Marta Chávarri, la víctima perfecta: cómo la reina de la vida social de los 80 y 90 fue utilizada por el Madrid del poder
La joven de la alta sociedad vio agredida su intimidad y fue expuesta ante un país que demonizaba a las mujeres que eran dueñas de su vida. Con Marta Chávarri se inauguró a una forma invasiva de abordar a los famosos.
A Marta Chávarri se la recuerda desde dos lugares diferentes que empiezan y terminan confluyendo. Fue una it girl años antes de que ese término existiera, una influencer cuando Zuckerberg era aún un bebé, una socialite cuando en España no había. De hecho, para definirla hay que recurrir a palabras extranjeras. Además, pese a las muchas mujeres que la han imitado vistiendo tejanos con visón no ha tenido herederas claras; tampoco tuvo antecedentes. No era fácil encontrar en la escena social de entonces a mujeres cosmopolitas, privilegiadas y sin miedo a caer mal. Ella empezaba y terminaba en sí misma. A la vez, fue utilizada por las esferas más altas del poder masculino y fue víctima de un chantaje que beneficiaba a otros, siempre hombres, siempre mayores, siempre impunes. La joven de la alta sociedad vio agredida su intimidad y fue expuesta ante un país que demonizaba a las mujeres que eran dueñas de su vida.
Todo comenzó en 1982. España se desperezaba, el PSOE acababa de ganar sus primeras elecciones por mayoría absoluta y un tal Pedro Almodóvar estrenaba Laberinto de Pasiones. Aquel verano se casaban en la Catedral de Plasencia Marta Chávarri, bisnieta del conde de Romanones e hija de diplomático, con uno de los solteros del oro del momento, Fernando Falcó y Fernández de Córdoba, marqués de Cubas. La novia llevaba un vestido con mangas voluminosas de volantes hijas de su década. Aquel 2 de junio aún no se podía intuir, pero en esas mangas gigantes iban a caber los años 80 españoles. Dentro de ellas había espacio para los escándalos financieros, una nueva clase social que unía negocios y aristocracia, y una España atolondrada y con ganas de empezar de cero. Eran unas mangas imprevisibles para una veinteañera de clase alta española. A partir de esa fecha, casi todo en la vida de Marta Chávarri lo fue.
El matrimonio duró siete años y tuvo un hijo, Álvaro, que acababa de hacerla abuela hace unas semanas. Durante ese tiempo, la pareja se paseaba por Madrid de fiesta en fiesta, entonces no había eventos. En ellas alternaban con Isabel Preysler y Carlos Falcó, entonces cuñados, y se dejaban ver en la noche madrileña sentados en mesas bajas con, por ejemplo, los del Río. En 1988 su popularidad estaba en lo más alto: ese año fue elegida Lady España, sucediendo a la Duquesa de Alba; ya jugaba en la primera liga social. Chávarri había pasado su infancia y adolescencia en Estados Unidos y Europa y de allí se trajo un estilo semiecuestre con regusto a Ralph Lauren: mezclaba jeans estrechos con americana y botas altas y este se convertiría años más tarde en el uniforme de las lady-who-lunch madrileñas, las Coello Rangers. Esto lo fundía con algunos códigos de la clase alta española: prendas de buena confección, trajes de chaqueta, bolsos de grandes firmas como Bottega Veneta o Vuitton, joyas propias y una media melena lisa con mechas de alto mantenimiento. Todo eso lo integraba con la moda de los 80: minivestidos drapeados, hombreras y medias de seda, Marta Chávarri sabía lo que se llevaba y se atrevía con lo que en España pocas se animaban. Todo eso junto se sujetaba con una actitud joven y segura de sí misma que no la abandonaría nunca; Marta Chávarri fumaba y callaba. Fueron esos años cuando definió una de las siluetas que más cultivó: la veraniega. En sus vacaciones en Marbella e Ibiza combinaba siempre un bañador de una pieza liso, un pareo muy corto y unas zapatillas de deporte blancas. ¿Dónde se encontraban entonces esas zapatillas en España? Ninguna mujer, y menos de su clase, usaba ese calzado en ninguna situación. Esa imagen de ella, bronceada y con las gafas de sol como diadema, se repetiría año tras año en la prensa del corazón, que veía en ella el caramelo perfecto. Cada imagen suya destilaba un erotismo que no pedía perdón. Marta Chávarri era oro molido.
A finales de los 80 dicha imagen de niña bien intrigante cambió. En febrero de 1988 se publicaron en Diez Minutos unas fotografías de ella con Alberto Cortina saliendo del hotel Palais Schwarzenberg de Viena. Él era entonces Consejero Delegado de Construcciones y Contratas y esposo de Alicia Koplowitz, a la sazón, heredera de esa empresa y multimillonaria. La exclusiva era la confirmación de una infidelidad y de un romance que llevaba un año rumoreándose. Ya existían fotos previas, tomadas tiempo antes, de ellos dos juntos saliendo de los apartamentos Galaxia de Madrid, pero nunca se publicaron. Las de Viena fueron el detonante de una operación financiera que alteraría el paisaje económico de un país que estaba acostumbrándose a los cruces entre el mundo rosa y el económico: Isabel Preylser y Miguel Boyer se habían casado en 1988, igual que Carmen Posadas y Mariano Rubio. tras la publicación de las fotos quedó apartado del puesto. En paralelo, Esther Koplowitz también descubrió la infidelidad de su marido, Alberto Alcocer, primo de Cortina, con Margarita Hernández, secretaria de Javier de la Rosa. Por el camino, a Cortina se le estropeó su plan maestro que consistía en fundir el Banco Central, del que era consejero, con Banesto y convertirse en la principal entidad financiera de España. Las hermanas tomarían el poder de la empresa apartando a sus maridos, y convirtiéndose así en dos de las personas más poderosas en la España pre92. Este movimiento fue importante, porque el país no estaba acostumbrado a ver mujeres en puestos altos directivos, tan altos y tan directivos. Este juego de espejos entre primos y hermanas y de intrigas financieras se destapó con las famosas fotos de Viena. En ella, una Marta Chávarri de 29 años vestida con vaqueros, americana y chaleco de pata de gallo, iniciaba una nueva etapa. Ella fue criticada: era la destrozahogares. Las Koplowitz seudo canonizadas y él… se salvó.
Dos semanas después de su publicación Marta Chávarri se separó de mutuo acuerdo del Marqués de Cubas; renunció a la custodia de su hijo y perdió el marquesado. Esa renuncia no era común en una mujer de su clase, por lo que la opinión pública encontró otro flanco más para atacarla. Una vez que saltó el escándalo de Viena se abrió la compuerta: poco tiempo después se publicaron otras fotos que llevaban un tiempo en un cajón y habían sido hechas un año antes. Las compró Antonio Asensio, entonces dueño del Grupo Z y editor de Interviú y en ellas se veía a Marta Chávarri en la discoteca Mau Mau vestida de naranja, con un gran collar de perlas y sin ropa interior bajo los panties claros, tan de principios de los 90. La revista salió el día de San Valentín de 1989 y la portada mostraba una imagen suya con ropa de aerobic, con un maillot morado y unas medias amarillas y las fotos se escondían en el interior bajo el titular: “Lo nunca visto de Marta Chávarri”. Llevaban guardadas un tiempo a la espera de que se destapara el romance y Alberto Cortina no cedió al chantaje que le pedían para evitar la publicación. Se dice que Mario Conde estaba detrás de ellas y que buscaban dañar la imagen de él. La que quedó dañada fue la de ella. Fuera quien fuera el responsable, se usó la imagen de una mujer como pelota de un juego que estaba condenada a perder. Era la víctima perfecta. A esas dos portadas las separó poco tiempo, el suficiente para que su protagonista se convirtiera en la mujer más perseguida y acosada de España y en alguien sobre quien todo el mundo tenía una opinión. Hasta Umbral la llamó: ¨La ninfa desbragada del social felipismo detenido”. La semana siguiente, la revista El Jueves, regalaba unas bragas con cada ejemplar. Eran tiempos salvajes. Las imágenes de Interviú fueron dinamita para una tormenta mediática, económica y machista que colocaba a Marta Chávarri en el centro. Se les olvidó que era una mujer adulta y libre.
Con Marta Chávarri se inauguró a una forma invasiva de abordar a los famosos. Cortina y Chávarri se casaron y su matrimonio duró hasta 1995. La vida de la pareja se mostraba a ritmo semanal en las revistas del corazón. Esa frecuencia, impensable hoy, permitía digerir con lentitud las informaciones. Hasta 1997 no comenzaría a emitirse Tómbola, que cambió las reglas del juego en la prensa del corazón y coló a sus protagonistas en los salones de las casas del español medio. Para entonces, la imagen de Marta Chávarri había comenzado a difuminarse. Emprendió algunos negocios, como una tienda de decoración en Madrid, y a distanciar sus apariciones. España había cambiado, su vida también. Los últimos años los vivió alejada de los focos, fiel a su media melena y sus sudaderas. No concedía entrevistas. Su vida era, por fin, suya.
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