Ganar es fácil, por Àngels Barceló
España e Italia son los países europeos con mayor afición femenina al fútbol (un 40%), señala un estudio de Kantar Media para la Eurocopa 2016. Les siguen Alemania, Reino Unido y Francia.
He ido abandonando el fútbol, al que solo regreso en partidos del siglo. Bueno, de hecho, el fútbol me ha abandonado a mí. No me gusta su modelo de negocio, no me gusta lo que representan algunos de sus jugadores, ni algunas de sus aficiones, ni algunos de sus periodistas. Nos hemos ido distanciando poco a poco, confieso que no sin cierta pena. Ahora llevo unos días de cierta reconciliación.
El fútbol ha venido a buscarme de nuevo y yo me dejo querer, porque me recuerda a nuestro amor del principio, inocente, cuando mi equipo nunca ganaba una Liga pero me hacía feliz. Esas tardes de domingo soleadas, porque al inicio de nuestra relación el fútbol era siempre los domingos por la tarde, en el Camp Nou. Viendo la poca técnica pero el mucho pundonor de mi equipo. Eso sí, hasta que llegó Cruyff, que nos llenó de técnica y de filosofía.
Y la reconciliación se la debo a la Eurocopa. No a la participación de España en la Eurocopa, tan mala como irrelevante. Se la debo a la competición, que ya me hizo feliz una vez cuando la relación entre el fútbol y yo estaba en pleno clímax, con esos partidos desde Colón que nos llevaron al éxtasis. El fútbol ha venido a buscarme con una selección de muchachos altos y rubios que no conocen la vergüenza y que se han llevado por delante, nada más y nada menos, al país donde nació este deporte, a Inglaterra. ¡Qué descaro!
Es la selección de Islandia la que me corteja. Un país donde solo hay 100 futbolistas profesionales, no me he dejado ningún cero, 100 son 100. Un país donde los partidos de su selección son vistos por el 99,8% de la audiencia; supongo que los que no lo vieron estaban en alta mar avistando ballenas. No lo sé porque nunca he estado allí, pero seguro que en Islandia no hay presidentes de clubes prepotentes ni tertulias futbolísticas chillonas por las noches. Allí el único que grita es el narrador del partido que trabaja junto a un desfibrilador.
Y cuando Islandia ya empezaba a robarme, de nuevo, mi corazón futbolístico, y mientras yo me resistía, porque luego sufro y ya no tengo edad para ello, apareció en mi vida Will Grigg. Un jugador de Irlanda del Norte que no ha jugado ni un solo minuto en la Eurocopa, pero que tiene a la afición rendida a sus pies. Tanto, que le han dedicado una canción que retruena en todos los pubs irlandeses y que se ha convertido, casi, en el himno de ese combinado. El pobre chico se sonroja cuando se la cantan, porque él no ha pisado el césped en ningún partido, pero la afición lo ha convertido en todo un ídolo. Y una los oye cantar y se pregunta: «Por qué no seré de Belfast». Porque así, si te quedas fuera de la Eurocopa, al menos puedes cantar a pleno pulmón Will Grigg’s on fire. En cambio, si eres de la selección española, te vas a casa cabreada y sin que los jugadores te miren a la cara.
Si, al final, decido volver a enamorarme del fútbol, todavía me lo estoy pensando, solo me enamoraré de los perdedores y de los humildes, porque con ellos las penas son alegrías, y las alegrías ya ni les cuento. Ganar es fácil, gestionar la victoria es fácil, aunque a veces la arrogancia y la altanería se te van de las manos. Perder es más complicado. Por eso, cuando se pierde con clase, con épica, con humildad y, sobre todo, con música, mucha música, la derrota es la mejor de las victorias. Y si no que se lo pregunten a los irlandeses y a los islandeses, o a mí, que ya vuelvo a tener mariposas en el estómago.
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