Xuxa se disculpa por haber sido «la Barbie de Brasil»: «Desde pequeña me veían como un trozo de carne»
Las enseñanzas de la estrella infantil brasileña y sobre todo su sesgo racial en los años noventa están en entredicho. Ella se defiende dan la razón a sus detractores.
Semirretirada y disfrutando de una fortuna, que en 2019 se cifraba en unos 160 millones de dólares (cifra similar en euros), Xuxa ha cumplido los 59 años convertida en una especie de símbolo nostálgico para varias generaciones de brasileños. Pero también de españoles, argentinos, colombianos, chilenos y uruguayos, que podrían cantar sin mucha dificultad la letra de Ilarie, el hit con el que siempre acababa su famosísimo programa, El show de Xuxa.
Con una paleta cromática que recuerda a los fotogramas de la nueva película de Barbie (nunca había suficiente fucsia y pistacho en aquellos decorados) y una combinación de actuaciones musicales y pruebas de concurso, el show, la versión en español del xou que ya la había hecho famosa en Brasil, se emitía en 17 países, incluido Estados Unidos, donde tenía un importante seguimiento del público hispano a través de Telefé. En 1992, la cantante grabó otro programa, de diseño muy similar, solo para España, el Xuxa Park. Se rodaba en Barcelona, en un plató gigante que simulaba un parque de atracciones y, a pesar de la huella que ha dejado en la memoria —“quipo gggosa y quipo vegggde»: en aquellos años la naciente televisión privada descubrió las ventajas de tener un presentador carismático con un acento peculiar—, duró solo cuatro meses, pero fue un éxito innegable. Algunas emisiones alcanzaron una cuota de pantalla del 45%. En aquel año, tan cargado de simbología, las tardes de los domingos fueron de Xuxa.
Esra semana, en una entrevista a The New York Times se ha dedicado a desmitificar su rol en aquellos años en los que marcó tantas infancias: «Yo venía a ser la muñeca, la niñera y la amiga de estos niños. Una Barbie de aquella época. Ella venía con un coche rosa y yo con una nave espacial del mismo color». Sus admiradores crecieron queriendo ser como ella y su elenco totalmente caucáusico de bailarinas adolescentes, las «Paquitas». El motivo por el que la artista está reevaluando su rol en la creación del imaginario infantil brasileño es que una serie documental sobre su vida lo ha hecho antes y ha puesto sobre la mesa lo que fue siempre un elefante en la habitación: en un país con población mayoritariamente negra, ¿cómo es posible que el mayor referente fuese esa inmaculada rubia? La propia Xuxa ha admitido que en su momento no lo veía mal, aunque ahora es perfectamente consciente. Quizá porque ella tuvo que lidiar con una tragedia propia, que reveló en sus memorias, publicadas en 2020. El capítulo más duro del libro está dedicado a los abusos que sufrió en su infancia, desde los 4 hasta los 13 años. “Recuerdo una noche que estaba acostada sobre el edredón y respiré un olor a alcohol de alguien que no puedo identificar, una barba que me lastimó la cara y algo que pusieron en la boca. Me desperté diciendo que alguien había orinado en mi boca y mis hermanos dijeron que había soñado. Este fue el primer abuso sexual que sufrí», escribió, detallando lo que ocurrió con un amigo de sus padres. Más adelante, fue otro amigo de la familia y un profesor al que llama “Maestro Monstruo” y quien, según cuenta, se masturbaba cuando la hacía salir a la pizarra.
Lo mismo que las mujeres del mundo del espectáculo en todo el mundo han despertado a la anomalía que suponían los abusos normalizados en la industria gracias al #MeToo, los movimientos inclusivos globales han hecho que Brasil se replantee su autopercepción racial y reivindique sus auténticos fenotipos: desde las pieles negras hasta los rizos pasando por los cuerpos más curvilíneos.
Para los brasileños más jóvenes, que no vivieron su esplendor televisivo, Xuxa es una señora que sale a veces en los medios —durante la pandemia protagonizó su propia polémica al sugerir que se utilizase a los presos de las cárceles como cobayas para vacunas y medicamentos con el argumento de que al menos así “servirían para algo”— y como un meme. Hay uno muy famoso en el que aparece ella en uno de sus antiguos programas rodeada de niños que la miran embelesados. Hasta que le espeta a una niña con un deje de hartazgo: “Ajá, siéntate ahí, Claudia”. Es la frase comodín con la que en Brasil callas la boca a quien te molesta con una impertinencia. Xuxa es ahora quien no se calla la boca. En la entrevista con el New York Times asume totalmente su responsabilidad en la creación de un role model equivocado: «Dios mío, qué cantidad de traumas coloqué en la cabeza de los niños», lamentó. Aunque también añadió que la culpa no era solo de su programa sino de todo lo que nos transmitían como normal, incluida su autopercepción: «Desde pequeña me veían como un trozo de carne». En aras de su carrera, cuando aún era una niña, la obligaron a perder peso, a operarse y le prohibieron cortarse el cabello: «Una muñeca tiene que tener el pelo largo».
El paralelismo con Barbie, sin embargo, no es únicamente negativo a ojos de la show woman. Ella, que consiguió crear un imperio multimillonario como madre soltera (a pesar de los muchos sonados romances que protagonizó con estrellas brasileñas como Pelé o Ayrton Senna) sostiene que, de alguna forma, ambas encarnan el espíritu victorioso de las mujeres que triunfan en tiempos en los que se supone que solo los hombres pueden hacerlo. «Eso es mucho más que ser feminista».
No es la primera vez tampoco que Xuxa muestra una postura progresista. Desde hace casi una década la antigua estrella ya expresó su profundo malestar con Jair Bolsonaro. Después de la pandemia, cuando se comprobó el desprecio y el negacionismo con que el mandatario gestionó la crisis sanitaria del coronavirus, perseveró en ello. En 2020, cuando Brasil superó los 600.000 muertos y Bolsonaro fue vetado de un estadio de fútbol por no haberse vacunado, Xuxa escribió: “Quien no sigue las reglas mundiales es un genocida”. Ya en 2014, la presentadora apoyó a la entonces presidenta Dilma Roussef, también del Partido de los Trabajadores (PT), cuando esta promovió la llamada ley de la bofetada, que prohibía el castigo físico a los niños. Ahora, intenta por enésima vez reconciliarse con su pasado: «Solo aprendemos a hacer las cosas bien cuando vemos que estamos en el camino equivocado», ha dicho.
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