La ‘peli’ indie que desafía al cine romántico de Hollywood
Hemos asistido en San Sebastián al estreno de La gran enfermedad del amor, una película que demuestra que los filmes románticos no necesitan ser azucarados y tener de protagonista a Jennifer Aniston.
Las cintas románticas siguen siendo un éxito asegurado en taquilla. Cada temporada habrá infinidad de títulos y alguno de ellos sobresaldrá entre los demás. El o los rostros conocidos del momento darán más empaque a ese argumento que normalmente ya conocemos. Muchas de las propuestas que se venden están obsoletas o son criticadas por la audiencia, lo que no está reñido con que sus recaudaciones en taquillas sean altísimas. ¿A qué se debe esta contradicción? Las nociones tradicionales y el machismo marca el rumbo desde la niñez: se empieza consumiendo productos Disney y así se forjan las aspiraciones adultas, rebosantes de perfeccionismo, idealización y sacos de azúcar.
Resulta reconfortante atiborrarse de helado frente a una comedia romántica. Un empacho de vez en cuando no viene mal. Pero por suerte ahora hay mayor exigencia, más conciencia y más capacidad crítica. El amor romántico se mastica cada vez con mayor suspicacia. ¿Es fácil encontrar en el mercado una historia de amor beneficiosa para la salud? ¿Se podrá degustar algún tentempié en el que se distingan los sabores para que no todo sepa a sustancias aromatizantes? La sección del cine independiente ofrece cada temporada un surtido de productos con edulcorantes más sanos. Ahí es donde se proponen historias más terrenales y que hacen disfrutar, reír y llorar de manera más profunda. Que el gran mercado exporte sus cintas almibaradas cada año no significa que el pequeño comercio no tenga opciones para distribuir cada temporada. También tienen historias para saciar el mono de dulce de una manera más saludable.
La propuesta de Michael Showalter ha dejado muy buen sabor de boca en cada festival por el que ha pasado. La gran enfermedad del amor habla de una relación: Kumail es monologuista además de conductor de Uber. Una noche en una de sus actuaciones, una chica le interrumpe la actuación. Se gustan, se enrollan e inician una relación a trompicones. Los problemas vendrán por parte de la familia de él, que sigue buscándole una novia pakistaní para concertar su matrimonio, como manda la tradición. La situación empeorará cuando Emily coja una extraña enfermedad y tengan que inducirle el coma.
Se dice que el toque secreto está en la masa, aunque seguramente también las manos del cocinero o cocinera influyan en el resultado. Nadie preparará la receta mejor que aquél que la ha creado y ha experimentado con la misma hasta dar con la composición perfecta. La pareja de guionistas Emily V. Gordon y Kumail Nanjiani escriben la historia real de cómo se conocieron. Ambos lo producen y él además lo protagoniza haciendo de sí mismo junto a Zoe Kazan interpretando a Emily en pantalla.
Los grandes estudios tendrán a sus Jennifer Aniston y a otros tantos Jason Bateman para sus diferentes combinados. El indie también cuenta con sus estrellas fetiche: Zoe Kazan es la actriz abanderada de la corriente menos comercial. Es más que una «chica mona»: su imagen tiene bastante naturalidad y frescura para ser creíble y unos rasgos dulces sin resultar artificiosa. Con una carrera pavimentada en el terreno independiente no se ha dejado llevar por los filtros impuestos de Hollywood. Al menos de momento. Se mantiene honesta con su estilo llano, con sus imperfecciones sin caer en la simpleza. Le da réplica el verdadero Nanjiani, también actor pero sin ajustarse al canon de belleza masculina hollywoodiense.
La relación se hila con escenas más que vistas: compras juntos en el supermercado, conversaciones en sofisticados bares, chascarrillos post-coitales y hasta discusiones con reproches. La básica fórmula del argumento es muy familiar: chico y chica muy diferentes se conocen + chico y chica se enamoran + la familia se opone = historia de amor. El género se nutre con historias que han seguido esas mismas indicaciones. El resto dependerá de cada aliño: un amigo pesado, un trabajo pintoresco o, como se da en el caso de esta película, una buena dosis de humor sin complejos y una chispa con alma (se nota que es real). Eso, además del curry de los platos indios mezclado con la impersonal comida los establecimientos de 24 horas.
Judd Apatow ha permitido aderezar la película con más especias: humor negro, situaciones incómodas y momentos poco agradables que restan belleza al amor como lo conocemos –o cómo Hollywood ha querido enseñárnoslo-. El productor ha sabido renovar y aportar algo nuevo a las papilas gustativas del público.
La veda al cambio se abrió hace tiempo. La serie Love de Netflix, por tomar otro ejemplo cercano, también dejaba clara las tendencias de las futuras catas. Aunque consumamos píldoras dulzonas de vez en cuando hay que ser conscientes de que su abuso será muy nocivo. Hay historias de amor fascinantes más allá de las rutinarias comedias románticas. La realidad siempre será mejor que la ficción, y esta película provoca más efecto en el público porque destila realidad.
La gran enfermedad del amor es el ejemplo de cómo el esquema tiene mucho que ofrecer, y que se puede llegar al público con una historia con gente común. La realidad supera a la ficción. Es una película muy asequible para todos. No ha empalagado ni en Sundance ni en el South by Southwest. Hasta los rigurosos paladares de Locarno han sabido saborear este manjar. La nutrición saludable gusta a todos.
Hollywood, por favor, abre paso a la espontaneidad en tus productos. Esa sección de cine independiente se te está haciendo cada vez más grande dentro de tus instalaciones.
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