Leandra Medine o qué pasa cuando una ‘influencer’ pierde mucho peso de golpe
¿Hay que dejar de seguir las cuentas que podrían fomentar la anorexia? La fundadora de Man Repeller es la última en protagonizar ese debate, por su delgadísimo aspecto a los tres meses de dar a luz a gemelas.
Leandra Medine, la fundadora del blog Man Repeller, tuvo dos gemelas hace tres meses. Sus más de dos millones de seguidores en Instagram vivieron su maternidad casi como una victoria personal, por ese mecanismo de la transferencia emocional que se da con los influencers. Habían seguido sus intentos para concebir, sus altibajos con la fertilidad asistida y sus abortos espontáneos y ahí estaban las pequeñas Laura y Madeline poniendo el final feliz a la historia. Sin embargo, desde que fue madre, cada vez que sube un selfie a Instagram se sucede un ciclo vicioso de comentarios, que puede resumirse así:
1. “Cómete un bocadillo”. Medine tiene, a juzgar por las fotos, un aspecto llamativamente delgado para una mujer adulta en general y para una mujer que acaba de parir gemelos en particular. Y algunos de sus seguidores no pueden dejar de señalárselo en cada foto. Algunos tiran por un tono personal (“cariño, por favor, te lo deben decir mucho, pero por favor come”) y otros añaden una variante moralizante: “ahora eres madre, hazlo por tus hijas”.
2. “Largo de aquí, troll de la preocupación”; “¿por qué criticas los cuerpos ajenos?”. Estos comentarios se dirigen a los del grupo 1, a veces con bastante violencia verbal (“¿por qué no pones tu Instagram en abierto para que pueda entrar e insultarte por tu aspecto?”) y defienden a Medine, subrayando que ella ya ha hablado del tema –asegura que su bajón de peso se debe a la lactancia–, que el body shaming es igual de dañino para los demasiado gordos como para los demasiado delgados y que es peligroso lanzarse a diagnosticar supuestos desórdenes alimentarios por Instagram y (muy probablemente) sin titulación médica.
3. “Unfollow. No apoyaré la promoción de la anorexia”. Hay seguidores que se dirigen a los del grupo 2, a los que llaman a veces “lameculos” y similares, señalando que, diga lo que diga Medine, su aspecto es preocupante. Señalan, por ejemplo, el vello en su cara como síntoma de posibles trastornos, y que seguirla y dar “me gusta” a sus fotos equivale a impulsar la anorexia. Otros van conceptualmente un paso más allá: incluso si Leandra Medine está en estos momentos perfectamente sana, sus fotos acabarán usándose en páginas pro-ana y pro-mia (como se conocen los sitios clandestinos de promoción de la anorexia y la bulimia) como ‘thinspiration‘, y por tanto lo ético es dejar de seguirla. Lo señalaba la usuaria @searchoverhere, que se presentaba como alguien que había sufrido trastornos alimentarios.
El asunto puede parecer un tonto conflicto en las menciones de una influencer con todo tipo de privilegios, alguien que recibe muchos dólares y jeseys de Gucci por lo que hace y a quien, se puede creer, “le va en el sueldo”. Pero por debajo hay varios debates interesantes superpuestos: hasta dónde llega y dónde se queda corto el movimiento de “aceptación de los cuerpos”, de qué manera ceden la propiedad de sus cuerpos las personas que viven de su imagen y cómo la maternidad altera la percepción pública de las mujeres. La propia Medine se refirió al asunto en un post muy leído: “Hay expectativas que acompañan al hecho de ser madre, una de las cuales es que tu egoísmo debería reducirse a la mitad”, señaló, sobre aquellos que le dicen cosas como: “deja el teléfono y vete a cuidar a tus hijas” o “¿estás presumiendo de tu cuerpo?”.
En otro post, una conversación con la periodista inglesa Pandora Sykes, que tuvo una hija el mismo día que ella, Medine comentó: “Me deprime lo cómoda que se siente la gente expresando sus opiniones sobre mi aspecto, particularmente porque va en contra del movimiento de aceptación de los cuerpos. Es parte de la razón por la que estoy colgando tantos selfies. No me gusta el aspecto que tengo ahora. Estoy decidida a ganar algo de peso, pero es así como estoy ahora. No hago dieta. Me esfuerzo muchísimo para poder dar el pecho a dos bebés. La experiencia de oír que soy una mala madre, que no me preocupo de la salud de mis hijas y, ésta es mi favorita, que “antes yo era mona, qué me ha pasado” es dura (…) Todavía soy nueva en esto y si todo Internet me grita “MALA MADRE”, me lo creo”.
Íñigo Ochoa de Alda, un psicólogo y profesor de la Universidad del País Vasco que ha explorado la confluencia entre los TCA (Trastornos de la Conducta Alimentaria) tanto en la teoría, como autor de varios estudios, como en la práctica, atendiendo a pacientes en su clínica, confirma que sí hay una línea entre el consumo de ciertas imágenes y el agravamiento de la enfermedad. “Antes nos encontrábamos entornos familiares que propiciaban la situación. Padres muy periféricos, madres depresivas…ahora no tanto. Ahora, los padres se encuentran con una adolescente que está haciendo el reto del folio (tener una cintura más estrecha que un DIN A4) o que está colgando y buscando fotos de inspiración en Instagram”. También Reyes Raspall, terapeuta del centro especializado SETCA de Barcelona, ve eso todos los días. “Intentamos proteger a los pacientes de las redes sociales, potenciar otros aspectos de su vida, porque a veces el propio Instagram te recomienda cuentas de supuestas dietas saludables”.
Ochoa de Alda asegura que lo último que se debe decir a un anoréxico es “cómete una hamburguesa”. “No sirve de nada y produce un efecto contrario, porque estas son enfermedades egosintónicas. Uno cree que lo que hace está bien y cuánto más le atacan más confirma que los demás le tienen envidia, se hacen más fuertes y no son conscientes de estar enfermos. La crítica y la oposición fortalecen la defensa. Si el enfermo está intentando llamar la atención, con estos comentarios confirma su éxito”.
“Yo nunca haré un cuestionamiento de una mujer sólo por estar muy delgada”, señala Raspall, y en eso también están de acuerdo los dos profesionales. “Lo que pasa –apunta Ochoa de Alda– es que está de moda utilizar ese vocabulario, lo estamos psicologizando todo. La gente habla de trastorno borderline, de Asperger, de ADD…en las redes sociales todo el mundo opina y se usa ese vocabulario de manera aleatoria y arbitraria”.
Desde un punto de vista ético, el investigador cree que Leandra Medine no tendría por qué dar explicaciones (lo hace en algunas ocasiones, contestando “me estoy tomando una tostada con queso brie ahora mismo” a sus críticos) pero aprueba la idea de dejar de seguir su cuenta hasta que gane peso. “Es una actitud prosocial y empática. No lo veo como un castigo. Es una manera de rechazar la imagen, no a la persona. Puede ser una manera de ayudar”, valora.
Otras influencers han pasado antes por esto y reaccionado de distintas maneras. Ya en 2012, Alexa Chung convirtió su cuenta en privada después de colgar una foto con su madre en la que se le veía muy delgada. “La gente tiene distintas tallas. No estoy intentando ser thinspo para nadie”, dijo. Aunque desde entonces no ha conseguido despegarse del debate. Chiara Ferragni también notó el efecto “propiedad pública” que percibe cualquier mujer cuando se queda embarazada, y que se suele traducir en camareros juzgando lo que piden para cenar y completos desconocidos que ofrecen consejos médicos por la calle, sin que nadie se los haya pedido. En el caso de la italiana (13 millones de seguidores), se tradujo en decenas de comentarios sobre el tamaño “demasiado pequeño” de su abdomen en el tercer trimestre. Porque, como ha descubierto también Leandra Medine, nunca es demasiado pronto para ser tachada de “mala madre”.
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