Ser mujer y dejarse bigote: el tabú que el feminismo aún no ha conseguido derribar
Las axilas con pelo escandalizan, pero Nike ya las ha incorporado a sus campañas. ¿Es el turno del mostacho?
Durante la eclosión de la segunda oleada feminista se extendió esa infundada idea de que las mujeres francesas, hijas todas de Simone de Beauvoir, dejaban que les crecieran los pelos de las axilas sin control. Los sobacos peludos se convirtieron entonces en un instrumento de expresión política: símbolo de liberación, llegaron a tener ciertas connotaciones sexys. Y ese cierto aura de prestigio contestatario ha llegado intacto a nuestros días, en los que el capitalismo ha descubierto que algunos mensajes del feminismo de tercera ola, correctamente planteados, pueden generar muchos beneficios. Nike, por ejemplo, se atrevió hace unos meses a promocionar sus sujetadores deportivos con una foto de la cantante de origen nigeriano Annahstasia en la que la artista mostraba unas frondosas axilas. Recopiló 173.000 likes.
Este verano hemos vuelto a comprobar que el vello del sobaco conserva su poder subversivo gracias al Concejal del PP Jesús López Trader, quien se atrevió a llamar “tipa” a Irene Montero por dejarse au naturelle las axilas o al Youtuber Joan Planas, que ha pasado los últimos dos días enredado en una diatriba en Twitter porque los pelos que Leticia Dolera se deja debajo de los brazos le molestan enormemente.
El pelo femenino ha estado históricamente sujeto a paradojas culturales. El de la parte superior de la cabeza es valorado y admirado como un grandísimo signo de feminidad: una melena sana, sedosa y brillante es símbolo de juventud y fertilidad. El vello que crece en el resto del cuerpo, en cambio, representa todo lo contrario. Pero aunque unas piernas peludas aún generen escándalo y unas axilas pobladas hagan que políticos conservadores y agitadores de Internet pierdan el oremus, nada puede superar la carga transgresora del vello que le crece a la inmensa mayoría de las mujeres en el labio superior.
El bigote es tan consustancial a las mujeres como los pechos o el clítoris. Y sin embargo, ¿alguien es capaz de imaginarse una campaña de Nike en la que la protagonista luzca un frondoso mostacho?
La periodista Mona Chalabi contaba en un artículo de The Guardian titulado Vello facial femenino: si tantas mujeres lo tienen, por qué tantas se avergüenza de él que la carga simbólica del bigote en las mujeres va mucho más allá que cualquier otro supuesto “defecto” atribuido al cuerpo femenino. Ella defiende que esos pequeños pelos representan las reglas más básicas del patriarcado: “Ignorar su cuidado supone poner en riesgo la reputación e incluso la dignidad de la mujer que no se los quita”.
Quizá también por eso, la depilación del bigote es un ritual de paso tan memorable para la población femenina como la llegada del periodo. Pregúntale a cualquier amiga que tengas cerca si es capaz de recordar con claridad la primera vez que eliminó el vello de su labio superior, con qué método lo hizo y si hay alguna anécdota traumática asociada a ese episodio. Verás que la mayoría de las mujeres pueden recordar de una forma clarísima todo lo asociado a ese hito vital. Mona Chalabi lo hizo para su artículo de The Guardian y se encontró con testimonios como el de Alicia, 38, quien dijo que tuvo que depilarse con cera porque los niños de clase, cuando descubrieron aquella sombra negra que había aparecido bajo su nariz, la llamaban gorila; o el de Genesis, 24, quien se aplicó crema decolorante por primera vez porque alguien en el patio del colegio le gritó “¡Mujer Lobo!” por el mismo motivo. En la redacción de S Moda hay quien es capaz de recordar que su primera depilación bigotuda fue clandestina y acabó en desaguisado: “Mi madre no me dejaba quitármelo porque tenía la teoría de que si lo hacía me saldría mucho más fuerte así que en clase era objeto de todo tipo de mofas. Al final me harté, cogí un cutter y solucioné yo misma la situación sin permiso de nadie”.
Muy pocas mujeres con relevancia pública han tenido la valentía de dejarse el vello del labio superior. Tan pocas que las dos que se lo dejaron son constantemente recordadas por ello, aunque una de ellas sea una de las pintoras más importantes del siglo XX (Frida Kahlo) y la otra una cantautora de una altura universalmente reconocida (Patti Smith). A ninguna de las dos les importaba poner en riesgo “su reputación y su dignidad”, como decía Mona Chalabi. La segunda, de hecho, se enfrentó abiertamente a la opinión de uno de los jefazos de Arista, quien le sugirió a ella y al legendario fotógrafo Robert Mapplethorpe que borrar su archifamoso mostachito de la imagen de la portada de Horses sería mejor para su carrera.
Esa clase de resistencia sobrevive por ejemplo en Paola A., 26, una rara avis madrileña (y activista feminista) que tomó en su adolescencia la decisión de jamás se depilarse el bigote. Curiosamente, la persona que más se ha opuesto en su entorno a esa determinación es una mujer: “Mi madre me dice constantemente que no le resulta estético y que me lo depile”. Paola admite que han llegado a tener grandes discusiones a cuenta de este tema y también que es perfectamente consciente de que esa toma de postura es muy rara, incluso en su entorno. “El tema del bigote no es como el de los pelos de las piernas. De otro vello corporal se habla más, aunque sea para debatir si se debe dejar o no. Las mujeres con bigote directamente no existen”.
Contra esa «inexistencia» lucha la activista Harnaan Kaur, quien sufre Síndrome de Ovarios Poliquísticos y pasó toda su juventud depilándose para intentar ocultar su hirsutismo. A los dieciséis años decidió que esa lucha denodada por mantenerse dentro de los límites de una convención social se había acabado. Harta de hacer un esfuerzo ímprobo, abrazó su cuerpo y dejó que expresara toda su hirsuta gloria.
Su bigote y barba le han valido una presencia pública que le ha permitido participar en programas educativos, aparecer en los medios y trabajar como modelo ocasionalmente pero aún así, su presencia no deja de tener una dimensión fetichista y ‘freak’ innegable: una mujer con bigote y barba está aún muy lejos de poder ser sexy.
El bigote femenino, en números
¿Por qué ni siquiera el marketing corporativo, que todo puede digerirlo, ha conseguido darle un toque cool al mostacho en la era del activismo pop? Quizá porque los pelos de la cara siguen siendo para la inmensa mayoría de las mujeres un temible enemigo a batir. Cualquier fémina con la más ligera sombra oscura en el labio superior pasa largas horas encerrada en el baño aclarando, arrancando con cera, depilando con cuchillas y tirando con máquinas de ese vello en aras de mantener la mística femenina. La depilación del bigote es uno de los terrenos más íntimos del universo estético a pesar de que es uno de los rituales de belleza más odiados por el sector femenino.
Un estudio de 2006 realizado por la Universidad Británica de Reading titulado La carga psicológica del pelo facial en las mujeres halló que cada fémina gasta 104 minutos por semana en cuidar esta parte. El 67 por ciento de ellas admitió estar constantemente chequeando no tener pelillos. Un 76 por ciento aceptó hacer lo mismo haciéndose un chequeo táctil. ¿Hay acaso un gesto más genuinamente femenino que ese de pasarse el dedo por el labio superior en busca de pelillos traicioneros?
El cuarenta por ciento de las encuestadas decían sentirse muy incómodas en situaciones sociales si no tenían esa parte del cuerpo perfectamente “adecentada”. El 75 por ciento admitió unos niveles de ansiedad ante este problema que, presentados de forma objetiva ante un psicólogo, podrían haber sido considerados clínicamente preocupantes.
Ser mujer y tener bigote supone un nivel de estrés terrorífico. Y aunque haya enfermedades que favorecen la aparición de vello facial en el rostro femenino a niveles muy superiores a la media (el desorden hormonal que afecta a la activista Kaur es uno de ellos; la hiperandrogenemia idiopáticaes otra) a ninguna mujer le hace falta tener un problema hormonal y una producción anormalmente alta de queratina para sentirse mal por unos cuantos pelos debajo de la nariz, como explica Mona Chalabi.
Una encuesta de Kelton Research realizada en Estados Unidos en 2015 intentó averiguar hasta dónde estaban las mujeres dispuestas a llegar para dejar de preocuparse por su bigote. El estudio descubrió que 18 millones de mujeres americanas estaban más estresadas por su vello facial que por sus finanzas. Ocho de cada diez mujeres confesaron estar dispuestas a dejar de hacer alguna de sus cosas favoritas durante 30 días si eso significaba que no tendrían que volver a preocuparse por el vello que les crecía sobre el labio superior nunca más. El cincuenta por ciento decía que a cambio de esa liberación estaba dispuesta a dejar el chocolate. El 36 por ciento estaba dispuesta a dejar el sexo.
La estudiosa Karin Lesnik-Oberstein en su libro Mujeres y pelo corporal. El último tabú dice que el vello del cuerpo es un tabú hasta para las propias feministas, que se han detenido con muchísimas más frecuencia sobre el control heteropatriarcal del cuerpo femenino a través del peso. Es decir: hay mucha literatura sobre patriarcado y gordura pero no existen estudios sobre el tratamiento que se le da al vello corporal. Ella explica que esto es así porque el pelo corporal es una característica física tan disruptiva que ni se considera femenina. “Las mujeres gordas son retratadas como menos atractivas o menos deseables, pero siempre son mujeres y su gordura forma parte del paradigma de la feminidad. Sin embargo, las mujeres peludas son consideradas monstruosas porque representan la idea de masculinidad misma. El vello corporal y facial de las mujeres genera muchísima inquietud porque crea muchas dudas en torno a su identidad sexual”. Y nada amenaza más los equilibrios de poder de género que los desafíos a la identidad sexual. Al fin y al cabo, no deja de ser cierto que más bigote en una mujer indica mayor nivel de testosterona.
“El problema del bigote es que está tremendamente lleno de contradicciones”, dice Mona Chalabi. “Es una característica enormemente habitual entre las mujeres, y aún así es considerada anormal cuando tiene que ver con ellas; es absolutamente natural para un género (masculino) y monstruoso para otro (femenino). Y sin embargo forma parte de físico de ambos. No hay ningún otro “defecto” femenino que genere un rechazo igual”. Quizá precisamente por eso está claramente llamado a ser el último símbolo de la lucha feminista.
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