Humanidad, por Ana Pastor
«Detrás de la barbarie de la Guerra Civil, hubo valientes gestos que salvaron vidas»
Haber nacido en democracia no impedía que el tema le obsesionara. Le parecía increíble que hubiese un territorio tan inexplorado y extrañamente bello en la ya conocida historia de la Guerra Civil española. Detrás de la barbarie de aquellos años y de los cientos de debates que aún resuenan en nuestros días, descubrió valientes gestos que salvaron vidas. Ciudadanos anónimos empezaron a enviarle testimonios de familiares que hablaban de una España dividida pero generosa, una España en la que se luchaba y asesinaba pero en la que también se defendía la vida lejos de ideologías. Era una visión «más humana de la guerra». Hace casi 10 años que Fernando Berlín me habló de su obsesión, de los Héroes de los dos bandos, del sacerdote, del futbolista, de tantos y tan poco conocidos que parecen haber sido borrados de los grandes titulares.
Por lo que era y por lo que hizo, Virgilio es quizá, en el recorrido de Fernando Berlín, el símbolo de una España dispuesta a no aceptar etiquetas. Era un joven seminarista cuando la guerra comenzó. En primera persona narra cómo, a pesar de estar alistado en el bando nacional, decidió que podía jugársela por algo más importante que la propia lucha: apostar por otros seres humanos. En una de las incursiones realizadas con los «suyos» en Palma del Río, Córdoba, encontró una gran cantidad de documentación que guardó como un tesoro. Descubrió que todos esos papeles, encabezados con los nombres de algunos de sus propios vecinos, servirían para delatar a quienes se habían pasado al bando republicano. Temía que fueran usados para que todos ellos acabaran fusilados, así que con la ayuda de su madre resolvió quemarlos todos y rehacer de manera muy valiente el destino de quienes vivían a su lado.
De una pasta parecida estaba hecho Hilario Marrero, jugador del Real Madrid y la selección española en aquella época. Paco Trigo, portero del Racing, se encontraba una noche en un bar de Orzán, A Coruña. Un pequeño gesto de complicidad del madridista le salvó la vida. Trigo estaba bailando con una joven cuando varios miembros de la Falange irrumpieron en el local para detener a todos los considerados traidores, entre ellos el racinguista. Lo identificaron y, cuando se lo iban a llevar, el madridista, consciente de cuál sería la suerte de su rival, intercedió por él asegurando que era «el famoso portero del Santander». En un regate casi perfecto, decidió incluso acompañarlos al cuartelillo y usar su fama como jugador del Madrid para evitar posteriores represalias.
Héroes anónimos en algunos casos, héroes sin bandos, hombres y mujeres que arriesgaron su vida y la de sus familias, que antepusieron su concepto de humanidad a la furia del entorno. Gracias, Fernando, por recordar que, incluso en espacios tan hostiles, existen pequeños milagros imposibles de etiquetar y por creer que el periodismo está obligado a subrayarlos.
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