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Grandes timos de la estética

Prótesis mamarias defectuosas, productos homeopáticos para adelgazar, toxina botulínica vendida por Internet o queratina ambulante. En tiempos de crisis, prolifera el engaño.

Bisturí, cirugía
Gtres

El miedo sigue su curso entre las portadoras de implantes mamarios PIP: el Gobierno francés recomendó retirarlos el mes pasado a unas 30.000 mujeres «a modo preventivo» después de que se detectaran ocho casos de cáncer. La extinta marca francesa Poly Implant Prothèse utilizó silicona de peor calidad, y aunque un informe elaborado por el Instituto Nacional de Cáncer (Inca) indica que no existe riesgo oncológico mayor que en otras mujeres, sí se ha comprobado que estas prótesis se rompen más y que su gel de silicona puede provocar inflamaciones. Lo cierto es que se vendían como churros: la empresa llegó a producir 100.000 unidades al año y a ser la cuarta a escala internacional hasta 2010, cuando entró en colapso por reiteradas denuncias de rupturas hasta su desaparición en marzo de 2011. El porqué no cuesta imaginarlo: resultaban baratas.

Pero como en todo, en la estética también lo barato sale caro. ¿Deben entonces activar el modo pánico las mujeres con PIP? ¿Y aquellas con otro tipo de implantes? Para María José Castro Veiga, del Instituto de Cirugía Estética y Plástica, «con las PIP ha existido un fraude del fabricante con respecto a la calidad y la “cohesividad” del gel de silicona (el que estaba autorizado era uno de calidad superior al que se utilizó en la fabricación), pero no se ha demostrado la relación con el cáncer de mama. La incidencia es igual a la del resto de la población». Evitar que nos den gato por liebre si se está pensando en un aumento mamario pasa por seguir varias pautas, según el doctor Federico Mayo, director del mismo instituto: «Lo más importante es que las prótesis sean de gel cohesivo, ya que de esta manera nos aseguramos de que en caso de rotura la silicona no pueda desplazarse por el organismo y la extracción sea más fácil. Y, por supuesto, no se deben colocar implantes sin marcaje CE (autorizados en la Comunidad Europea)». Otra seña de calidad: el precio. Unos buenos implantes rondan los 1.500 euros.

Pero este no es el único fraude de la industria de la belleza: los tratamientos que prometen reducir centímetros corporales son tantos como las ilusiones depositadas, y a menudo caen en un mismo saco roto. Fue en mayo de 2011 cuando Francia, nuevamente en el ojo del huracán, decidía prohibir la mesoterapia, las inyecciones que licúan la grasa localizada, la radiofrecuencia o la liposucción asistida por láser. El motivo partía de 61 denuncias por hematomas, infecciones o necrosis: la guerra fría entre cirujanos y médicos estéticos se recrudecía, y las dudas de los posibles clientes aumentaban: ¿son seguros estos tratamientos?¿Y efectivos? Los plásticos aseguran que lo único que reduce es la liposucción, mientras que los estéticos aplauden la combinación de técnicas. Así lo afirma Purina Espallargas, especialista en medicina estética. «Si están bien utilizados, son efectivos», asegura.

El problema es que hay mucho usuario que trata de escatimar gastos. Por ejemplo, con Aqualix, el detergente de la grasa (desoxicolato de sodio). Si se aplica en los flancos y con la pauta correcta, sería eficaz, pero habría que combinarlo con cavitación y radiofrecuencia. Una pista: si no se observan resultados en la primera sesión, no funciona. Y lo mismo ocurre con otras técnicas: el boom de la radiofrecuencia, ondas capaces de compactar y fabricar colágeno, ha degenerado en bluf. Sí, reafirma, pero según Espallargas en la mayoría de los casos no reduce. Con la celulitis, más de lo mismo. Las ofertas de 20 euros la sesión carecen de lógica. «La cavitación, para que funcione, debe emitir un pitido, que se produce cuando rompe la grasa. Cada sesión combinada de aparatología reductora no debería bajar de 150 euros». A este precio sin precedentes ha llegado en los últimos meses el tratamiento más demandado: la toxina botulínica. De los 450 euros de media de hace dos años, algunas clínicas, incapaces de levantar cabeza, han disminuido el importe en un 35%. Y, lo que es peor, ya puede leerse en la red la posible adquisición de viales en alguna farmacia de Andorra, cuya web no parece especificar que la venta sea dirigida al especialista. Al respecto, la doctora Natalia Ribé, médico estético y directora del instituto que lleva su nombre, explica: «La toxina botulínica solo la pueden comprar médicos que tengan un depósito de medicamentos asociado a su clínica y cuyo centro esté acreditado por la autoridad sanitaria pertinente. Jamás por un paciente.

Tampoco se debe adquirir en la web materiales de relleno o mesoterapia». Pero estos también se publicitan en otras farmacias andorranas con versión online. Desde allí nos cuentan, en respuesta a un correo, que «con la receta del especialista no hay problema en suministrar ese material a un paciente». Asimismo, empresas que basan su éxito en los cupones descuento masivos tampoco son fiables. «Por mucha crisis que haya, todo tratamiento con toxina botulínica tiene un coste que asegura la garantía del producto y la experiencia del profesional», añade Ribé. También en la red se ha gestado un lucrativo negocio recientemente desmontado por la Administración de Drogas y Alimentos (FDA) y la Comisión Federal de Comercio (FTC) de Estados Unidos: los productos homeopáticos para adelgazar basados en HCG. Se trata de una hormona presente en la orina de las embarazadas y sintetizada en gotas o pastillas. Estas, acompañadas de una dieta de 500 calorías diarias, resultan supuestamente tan fulminantes con los kilos como con el sentido común. Pero estos fármacos, indicados para tratar la infertilidad femenina, nunca estuvieron permitidos como coadyuvantes en la pérdida de peso, lo que ha llevado a las autoridades a tomar medidas para retirarlos.

En el último Congreso Nacional de Dermatología celebrado en España otro «timo» fue denunciado por los dermatólogos: el negocio del nuevo milenio comenzaba por la depilación láser y se alertaba de ofertas que podían llegar a 20 euros la sesión, cuando un aparato de calidad ronda los 100.000 euros. No fue el único aviso por parte de este colectivo. Su presidente, el doctor José Carlos Moreno, apoyaba una denuncia de la OCU respecto a los tratamientos anticaída en centros capilares: lociones y técnicas de ozonoterapia o láser no habían demostrado de forma rigurosa una acción contra la alopecia. Solo el minoxidil, los demás tienen una acción placebo.

De la salud del cabello al tratamiento que ha revolucionado su estética en el último año: la queratina. Hemos pasado de la aplicación en el salón, a 200 euros la sesión, a ver cómo puede venderse en webs para uso casero por parte de «peluqueros ambulantes» dispuestos a cobrar un tercio de su valor. ¿Argucia coyuntural? Puede. Pero para los expertos es inadmisible. David Lorente, cuyo salón lleva su nombre, explica: «Cualquier tratamiento de peluquería debe ser realizado por un profesional en un salón con todas las herramientas, el espacio y la ventilación necesarias. Ante cualquier irregularidad no sería posible reclamar». Desde el Centro de Belleza Tacha añaden que hay que pedir el certificado de calidad y, por supuesto, no superar el 0,2% permitido de formol.

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