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Merkel, la estética (triunfadora) de la austeridad

Aunque parezca increíble, la recién reelegida canciller Angela Merkel escoge su ropa a conciencia. Un armario apto para tiempos de crisis, seleccionado para transmitir valores como sobriedad y coherencia.

Angela Merkel

No se lo van a creer, pero esta mañana estaba delante del ropero y pensaba: rojo no puedo llevar, verde tampoco y azul, ya me lo puse ayer». Así confesaba a los periodistas Angela Merkel, con inusitado detenimiento, cómo había elegido su chaqueta azul petróleo para su conferencia de prensa justo al día siguiente de su reelección.

En ella aprovechó para dar las gracias al 42% de los alemanes que le dieron su voto. Cada partido político germano se identifica con un color. El democristiano de Merkel es negro-sotana. El socialdemócrata SPD es rojo social. Los Verdes lucen el tono que indica su nombre, los liberales son amarillos y el excomunista Die Linke, un bermellón algo más intenso que el SPD. Así que Merkel, que aún tiene que pactar la coalición con la que gobernará en los próximos cuatro años, eligió «uno neutral». Su gargantilla tenía, como la de la víspera, cuentas negras y verdes. Bromeó Merkel: «Me la puse para que no interpretaran que me la cambié a propósito». En la actualidad, cuando Merkel, de 59 años, habla de su vestuario suele ser en términos políticos. Pero no siempre fue así. Las piezas de vestir como anhelo aparecen cuando evoca su infancia y juventud en la República Demócrata Alemana (RDA). Su preferencia por «los vaqueros de una marca determinada» fue parte de su discurso ante el pleno del Congreso de Estados Unidos, en 2009. Su tía le enviaba aquellos Levi’s en paquetes de ropa desde Hamburgo.

En otra ocasión, la canciller recordó que tampoco convenía destacar demasiado por la ropa en el régimen socialista de la RDA, en el que vivió bien adaptada hasta que cayó el Muro en 1989. Las lecciones del pasado parecen haberla perseguido hasta ahora. Menos en una ocasión. 

La web the Spectacle of the tragedy publicó todos los colores en los que ha declinado la clá- sica chaqueta de Merkel de tres botones.

El escote de la polémica. Angela Merkel se dijo sorprendida por el interés que despertó su ingente escote en la inauguración de la ópera de Oslo: «Si hubiera sido un hombre, nadie hablaría de ello». Pero lo que mostró en la primavera del 2008 noruego ingresó, por derecho propio, en una galería de destapes pectorales ilustres junto al tarzanesco torso de Vladímir Putin de caza y al de Barack Obama chapoteando con sus hijas en las playas de Hawái. El cuerpo del político es un asunto público. La ropa que lo cubre o lo deja al descubierto es, además, un medio de expresión política inmediato y forzoso.

Merkel empezó su andadura con ropa y peinados que escogía ella misma y cuyo mensaje al votante era la autenticidad. Sería la premisa para los años de búsqueda de un atuendo adecuado que maduró, precisamente, poco antes de 2008. Según se profesionalizaba en su tarea, Merkel había ido aceptando las imposiciones de su creciente relevancia política. La diseñadora Bettina Schoenbach, que le hace gran parte de sus trajes diarios de chaqueta y pantalón, dice que «transmitir verdad es la única recomendación» que da a sus clientes.

Los políticos responden a cada vez más exigencias de los votantes, que no se contentan con la competencia en su campo. En el caso de una mujer, el problema se complica, porque además debe exponer su cuerpo para labores de representación que, en el caso de los hombres, suelen asumir sus esposas. Aquel escote de Oslo hizo sonreír a mucha gente y provocó más de una burla, pero según la historiadora de Dortmund Viola Hofmann tuvo «un efecto muy positivo entre los votantes alemanes». Internet conserva un buen puñado de los panegíricos que le brindaron a Merkel desde la prensa conservadora, así como de las defensas de su libertad para vestir como quisiera que publicaron los opinadores de otras tendencias políticas.

Cordon Press

¿Qué representa? Dice la diseñadora Schoenbach que el vestido del escote no fue de su autoría porque ella busca una «elegancia clásica». La sobriedad estilística que predica casa mejor con el tono y las formas de Merkel. La primera mujer que ha dirigido un gobierno en Alemania aprendió en cabeza ajena los riesgos de dar demasiada importancia al atuendo: su predecesor, el socialdemócrata Gerhard Schröder, se hizo fotografiar para una revista de moda hablando de sus gustos caros y sus trajes a medida. Disfrutaba de una imagen de triunfador de clase obrera llegado a lo más alto, pero aquella exhibición de cohibas y Brioni en Life & Style promovió, más bien, las acusaciones de arribista. La sobriedad merkeliana, en cambio, se enmarca en un estilo para mujeres poderosas que, según la antropóloga Gudrun König, empezó a homogeneizarse en Alemania ya a principios de los 80.

Schoenbach admite diferencias culturales con países como Francia, «donde la alta costura tiene más relevancia pública» e insiste en que la ropa «dice mucho de la persona que la elige, incluso de sus posiciones políticas». Por su parte, Hofmann, experta en la relación entre política y vestido, cree que los estudiados estilismos de Merkel «tratan de expresar estabilidad mediante la repetición de unos patrones reconocibles y confiables», como podrían ser los tres botones de muchas de sus chaquetas o el recurso a bolsos de la marca francesa Longchamp: «No son demasiado caros [unos 300 euros], pero parecen buenos y sólidos». Los alemanes «no entenderían que la canciller eligiera accesorios de 1.000 o 2.000 euros». En política, este tipo de incongruencias se pagan caro. Sobre todo si se predica austeridad.

La Alemania de hoy es un país levantado sobre las ruinas de un régimen fundamentado en valores estéticos. Una vez convenientemente bombardeada hasta su rendición incondicional, la tremenda utopía nazi de una «raza aria» dejó paso a una república que desconfiaba profundamente del espectáculo político, de la oratoria brillante y de las pomposidades arquitectónicas. Esto ha cambiado paulatinamente, pero Merkel es un ejemplo idóneo de que los votantes favorecen a alguien recatado y sobrio. Muchos alemanes consideran que la canciller, pese a la enorme competencia que le achacan, es una persona próxima y, sobre todo, auténtica y estable. Su armario y su peinado reticente son una prueba de esa fiabilidad.

Merkel ha dado con unos códigos que transmiten bien lo que buscan los ciudadanos en tiempos de crisis: firmeza, coherencia, sobriedad… Como un hombre con sus corbatas, Merkel juega únicamente con los colores. Porque, si había alguna duda, ahora ya sabemos que tampoco eso lo deja al azar.

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