Los planes de futuro de Marc Jacobs
Tras dejar Louis Vuitton, el diseñador se plantea una nueva vida y un reto: volver a convertir su firma en el icono de irreverencia que una vez fascinó al mundo. Su mejor valor: su inagotable entusiasmo.
Jacobs está sentado en el lobby del hotel Mercer, en Manhattan, tomando un espresso e intentando frenar el carrusel de ideas en su cabeza durante una fría tarde de invierno. Acaba de llegar de París. Es su segunda estancia en la ciudad desde que renunció a la dirección creativa de Louis Vuitton, decisión que tomó para centrarse en la salida a bolsa de su propia compañía. Mientras el mundo de la moda digiere la noticia –provocar titulares es una habilidad que Jacobs domina tanto como la de hacer ropa–, él está demasiado ocupado trabajando en la colección de otoño-invierno 2014/2015 como para recrearse en el duelo. «Lo superé en París», dice, empezando uno de sus monólogos –divagaciones que dejan al descubierto su vulnerabilidad y que ha convertido en su modo de comunicación favorito–. «Vacié el despacho, me despedí del equipo y solté unas lágrimas. Ahora toca seguir adelante. Para ser sincero, estaba quemado, desde un punto de vista creativo. Pero siempre me siento así: quemado, inspirado, asustado, emocionado. En realidad, es lo mismo. Es algo que he aprendido tras muchas horas en el diván».
Para, apura el café, y cuando vuelve a hablar es de St. Barth, donde estará en menos de una semana. «Son mis primeras vacaciones en una eternidad», comenta con un suspiro más fingido que sincero –el cansancio es una sensación de la que Jacobs se inmunizó hace años–. «Bueno, en abril estuve en Brasil por mi 50 cumpleaños, pero fue un desastre», comenta y hace una mueca. «No puedo creer que tenga 50 años. Aunque soy el cincuentón más joven que conozco. Pero volviendo al tema, ¿qué libro me llevo a St. Barth? Sofia [Coppola, su musa y amiga] me dio uno sobre Bob Fosse que puede estar bien. ¿O mejor una novela?». Para, coge aire y sigue. «Una casa de playa con el suelo de mármol es algo raro, ¿no?», pregunta en alusión al sitio que ha alquilado en la isla e imagina a Neville, un bull terrier hiperactivo con más de 26.000 seguidores en Instagram, corriendo por los pasillos. «Por lo menos será interesante a nivel estético… ¡Mira eso!», se interrumpe y señala a una pareja que cruza el vestíbulo. Tienen ese look estudiadamente desaliñado que Jacobs adora: una mezcla andrógina de lujo y calle que él mismo ha popularizado y explotado con más éxito que ningún otro diseñador. Pero lo que le ha llamado la atención son las bolsas que llevan; tienen su nombre escrito en letras grandes. Quizá sea una imagen habitual en el barrio –abrió su primera tienda en el bloque contiguo en 1997–, pero la estampa no deja de ilusionar a Jacobs, un hombre que necesita la aprobación tanto como una planta la luz del sol. «La gente compra mis diseños. ¡Es genial!», exclama. «Lo veo mucho en el gimnasio: individuos que sudan felices con mis camisetas».
Look de Marc by Marc Jacobs o-i 2014-2015 by Katie Hillier and Luella Bartley.
InDigital
El entusiasmo que aún despierta en Jacobs la empresa que fundó hace 21 años es una rareza (y un valor) en una industria en la que la despreocupación es la pose oficial. En sus 16 años al frente de Vuitton, Jacobs creó el patrón para revivir una firma histórica, transformando lo que era una casa de maletas esnob en el gigante visionario de la moda que es hoy. Las colecciones de prêt-à-porter, las líneas de zapatos y accesorios, la joyería, los perfumes, los desfiles, las colaboraciones con artistas como Takashi Murakami o Richard Prince… Nada de todo esto, testimonio de su tenacidad, existía antes de él. Pero tan impresionante como su larga lista de éxitos es el hecho de que el diseñador –tan abierto a la hora de compartir su fragilidad emocional, las incontables horas en psiquiatras, los lapsos en rehabilitación, sus amoríos con estrellas del porno y una vida de dramas plasmada en los 33 tatuajes que decoran su cuerpo– lo consiguiera sin sacrificar la cordura. Jacobs supo encontrar consuelo en el caos que arruinó a colegas como McQueen (quien se suicidó en 2010) y Galliano (despedido de Dior en 2011 tras un discurso antisemita empapado en alcohol). «Es duro», admite. «Poca gente puede hacerlo». Sonríe, mostrando una dentadura radiante, a pesar de casi una vida fumando dos paquetes de tabaco diarios. «¿O crees que para Madonna irse de gira es pan comido?».
Aunque la mejor prueba de la resistencia de Jacobs es la evolución de su propia firma. El trabajo en Vuitton era exigente, pero él nunca perdió de vista la empresa que fundó en 1993, con una sola tienda y ganancias de 20 millones de dólares, y convirtió en un imperio con 200 puntos de venta en 60 países y beneficios de 1.000 millones de dólares. Jacobs da el mérito a Robert Duffy, su socio, amigo, gurú y contrapunto de moderación al frenesí del diseñador. «Cuando entré en Vuitton, Robert negoció un contrato con el que se aseguró de que LVMH [el conglomerado de lujo al que pertenece Vuitton] ayudara a nuestra compañía a crecer. Para Robert, era el medio para conseguir un fin», dice mientras explica cómo el grupo se convirtió en dueño de un sustancioso porcentaje de Marc Jacobs. «No abandoné mi firma, pero no diferenciaba entre una y otra. No soy el tipo de persona que tiene una visión global. Pienso en diseños, productos, desfiles y tejidos, en lo increíble que es trabajar con estos talleres parisinos», comenta. «Pero mi energía es limitada. Si ahora quiero llevar Marc Jacobs a otro nivel –y me refiero a la compañía, no soy tan friqui como para hablar de mí en tercera persona–, necesito centrarme en ella al 100%».
Con Robert Duffy, Presidente de Marc Jacobs.
Steve Eichner
Pierre-Yves Roussel, presidente y CEO de LVMH, empezó a visualizar el futuro hace un año, cuando el diseñador se alió con Sephora, también propiedad del grupo, para lanzar una línea de cosméticos –movimiento crucial para toda marca que quiera dominar el mundo–. Pero lo que para algunos no es más que un contrato para poner su nombre en una barra de labios, para Jacobs supuso un compromiso absoluto: se implicó en cada paso, asegurándose de que todo –de los colores al embalaje– reflejara la esencia de la firma. «Estaba muy involucrado pero, sobre todo, estaba disfrutando», recuerda Roussel. «En ese momento nos dimos cuenta de lo que podríamos conseguir si nos dedicásemos exclusivamente a Marc Jacobs. Marc es joven, aún tiene mucha energía creativa, pero si se hubiese quedado en Vuitton no podríamos haber hecho todo lo que estamos haciendo ahora». Empezando por la apertura de un nuevo buque insignia en Nueva York, a finales de este año, que incluirá las líneas Marc by Marc para hombre y mujer; Little Marc, para niños; Bookmarc, su tienda de libros… Un Jacobslandia donde será posible comprar abrigos de pelo a 2.300 dólares, condones a dos dólares y katiuskas a 40 dólares. «Marc es un estilo de vida, y queremos mostrarlo a gran escala», explica Roussel.
Cuando nos encontramos, Jacobs –vestido con chándal y unas viejas Adidas– acaba de volver de su terapeuta, donde ha pasado una hora discutiendo sobre la mezcla de miedo y entusiasmo que le produce el giro que ha tomado su vida. «Odio los cambios. Me gustan, pero me incomodan». A medida que habla sobre sus planes de futuro, le invade el vértigo. «Me lo planteo todo. Necesitamos rediseñar el logo. Y quizá las bolsas. ¿Y la decoración de las tiendas?». Uno de sus principales objetivos es desarrollar el calzado, que nunca ha sido el fuerte de la marca, y reavivar el sector de los bolsos, que, aunque en su momento fue el pilar financiero de la empresa, en los últimos años ha decaído. «Lo dejé en manos del equipo de diseño. Pero, si te descuidas, los comerciales se meten por medio», cuenta. «Se convirtieron en piezas sin ninguna identidad. Igual que los zapatos. No estoy echando balones fuera. Fue un patinazo. Pero solo yo puedo arreglarlo».
Retrato del diseñador en 1989.
Stephen Sullivan
Empieza una nueva etapa para Jacobs, y la campaña de la firma –con Miley Cyrus como imagen y fotografiada por David Sims– es una declaración de intenciones. Es la primera en 16 años en la que el diseñador no ha trabajado con Juergen Teller, cuyas estampas –Victoria Beckham saliendo de una bolsa o Charlotte Rampling casi desnuda en una cama– han definido la firma tanto como los diseños de Jacobs. «Juergen no quería fotografiar a Miley. No le pregunté por qué. Supongo que hay gente que tiene problemas con su carácter, porque ellos son puros y castos, ¿no?», comenta con sarcasmo. «No tolero la hipocresía. Entiendo que no estuviera de acuerdo, pero era mi decisión», sentencia. Dejar de trabajar con Teller no forma parte de una estrategia comercial –«ni siquiera puedo decir la palabra “estrategia” con seriedad; somos más impulsivos», señala–, pero fue el paso inicial para habituarse al cambio. «Por primera vez, es en lo único en lo que tengo que pensar. Me lo tomo como una oportunidad para volver a sentir lo que nos movió en un principio».
La identidad de Jacobs (la firma y el creador) sigue ligada a Nueva York. Pero es en Londres donde se materializa su visión de futuro. En mayo, Jacobs nombró directora creativa de Marc by Marc –la segunda línea, más casual y excéntrica, que hoy por hoy supone la mayor parte de las ventas de ropa de la empresa– a Katie Hillier, una habitual de la escena fashion londinense que ya había trabajado para la casa como consultora. Con ella al frente, están dispuestos a recuperar la cuota de mercado que, en buena parte, Jacobs ayudó a crear. «Para empezar, vamos a cambiar el nombre», asegura el diseñador. «Tengo una idea de lo que quiero, pero aún no puedo decir nada. Soy muy supersticioso».
El segundo paso, decisión de Hillier, ha sido mudar el estudio a Londres. Ubicado en un colegio del siglo XIX de Shoreditch, territorio hipster, parece más el loft de un artista en ciernes que la oficina de una marca internacional. «Recuerdo mi primer viaje a Nueva York», cuenta Hillier, una mujer entusiasta, con el pelo rubio y ni rastro de maquillaje. «La tienda de Marc era visita obligada. Todas soñábamos con ser esa chica que sale cargada de bolsas. ¡Esas bolsas! Queremos recuperar esa energía». Con el objetivo de rediseñar la línea, Hillier contrató a Luella Bartley –quien dirigió su propia firma, Luella, hasta que desapareció en 2009 víctima de la recesión–. Igual que Jacobs, Bartley se ha hecho un nombre por su estética idiosincrásica e impredecible. La misma que quiere impregnar en Marc by Marc Jacobs. «En todos los grandes proyectos hay una fórmula. Lo bueno de trabajar en un estudio perdido en Londres es que te permite mantener la inocencia creativa. Hay sitio para la espontaneidad», dice la diseñadora.
Katie Hillier y Luella Bartley, las aliadas de Marc Jacobs detrás de la línea Marc by Marc.
InDigital
Conscientes de la importancia de esta primera temporada para establecer la nueva filosofía de la firma (a nivel estético y empresarial), Hillier y Bartley han dedicado horas a identificar el tipo de chica al que quieren dirigirse. En su muro de inspiración: fotos de Gwyneth Paltrow en Los Tenenbaums, Chloë Sevigny en Kids y clichés anónimos de skaters adolescentes fumando en callejones llenos de grafitis. El resultado: una colección con referencias de motocross y manga japonés. «Se trata de volver a divertirse», explica Bartley. «Ese es el encanto de la chica Marc. Se pone un tocado tradicional nipón con una chupa y un vestido de seda». Solo unos días antes, Jacobs pasó por el estudio para ver la colección (y deleitarse con los planes de llevar la marca a otro nivel). «Fue intimidante. No pensé que fuésemos a trabajar mano a mano», cuenta Hillier, quien expresa un sentimiento generalizado en la oficina. Pero el entusiasmo de Jacobs fue tranquilizador. «Puedes sentir la ilusión que tiene por su compañía. Es contagiosa», asegura Bartley.
Antes de sus vacaciones, Jacobs se reúne con el equipo de diseño de bolsos en Nueva York. Los últimos días han sido una locura –ha pasado la noche de fiesta en casa de Linda Evangelista y esa tarde pone rumbo a St. Barth–. Pero nada le distrae mientras examina los bolsos que llegarán a las tiendas el año que viene: del tamaño de las borlas al peso, o la forma de las tachuelas. Si sigue «quemado», no lo parece. «Hoy os voy a volver locos a todos», dice mientras le echa el ojo a un diseño fucsia que no sabe si es demasiado chillón o no lo suficiente.
Pasadas tres horas, Jacobs tiene la cabeza más puesta en los paseos por la playa que en la discusión de si la piel debería ser más o menos mate. «¿No preferís seguir mañana, después de darnos un baño? Seguro que encontráis un bañador en St. Barth. ¡Hay una tienda de Vuitton!», bromea. Aún no está 100% satisfecho con los bolsos. Pero nunca lo está. «Cuando vuelva trabajaremos horas extra. Por cierto, ¿cuándo vuelvo?», pregunta. «Puede que sea el momento más caótico de mi vida. Pero el caos tiene una razón de ser. Así funciona. Es un infierno continuo. Y está bien, siempre y cuando sea un infierno nuevo cada día, y no el mismo y aburrido de siempre». Y con eso, y una sonrisa, por fin se relaja.
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