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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mirar adentro

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Recuerdo perfectamente el día en que escuché hablar por primera vez del ciclo menstrual en términos estacionales. Primavera, verano, otoño e invierno. Paseaba por Madrid mientras la ciudad me regalaba uno de esos atardeceres otoñales (cuya luz solo asocio a Madrid y a Nueva York) que son, a la vista y al corazón, lo que una infusión de jengibre y limón un domingo por la tarde: reconstituyentes a la par que nostálgicos. Madrid en otoño es nostalgia en bolsitas.

Iba escuchando un podcast en el que Alisa Vitti, fundadora de Flo Living (una de las aplicaciones más usadas por mujeres en todo el mundo para sincronizar sus cambios hormonales y predecir la llegada del periodo), hablaba del ciclo femenino como una sinfonía hormonal que pasa de los graves a los agudos a lo largo de los 28 días (aproximados) que dura nuestro ciclo menstrual, dividido en cuatro fases equiparables a las estaciones: folicular (primavera), ovulatoria (verano), lútea (otoño) y menstrual (invierno).

Durante las mismas, nuestros niveles hormonales van variando, afectando a todas las áreas que constituyen nuestro ser: cómo nos sentimos, la manera en la que responde nuestro metabolismo, la fortaleza de nuestro sistema inmunitario o nuestra configuración cerebral y su respuesta al estrés. Todo ello se va ajustando a lo largo de un periodo de 28 días a diferencia de lo que sucede en el caso de los hombres, cuya configuración biológica responde a un ciclo completamente distinto: el circadiano. Madre mía, pensé al terminar el podcast. Esto explica muchas cosas.

Parece razonable pensar que, si todos nuestros sistemas biológicos fluctúan a lo largo de las cuatro semanas del ciclo, esto impacte directamente en las necesidades nutricionales que tiene nuestro organismo. ¿Y si mediante el seguimiento de dietas rígidas, que no consideran nuestras verdaderas necesidades como mujeres, hubiésemos estado dando la espalda al potencial biológico interno al que solo como mujeres tenemos acceso? ¿Y si las respuestas estuvieran donde nunca hemos estado buscando? Pienso en mi abuela. Solía decir que no se recordaba a sí misma sin estar sometida a una dieta. Ella nació en 1921 y probablemente nunca oyó hablar de los beneficios y respuestas que la bioquímica ponía a su alcance por el simple hecho de ser mujer. Nadie le contó que durante la fase lútea su metabolismo se aceleraría y que durante esos días, necesitaría tomar alimentos calóricos y ricos en vitaminas del grupo B para potenciar la producción de progesterona y regular los niveles de azúcar en sangre. Y que si no hacía esto, es posible que tuviese antojos de dulce; esos que a día de hoy siguen generando culpa en tantas mujeres. Nadie le dijo tampoco que durante la primera mitad del mes/ciclo su metabolismo iría mucho más lento y que, por tanto, era momento para centrarse en comer verduras y frutas ricas en fibra. Y que haciendo esto evitaría sentirse hinchada, al darle a su organismo lo que necesita en el momento del mes en el que lo pide. En cambio, la dijeron que si se sentía hinchada, su metabolismo era lento y que por ello tendría que vivir constantemente haciendo dieta. Mi abuela nació en 1921, pero yo nací en 1992 y tampoco recuerdo que nadie me haya hablado de esto. Ni en clase de biología, ni en el médico, ni en casa. Niñas, mujeres. Es hora de buscar nuestras propias respuestas, de mirar adentro. Quizá nunca estuvieron en ninguna otra parte.

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