Inma Shara: El valor de lo clásico
Pasa de viaje más de 10 meses al año, pero encuentra tiempo para elegir su vestuario y complementos. La directora de orquesta es una amante de la moda como lo fue su madre.
Cuando la música invade sus sentidos, dirige con los ojos cerrados y las notas memorizadas fluyen. La batuta es una continuación natural de su emociones y el sutil movimiento de su cuerpo se transmite al tejido, etéreo pero firme, y conmueve al público. El vestido de dirigir adquiere la categoría de instrumento. Porque Inma Shara, directora de orquesta, no puede lucir cualquier cosa cuando se sube al escenario. «Mi puesta en escena es sencilla y a la vez funcional: necesito estructura, pero también libertad para mover los brazos. La parte inferior tiene que permitir la oscilación y al mismo tiempo adaptarse a la líneas del cuerpo». Tan importante resulta que siempre viaja con él en la mano. «No lo facturo jamás, al igual que las partituras y las batutas; van siempre conmigo», explica. La razón es un descuido que tuvo una vez y todavía sigue lamentando: «Me dejé un vestido en un avión en el aeropuerto de Dallas. Tenía un significado muy especial para mí porque lo había llevado puesto en el primer concierto que di en mi vida. Volví a por él y me dijeron que lo habían llevado a objetos perdidos, pero me dieron falsas esperanzas porque por el camino alguien debió decidir que prefería quedárselo y nunca apareció». Se lo habían hecho a medida siguiendo sus propias indicaciones.
El gusto se hereda. Tenía muy claro lo que quería para ese vestido porque Inma ha respirado la moda desde niña: su madre trabajó durante 20 años como modista para la casa francesa de alta costura Anne Saint Pierre. «Verla coser me aportó unos valores muy sólidos. Es un trabajo minucioso y exigente al que hay que dedicar muchas horas, igual que pasa con la música. A veces devolvían prendas para repetir pequeños detalles. Tras la costura hay una gran sinfonía. Y mi madre lo hacía siempre con tanto amor y cariño…», recuerda. Probablemente esa formación estética tuvo una influencia importante en su propio vestuario, aunque ella se confiesa muy clásica. Por eso elige bolsos sobrios y con historia como el Birkin de Hermès –tiene uno de piel en color chocolate y otro de cocodrilo–, el 2.55 de Chanel o el Amazona de Loewe. Y los zapatos le gustan de una forma muy concreta: de tacón alto y estilizado, con puntera salón y empeine ligeramente elevado. Se los hace a medida en Gianvito Rossi, en Milán, aunque también le gustan las sandalias de Valentino. «Paso fuera de casa 10 meses al año y nunca tengo tiempo de ir de compras. Pero me encanta pasear por las ciudades y descubrir tiendas peculiares durante mis viajes», relata. En una de estas expediciones dio con un atelier de artesanos en Viena y les pidió que le hicieran un estuche para sus batutas, su herramienta de trabajo. «La batuta tiene que adaptarse a tus dedos. La que llevo siempre está hecha a mis manos. Hay que cogerla como si fuera un pájaro: con delicadeza para no herirlo pero sin dejar que eche a volar». La que guarda con más cariño es una que le regaló su maestro por antonomasia, Sir Colin Davies. «Se le cayó al suelo y no se dio cuenta; la recogí, se la llevé a su estudio y él me dijo que me la quedara. Acabábamos de conocernos y la guardo como un tesoro». Además de esta formación en el extranjero, Inma estudió en los conservatorios de Bilbao, Vitoria y Madrid. A su alrededor sus compañeros elegían instrumento, pero ella quería quedarse con todos. «Supe enseguida que quería dedicarme a la dirección».
Accesorios muy cuidados. Muchas de sus joyas las ha descubierto en el escaparate de alguna urbe tan musical como París, Londres o Zúrich. Le gustan los anillos con piedras de colores y cortes clásicos, pero jamás mezcla más de un accesorio: si elige anillo, es solo uno y nunca lo combina con pulsera. Y no suele llevar collares. Sí, le gustan los relojes –es embajadora cultural de Vacheron Constantin– y le apasionan las estilográficas. «Cada vez que firmo un contrato me compro una pluma nueva. Es una forma de recordar momentos decisivos en mi carrera a través de un elemento de escritura», explica. Para la ropa también tiene un estilo igual de definido. «En mi vida diaria también soy clásica», confirma.
En los últimos tiempos cuenta con la ayuda de la diseñadora vasca Mercedes de Miguel, que actúa de cicerone y estilista personal. «Conoce muy bien mis gustos, me elige varias combinaciones y solo tengo que ir a su showroom a elegir. Facilita mucho mi vida». Pero Inma tiene otras vías igual de curiosas para hacerse con piezas que desea. «Paso horas y horas en los aeropuertos y es el momento que tengo para ver revistas. Si encuentro algo que me gusta, aunque sea en una publicación extranjera, le pido a la gente de una agencia de personal shoppers que me lo localicen. Ellos lo buscan y me lo envían». También ayuda que firmas como Valentino le manden la ropa de temporada hasta su casa en Amurrio, la localidad alavesa en la que vive desde siempre. Cerca de allí, a unos kilómetros, está la casa de campo donde se encierra a estudiar las partituras, arrullada por el sonido de la naturaleza y con vistas a las montañas.
Sergio Moya y Ximena Garrigues
Sergio Moya y Ximena
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