejando ver en actos de alcance planetario con vestidos de hace veinte o treinta años que crearon diseñadores hoy retirados como el propio Gaultier, Thierry Mugler o Vivienne Westwood. Las redes sociales se han llevado esa tendencia a su terreno: en Instagram hace tiempo que proliferan los perfiles dedicados al archivo de creadores emblemáticos. Desde la cuenta @oldmarcjacobs a @margiela.tab (dedicada solo a los zapatos tabi) y, por supuesto, @oldceline o @tomfordgucci, que homenajean el trabajo de Phoebe Philo y Tom Ford en sus anteriores trabajos. Tik Tok, con mucho más de autobombo que de documentación visual, vuelve a poner de moda cada cierto tiempo (cada vez más corto) piezas de hace años. La última, la joyería entre victoria y punk que creó Vivienne Westwood hace veinte años (y que ya se ha visto en el cuello de Rihanna o Dua Lipa). «Las búsquedas de bolsos de Westwood han crecido un 310% en el último mes», contaba al respecto Tristan Young, CMO de Poshmark, una plataforma de reventa de moda de firma, en un reportaje del New York Times dedicado al renovado furor por la creadora británica.

El pasado verano, Etsy, la plataforma de compraventa de artesanía y vintage, compró la app británica de reventa DePop por 1.600 millones de dólares. La diferencia entre DePop y otras aplicaciones similares es que en ella el 80% de los usuarios pertenecen a la Generación Z. Allí se compran y venden, sobre todo, prendas customizadas, piezas de estilo Y2K (es decir, la estética de los primeros dos mil) y muchas joyas de archivo: «En estos años he aprendido que a las nuevas generaciones les interesa la moda como forma de expresión individual. Son increíblemente imaginativos», afirmaba su CEO, María Raga, en una entrevista en S Moda.

En una industria que, desde hace años, funcionan sin grandes tendencias o guías de estilo marcadas y con un grueso de clientes cada vez más nostálgicos (incluso de épocas que no vivieron) y con mucha más información que en décadas anteriores, las marcas no necesitan volver a poner de moda estilos pretéritos, como acostumbraban. Necesitan, directamente, rebuscar en su propio pasado. Mientras Farfetch abría una sección de archivo (que no segunda mano) la pasada primavera, el mes pasado, Machine-A, la tienda británica que en estos últimos tiempos se ha convertido en el templo de la moda más vanguardista, anunciaba su asociación con Byronesque, quizá la tienda de archivo más importante de la actualidad. ¿Qué hace un comercio de diseño emergente uniéndose a una plataforma que glorifica el pasado? Dirigirse a las dos obsesiones de su joven clientela: conseguir las nuevas adquisiciones de firmas urbanas que se venden en edición limitada y  combinarlas con piezas emblemáticas que cotizan al alza en los círculos de Instagram y TikTok. «Y trabajar sobre la idea de que recomprar y revender cuando no utilizas algo es lo más sostenible. Estas son piezas que colecciones y, al mostrarlas en Machine-A, las bajamos del pedestal», explicaba Gill Linton, CEO de Byronesque, a Business of Fashion.

Del museo al armario. La nueva moda es comprar un pasado que ya no solo se mira; se toca, se lleva puesto y se colecciona. A fin de cuentas, esa idea que sobrevuela en estos meses, de consumir únicamente cosas que puedan pasar de generación en generación, se sobredimensiona cuando hablamos de iconos de hace décadas. Piezas que no se revalorizan tan rápido como unas zapatillas de edición limitada, pero que con el tiempo, y con el capricho de las modas, pueden llegar a alcanzar hasta diez veces su valor en la reventa. La idea de ‘compra como inversión’ nunca fue tan literal. Ni la de la moda como arte, porque puede que esta no sea lo mismo, pero se empeiza a comprar, poseer y coleccionar como tal.

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