‘Instagramers de clase obrera’: por qué las influencers están montando sindicatos contra la discriminación
La falta de inclusión en la pujante industria del ‘influencer marketing’ ha impulsado el nacimiento de dos nuevos sindicatos.
Con un valor estimado cercano a los diez mil millones de euros y crecimientos anuales del 50%, la implantación y corpulencia de la industria del influencer marketing es ya una realidad indiscutible. Aunque algunos sigan tratando sin éxito de minusvalorar o ridiculizar el trabajo de estos creadores de contenido, el número de agencias de representación enfocadas a este tipo de perfiles se ha multiplicado, las marcas comerciales siguen confiándoles el grueso de sus estrategias de comunicación y las búsquedas en Google de ‘influencer marketing’ se han incrementado en un 1500% en los últimos tres años. Pero con la plena industrialización aparecen también los abusos laborales: los trabajos sin contrato, las brechas salariales o las discriminaciones por cuestiones de género, raza u orientación sexual. Para luchar contra ello, y en el contexto del movimiento Black Lives Matter, un grupo de influencers ha decidido aplicar un nuevo filtro a su trabajo: el sindical. La revolución obrera y sus ‘Instagram Class Heroes’ ya están aquí.
El recién nacido The Creator Union’s (TCU) es un sindicato británico que aspira a representar a los trabajadores del espacio digital, desde pequeños blogueros a influencers de ámbito masivo. La modelo e instagramer curvy Nicole Ocran, es la cofundadora de TCU, una iniciativa que dice haber emprendido después de años de conversaciones con otros creadores de contenido sobre malas experiencias en la industria. “Es habitual que incluso marcas muy conocidas no permiten a los influencers negociar sus tarifas, no les ofrecen un contrato y no les pagan a tiempo”, declaró en Vogue Business. Dos de sus objetivos prioritarios son los de poner fin a la falta de diversidad en campañas publicitarias que acucia el sector y acabar con las diferencias económicas por cuestiones ajenas al número de seguidores.
Precisamente son los microinfluencers como Nicole Ocran (25.000 seguidores), que quizá no cuenten con la protección de una agencia de representación o con la fuerza suficiente para plantar cara a una propuesta comercial abusiva, los que más podrían beneficiarse de estas organizaciones. A pesar de que pueden facturar miles de euros cada semana, la mayoría trabajan como autónomos, muchas veces sin un contrato laboral ni protección sobre las tarifas acordadas o la propiedad intelectual. Conceptos como transparencia, inclusión y autonomía deberían regir las relaciones de aquí en adelante. La propia Ocran dice haber sido discriminada salarialmente por el color de su piel y su peso (usa una talla 16 americana, que equivaldría a una XL).
Coincidiendo en el tiempo con el nacimiento de TCU, en una de las apabullantes pantallas que decoran Times Square, vio la luz el America Influencer Council. Aunque prefieren la denominación de asociación comercial más que la de sindicato, se definen como una comunidad y think-tank sin ánimo de lucro que buscará impartir justicia en la industria, “creada por influencers para influencers” y a la que se accede por invitación. Con una docena de miembros (que suman diez millones de seguidores en total), entre los que se encuentran nombres relevantes del sector como Danielle Bernstein (@weworewhat) o Chriselle Lim (@chrisellelim), el AIC planea realizar labores de apoyo y consultoría sobre normas de patrocinios y estrategia de negocio. También harán campaña ante la Comisión de Comercio para mejorar su situación contractual y que se reconozca la contribución del gremio a la economía estadounidense.
Precisamente, este enfoque más gubernamental o diplomático, fue criticado por la influyente cuenta de Instagram Diet Prada, conocida por dejar en evidencia los comportamientos menos éticos de la industria, que calificó el AIC como un germen de lobby, un grupo de presión que podría menoscabar la competencia entre quienes forman parte de la organización y los que no. Además, censuró que varias de sus integrantes hubieran trabajado con empresas textiles sobre las que se ciernen dudas acerca de las condiciones laborales en sus fábricas y la hipocresía de su discurso sostenible. “Con motivo del Día de la Tierra, en el Instagram de AIC preguntaron a sus seguidores que compartieran sus iniciativas para ‘mantener a la Madre Tierra a salvo de daños’. Teniendo en cuenta el estilo de vida de estos influencers de consumismo ostensible y sus patrocinios con marcas de fast fashion, la ironía es evidente”, escribieron. El America Influencer Council negó las acusaciones, corroborando que su meta primordial es la de “actuar como puente entre la comunidad creativa y la empresarial”.
“Al sindicarse, los influencers están impulsando la transparencia y la eliminación de prácticas de explotación por parte de las marcas, un patrón que se manifiesta cuando las condiciones y tarifas de remuneración son opacas”, sostiene la periodista Beth Ashley en la edición estadounidense de Vogue. Sin embargo, y a pesar de las buenas intenciones, la influencia real y capacidad de negociación sobre las marcas que estas asociaciones puedan tener en la industria a corto y medio plazo todavía es una quimera y dependerá, como en cualquier otro sindicato, del número de afiliados que consigan tener entre sus filas. ¿Seremos testigos de una huelga de selfies en Instagram o de bailes en Tik-Tok en un futuro próximo?
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