Matthew Williamson es el rey de la fiesta
El diseñador británico repasa los 15 años de historia de su marca y desvela por qué lo sencillo es tan difícil de lograr.
Matthew Williamson ha conseguido hacer realidad todos sus sueños de infancia. Crear su propia firma de moda, tener boutiques repartidas por todo el planeta y vestir a una corte de jóvenes bellezas que suspiran por sus vestidos. Un mundo muy diferente del barrio industrial a las afueras de Mánchester en el que creció. «No soy de esos diseñadores que pretenden inventar una nueva silueta», dice con un sentido del humor que no se adivina en foto. «Tiene que ver con un estilo de vida, con querer pertenecer a un cierto universo». Y sin duda sus diseños sugieren una fabulosa fantasía bohemia y hedonista que provoca que trabajadoras urbanitas deseen vestirse como una viajera indolente en Goa, Ibiza o Marrakech. «Habré ido a Ibiza dos veces», protesta el diseñador. «Cuando hablan sobre mí, siempre se menciona la isla. Es un atajo para decir que mis vestidos los llevan chicas a las que les gusta ir de fiesta».
A punto de cumplir 41 años, Williamson parece relajado. Lleva pantalones vaqueros de un tinte azul pálido, un jersey de colores jaspeado y una uña pintada con purpurina que delata indulgencias noctámbulas. La entrevista tiene lugar en la oficina del diseñador inglés, en el barrio de Mayfair, decorada con paneles de chinoiserie, alfombras moradas y butacas exóticas tapizadas de terciopelo. ¿Alguien puede no tener ganas de trabajar en este lugar? A sus 50 empleados no les queda más remedio, porque la empresa está en plena expansión. Williamson acaba de presentar su colección primavera-verano 2013 y lanzar una línea de calzado («la técnica es muy complicada», confiesa), pero aún no se ha tomado ni un día libre. Le esperan seis semanas de viaje por cinco países diferentes. En su agenda, desfiles en Dubái y Lagos, eventos en Shanghái y la inauguración de su boutique en Qatar. «La industria de la moda es global y ya no se limita a Nueva York, Milán, Londres y París», explica. Y, por supuesto, ha de guardar fuerzas para las celebraciones de los 15 años de la marca, subrayadas por la grabación de un corto con Sienna Miller, bailarinas del Royal Ballet y varias de sus musas como protagonistas.
Williamson quiso ser diseñador desde los 11 años. Estudió en la reconocida escuela de diseño Central Saint Martins, donde era el bicho raro obsesionado con el Carnaval de Río y nada interesado por lo conceptual. Su trayectoria no ha seguido el mismo patrón que sus contemporáneos. Tras una temporada en la cadena Monsoon, confeccionó unos cuantos vestidos. Su socio y pareja de entonces, Joseph Velosa, lo animó a que llamara a la edición británica de Vogue y gracias a su ingenuo brío le salió redondo. «Miré la mancheta, elegí el nombre que más me gustaba, Plum Sykes, y le mandé una postal. A los pocos días fui con unas muestras a la redacción de la revista». Por carambolas del destino, Jade Jagger se encaprichó con una de esas prendas hippie-chic y a su vez pasó el dato a su amiga Kate Moss. La modelo accedió a desfilar para Williamson a cambio de ponerse un vestido turquesa. «Le dije: “Cariño, puedes usar lo que quieras”», recuerda entre risas. Así surgió Electric Angels, su primer desfile, que se celebró en Londres en 1997. Presentó una colección de solo 11 vestidos pero la reacción fue tan buena que sus padres se trasladaron de Mánchester a Londres para ayudarlo, su madre cosiendo mariposas y su padre entregando pedidos a tiendas. En una época de colores neutros y androginia, las it-girls del momento se rifaban sus vestidos de colores. Desde el inicio, la marca ha tenido una estrecha relación con personajes famosos. «Si puedo contratar caras conocidas como Karlie Kloss o Cara Delevingne para mis desfiles, claro que lo haré. Funciona así. Pero las celebridades colaboraron conmigo al principio porque les gustaba lo que hacía. No podrá repetirse, hoy funciona como un negocio».
Tres lustros después, Matthew Williamson es una firma consolidada de la moda británica. «Soy algo así como un nuevo establecido», bromea el diseñador inglés. Ya no viaja de mochilero por la India y eso se percibe también en sus colecciones. «La sensibilidad sigue siendo la misma, pero mi chica está un poco más pulida y tiene un armario, no solo vestidos de vacaciones». Actualmente trabaja con estampados digitales que en su última colección replican paisajes del Tíbet y Kerala y un festival indio de la llegada de la primavera. Sus diseños tienden hacia una mayor simplicidad estructural bajo los vistosos adornos. «Me sucede lo mismo en mi casa, me gusta ver cosas bonitas pero ordenadas». Y por encima de todo busca la desenvoltura que no alardea de esfuerzo. «Mi trabajo no se reseña de la misma manera que el de otros porque se considera frívolo y caprichoso. Pero mi proposición tiene que ver con lo festivo y la despreocupación. Eso también es difícil de hacer. Es complicado que una prenda tenga una caída estudiadamente desaliñada».
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