La historia de la chaqueta encerada: del armario de Alexa Chung a los políticos conservadores pasando por Zara o Prada
¿Qué tiene esta prenda para atraer por igual a agricultores, reinas, estrellas del rock, firmas de lujo y gurús de la ultraderecha?
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Si la chaqueta encerada entrara en un diccionario, exigiría una larga lista de definiciones. En la primera aparecería Barbour, la marca británica que la ideó como prenda utilitaria para marineros y agricultores hace 130 años y que después la convirtió en sinónimo de clase (alta, se entiende). En las siguientes acepciones se añadiría una cita de la revista Vanity Fair: “Este tótem es diferente a otros por una sencilla razón: es muchos tótems”. A continuación, aparecerían referencias muy dispares conectadas por esta pieza de abrigo, desde la quintaesencia de la vida de campo inglés hasta los últimos desfiles de Prada, porque la parka con acabado de cera es un tipo de objeto que atraviesa familias, generaciones, clases sociales, fronteras e ideologías políticas. La han llevado por igual personajes tan aparentemente en las antípodas como el líder de los Artic Monkeys, Rodrigo Rato o la reina Isabel II. Es más inglesa que la lluvia y casi tan universal que los vaqueros Levi’s. Es masculina y es femenina, para niños y para ancianos. Existen versiones de lujo y opciones asequibles: en Barbour por 1.000 euros y ahora mismo en las perchas de Zara por 69,95 con el cartel de “pocas unidades”.
Sus coordenadas básicas son reconocibles a simple vista: una prenda de abrigo, que a menudo llega a la cadera (aunque existen modelos más largos), habitualmente en color verde oscuro, realizada en algodón con acabado encerado (o que lo simula), con el cuello de pana o cuero en tono marrón, bolsillos de parche (y, en algunos diseños, inclinados) y cierre con cremallera. Y un detalle fundamental: es una chaqueta que nunca, bajo ningún concepto, debería parecer nueva.
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Por qué cuesta lo que cuesta
Para hacerte con una chaqueta Barbour de línea clásica, hay que desembolsar unos 400 euros -como en el caso de los modelos Beadnell o Beaufort-, aunque algunos diseños más exclusivos con detalles premium -como la Classic Durham o la Sartorial- pueden alcanzar los 500. Si hablamos de ediciones especiales y colaboraciones con otras marcas de moda -Barbour x Alexa Chung o Barbour x ERDEM, por ejemplo-, el precio sube hasta los 800, al nivel de las versiones más técnicas diseñadas para la caza, la pesca o la equitación. La selección es importante, ya que la marca ofrece más de 100 modelos disponibles en su web oficial.
Una de las claves del precio de Barbour (que excede a la infinidad de chaquetas que se pueden encontrar en muchísimas marcas y cadenas) está en su fabricación. La marca británica produce unas 600 chaquetas diarias en su fábrica de Simonside, en South Shields, Inglaterra (al año salen de ahí hasta 100.000 piezas), empleando largos procesos de trabajo con detalles de artesanía. Aunque con el tiempo la marca ha estandarizado e incrementado su producción, las chaquetas -especialmente las de alta gama- se siguen ensamblando en gran parte a mano en esta sede al norte de Inglaterra. Es decir, se tratan de una manera más cercana al lujo que a la producción masiva.
Los materiales también juegan un papel importante: una Barbour se produce utilizando un tipo de algodón grueso que se impregna de cera, lo que la hace resistente al agua y al viento, y lo que, además, aporta una pátina única que irá cambiando con el tiempo. El proceso de encerado es una técnica bastante laboriosa y cada chaqueta debe ser cubierta uniformemente con una cera especial.
Todo esto está conectado a su distribución: controlada, no se vende en todas partes, solo en tiendas Barbour y algunas tiendas o almacenes -como El Corte Inglés en España, por ejemplo-, lo que le da un aire de exclusividad que también se traduce en el precio.
Frente a la clásica Barbour, ahora mismo es posible encontrar alternativas en todo rango de precios, desde los 69,95 euros de la chaqueta larga y verde que Zara ha sacado en su nueva colección, hasta los 3.980 euros de la versión de lujo hecha por la marca italiana Miu Miu, a la venta en templos online como My Theresa.
Los orígenes
Como sucede con otras prendas totémicas del guardarropa (como los pantalones vaqueros o el abrigo peacoat), la chaqueta encerada nació por una cuestión práctica. John Barbour nació en Galloway, al sureste de Escocia, en 1849, en una región donde los impermeables eran esenciales. Cuando en 1894 abrió su primera tienda, John Barbour & Sons, en South Shields, no podría imaginar que sus chaquetas enceradas, pensadas para pescadores y cazadores contra la lluvia y el viento, acabarían en los armarios de la realeza británica y en los desfiles de Prada.
Su especialidad fue el algodón encerado, una tela que repelía el agua sin perder flexibilidad. Le fue bien: gracias a la venta por catálogo, la marca llegó incluso a América y en 1917, el 75% de sus ventas ya se realizaban a distancia. En los años 30 Duncan Barbour, nieto del fundador y aficionado a las motos, creó una línea específica para motoristas. Fue el nacimiento de la Barbour International, la chaqueta que Steve McQueen convirtió en leyenda. Durante la Segunda Guerra Mundial, la firma diseñó equipación para el ejército británico, y en las décadas siguientes, su expansión fue imparable.
Sin embargo, la gran consagración llegó de la mano de la realeza. En 1974, el duque de Edimburgo concedió a Barbour su primera Distinción Real, reconocimiento que Isabel II otorgó en 1982 y el entonces príncipe Carlos en 1987. Cuando la Reina impuso a Margaret Barbour el título de Dama del Imperio en 1991, lo hizo con una frase que resumía el impacto de su legado: “Estoy segura de que hay una chaqueta Barbour en todos los armarios de Gran Bretaña”. Había sido precisamente Margaret, heredera de la empresa, quien diseñó unos años antes el modelo favorito de la monarca, el Beaufort. Un amor tan sólido que, cuando en 2012 la firma le ofreció una chaqueta nueva con motivo de su Jubileo de Diamante, Isabel II rechazó el regalo. “Prefiero que me arreglen la que ya tengo”, respondió. Porque un Barbour, como el buen lujo, no se reemplaza: se repara.
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Si la reina consolidó su prestigio, Diana de Gales lo convirtió en un fenómeno de moda. En los años 80, las Sloane Rangers –las jóvenes de familias de clase alta que se movían por Chelsea y Kensington en Londres– adoptaron la chaqueta encerada como parte de su uniforme urbano, combinándola con faldas de cuadros y jerséis de cashmere. En los 90, la estética Balmoral –la de la realeza británica en su faceta más campestre– traspasó fronteras y Barbour se convirtió en sinónimo de clase: tanto es así que en aquellos años se convirtió en prenda fetiche de las familias acomodadas en medio Occidente, desde Madrid a Mami.
El siguiente salto de la Barbour era poco previsible, pero resultó del todo efectista. En 2007 el festival de música de Glastonbury era el epicentro de la nueva cool britannia, y en el momento en el que Alexa Chung y su pareja del momento, Alex Turner de los Arctic Monkeys, aparecieron con sus chaquetas enceradas, la prenda se descontextualizó de su pasado aristocrático y aumentó automáticamente su atractivo como pieza de moda. La llevó también Lilly Allen sobre el escenario, y para más inri, se la puso Kate Moss.
Desde entonces la moda ha puesto sus ojos sobre esta chaqueta y, además de las colaboraciones especiales que Barbour ha firmado con celebridades como Alexa Chung o firmas de vanguardia como Ganni, Chloé o Maison Kitsuné, numerosas firmas han recreado sus versiones, de Prada a Zara.
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Olor a rico
Es interesante cómo el olor puede formar parte de la narrativa de una prenda: algo tan intangible como un aroma es capaz de encapsular con muchísima intensidad los ideales con los que se identifica esta chaqueta. A menudo se ha intentado describir a qué huele una Barbour, y de nuevo, las respuestas son muchas. Publicaciones conocedoras del estilo de vida británico como GQ o Esquire, suelen referirse a ese “aroma de campo” o “olor de aventura al aire libre”. El periodista y autor James Fair, en su libro The British Heritage Jacket, también menciona cómo la cera impregnada en la tela aporta una fragancia que es difícil de encontrar en otras chaquetas, asociándola con una sensación de autenticidad y rusticidad.
Lo cierto es que el olor de una chaqueta encerada de Barbour tiene una mezcla bastante única. Podría describirse como una fragancia terrosa y a veces un poco aceitosa, con una sensación de “antiguo” o “rústico”. Huele, en definitiva, a “dinero antiguo”. El proceso de encerado le da un toque ligeramente pesado, con un fondo de madera y cuero, como si llevaras una prenda que ha estado expuesta al viento y la lluvia durante un buen tiempo, pero que además lleva generaciones en tu familia. En un artículo publicado en El País, Raquel Peláez trazaba esta línea entre el aroma de la chaqueta y su carácter aspiracional: “Si fue usted joven en los años noventa recordará que gente que jamás había tenido de cerca un establo, una vaca, un caballo o un pasto, se dedicaba una vez al mes a untar con una cera de inconfundible olor (no desagradable, pero sí penetrante) el abrigo con el que se vestirían el resto de la semana para subir en un autobús o un taxi, entrar en una oficina y al fin y al cabo hacer vida totalmente urbana, dejando un fragante rastro a parafina detrás, eso sí. Era la forma que tenían de confirmar que, por muy lejos que estuviesen de ello, se consideraban de alguna forma miembros dignos de una comunidad a la que no podía pertenecer cualquiera: la de los terratenientes ingleses que supuestamente se ponían estos abrigos”.
En aquella época muchos jóvenes españoles se lanzaron a la estética británica, llevando las versiones más modernas de la chaqueta (habitualmente las Bedale, Beaufort y Border), en las que Margaret Barbour mantuvo el encerado y añadió dos detalles imprescindibles para ser reconocidas a simple vista, el cuello de pana y el forro de cuadros.
En la actualidad, Barbour sigue ofreciendo el servicio de encerado, lo que mantiene su aura de lujo y, también, ese “olor a rico” tan deseado. Así, cuando alguien se pone una chaqueta Barbour, no solo está eligiendo una prenda funcional; está envolviéndose en una especie de aura que va más allá de la apariencia, perceptible muy intensamente a través del olfato. No se trata de un simple aroma físico, sino de una mezcla cargada de historia, estatus, tradición, un recordatorio casi tangible de su prestigio.
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Se encera, no se lava
Y si se estropea, se repara. Porque se hereda. En una ocasión Vanity Fair publicó que el Barbour es como algunos boleros, porque parece que siempre ha estado ahí. Y eso tiene mucho que ver con cómo se cuidan las chaquetas enceradas: un dato importante que conocen todos los poseedores de una es que no se puede meter en la lavadora ni llevar a la tintorería, porque eso estropearía su pátina distintiva y, con ella, lo que representa la prenda. Lo que se hace con una de estas chaquetas es airearla y encerarla.
En la actualidad, se venden ceras de cuidado para este tipo de chaquetas y en la marca británica ofrecen un servicio de reparación y encerado que realizan sus expertos. Como dijo Margaret Barbour en una ocasión, el lujo es aquello que merece la pena reparar.
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De Zara a Prada
La huella de la chaqueta encerada en la moda es evidente en esta misma temporada. En las colecciones del otoño/invierno 2024-2025, muchas marcas se han basado en los modelos funcionales de Barbour para lanzar sus versiones, con distintos acabados: basta ver los desfiles de Prada, Burberry, Loro Piana y Ralph Lauren. Por otro lado, el cuello de pana sigue siendo un detalle clave, con marcas como Burberry, Saint Laurent y Fendi utilizándolo para añadir un toque clásico y campestre a sus diseños. Además, el estilo “outdoor” de lujo sigue ganando terreno y las chaquetas de campo y utilitarias han sido reinterpretadas con tejidos de alta gama, mayor sofisticación y atención al detalle, tal y como se ve en las colecciones de Saint Laurent, Fendi y The Row. En las tiendas se pueden contar en Mango, en Massimo Dutti y en muchas otras.
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¿Es la chaqueta encerada una prenda de derechas?
Hemos hablado ya de un pasado ligado a la realeza británica, a la aristocracia y a la campiña, pero especialmente a partir de los años 80 y 90 la chaqueta encerada traspasó las fronteras a otros estratos sociales. En los últimos años, ciertos sectores conservadores, de la derecha y de la ultraderecha, parecen haberla acogido como uniforme urbano -de la misma manera que hicieron con el chaleco acolchado-, lo que la ha salpicado de tintes políticos. Era la chaqueta de los mítines de Pablo Casado, la que llevaba Rodrigo Rato para salir de la cárcel de Soto del Real en 2020, o con la que ha posado en ocasiones Santiago Abascal -esta en la versión más entallada-. También Javier Ortega Smith se la ponía sobre de sus chalecos.
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De hecho, la chaqueta encerada, concretamente la de Barbour, tuvo que superar cierta crisis de imagen en 2018. El ex consejero de Donald Trump, y gurú de la ultraderecha, Steve Bannon, no se la quitó en toda la campaña electoral para la presidencia estadounidense y se llegó a referir a ella en un mitin como “mi chaqueta de la suerte”. La lució también en aquel documental que le dedicó Errol Morris, American Dharma, que se estrenó en el Festival de Venecia, sobre varias camisas negras, un estilo que al parecer adoptó en la escuela militar. “Creo que Steve Bannon ha matado personalmente a la chaqueta Barbour”, declaró con solemnidad el periodista Matthew Zeitlin en Twitter en agosto de aquel año.
Mientras tanto, la crónica social de nuestro país nos ha dejado otra representación del Barbour. En las páginas de ¡Hola! ha sido habitual ver a la infanta Elena con su chaqueta encerada en competiciones hípicas, o encontrar imágenes de Tamara Falcó llevando una de estas Barbour (de hecho, en 2007 la marca británica la nombró embajadora en España, y a finales de 2024 ella misma sacó una chaqueta de este estilo en su línea de ropa para Pedro del Hierro). Otras referentes en las redes sociales, como la “influencer” Grace Villarreal o la “socialité” Olympia de Grecia, las suelen llevar en sus escapadas a la naturaleza, Sassa de Osma pasea una por Madrid, y se vieron unas cuantas de estas chaquetas en el fin de semana campestre de las influencers españolas que arrasan en París (el círculo de María de la Orden y Branca Miró).
Al mismo tiempo, algunas prescriptoras de estilo en redes sociales utilizan la Barbour en un contexto muy diferente: Leandra McCohen, antes conocía como The Man Repeler, la lleva por las calles más caras de Manhattan. Lucy Williams, icono del estilo londinense, se pone la suya en Instagram. Y es que el mundo de la moda ha mantenido devoción por la prenda. Más allá de los desfiles de las grandes marcas, la chaqueta encerada posee su propio estatus: basta con mirar las últimas fotografías de Street Style que llegan desde Pitti Uomo, la feria de la moda masculina que se celebra dos veces al años en Florencia y que atrae a los invitados que más saben de tendencias en todo el mundo. Allí ha sido omnipresente este mismo mes de enero, combinada de manera muy diferente, lo que le otorga un aspecto más moderno y alejado de ideologías.
A finales de 2024, el debate sobre la derechización de la chaqueta volvió a surgir en la red social, ahora llamada X. “La chaqueta Barbour se está convirtiendo rápidamente en un nuevo símbolo manifiesto de la derecha”, escribía un usuario con el sobrenombre @Neo_Kemalist. Las imágenes de Nigel Farage en una protesta de ganaderos en Londres parecían corroborar la tesis y el tema dio para un largo debate con otros usuarios, desde quien decía vivir en la Inglaterra rural y tener una desde hace 17 años, hasta quien se jactaba de que hay que ocuparse uno mismo de sus bordes externos “igual que cualquier gran nación”.
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Quien puso una perspectiva informada sobre el asunto fue el analista de moda y experto en sastrería masculina Derek Guy, más conocido como @dieworkwear en la red social, que entró a comentar con un hilo que “Barbour siempre ha tenido un código vagamente conservador, especialmente en Europa occidental. Pero eso no significa que no puedas usarlo si no compartes esas opiniones políticas. Todo se trata de conocer las diferentes capas de Barbour”. Guy argumentaba que es cierto que gran parte de esta estética se puede codificar de manera conservadora, de la misma manera que se puede codificar de manera conservadora gran parte de la sastrería “preppy”, “Americana” y clásica, incluso si estas prendas alguna vez fueron usadas por todo tipo de personas. En su opinión, codificar todo en la guerra cultural “es una tontería (…) No creo que sus connotaciones políticas deban impedirte llevar una si te gusta su aspecto. No tienes que ser monárquico para llevar una Barbour; puedes simplemente gustarte el aspecto y llevarla porque te hace feliz”. Y, añadía, si la chaqueta te gusta y esta asociación te incomoda, es útil saber que en gran parte depende del estilo con el que la lleves: poco tienen que ver las chaquetas enceradas anchas, sueltas y desgarbadas vistas en los conciertos de Glastonbury con las entalladas con cinturón y combinadas con perlas que se pueden ver en otros escenarios.
Barbour has always been vaguely conservative coded, esp in Western Europe. But this doesn't mean you can't wear it if you don't share those political views. It's all about knowing the different levels of Barbour. 🧵 https://t.co/j5q7VxxDHa
— derek guy (@dieworkwear) November 19, 2024
¿Y qué opina Barbour al respecto? Bueno, aunque nunca se ha pronunciado directamente sobre este asunto, ni ha desvelado las inclinaciones políticas de la compañía, en su página web oficial reza una declaración al respecto: lo dice la marca: “Para nosotros, la inclusión lo es todo. Desde los pescadores hasta los agricultores. Desde las estrellas de rock hasta la realeza. Desde los habitantes de zonas remotas hasta los de la ciudad. Y todos los que están en el medio”.

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