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El timo de las marcas de ropa feminista

Muchas de las firmas que se enriquecen con lemas que proclaman la emancipación y derechos de la mujer se han visto salpicadas por escándalos que van desde el acoso sexual a despidos por embarazo o explotación laboral. La última implicada: Feminist Apparel. Analizamos el fenómeno.

Cuando Forbes preguntó a Alan Martofel, CEO de Feminist Apparel, cuándo y cómo decidió crear su firma, él dijo que se iluminó mientras preparaba un documental sobre las violaciones en su campus universitario. Que, para financiar su película, se le ocurrió vender camisetas con frases a favor de la igualdad entre géneros y que así nació una marca que destina parte de sus ganancias a las artistas/activistas que idean los diseños. El pasado mes de junio, un asociación de supervivientes a violaciones alertó a los empleados de la marca de un post de Facebook de su jefe (fechado en 2013) donde Martofel admitía ser un agresor sexual. «He acercado mi paquete por detrás a mujeres en autobuses y conciertos sin su consentimiento. Me he enrollado con la tía borracha de la fiesta porque era la fácil. He cogido la mano de una mujer mientras dormía y la he puesto en mi pene», escribió en un texto de redención personal, donde buscaba expiar sus pecados apostando por fundar una marca de lemas feministas al tiempo que pedía a sus amigos que le ayudasen a difundir las bondades de su nuevo negocio.

Su plantilla, al comprobar la veracidad del texto, firmó una carta conjunta en la que exigía la dimisión de Martofel y que pidiese perdón a sus clientes, así como a las asociaciones de activistas que habían colaborado con la marca en los últimos años. El empresario renunció inicialmente a su cargo, pero a los pocos días se lo pensó mejor, volvió y despidió a todo el equipo por correo electrónico. «Este se suponía que era un sitio ético y feminista», ha contado una de las extrabajadoras a Refinery 29, «fue muy duro enterarse de que Alan había hecho todas estas cosas y nos las había escondido, porque eso significaba que habíamos estado trabajando con un abusador que, además, se quedaba con el dinero de víctimas de esos abusos«.

Una niña con una de las camisetas a la venta en Feminist Apparel.
Una niña con una de las camisetas a la venta en Feminist Apparel.Instagram/ @FeministApparel

Mientras Martofel asegura que la decisión de despedir a su plantilla está marcada «por no compartir ni la visión de negocio ni de feminismo» que él defiende, el caso de Feminist Apparel es el enésimo capítulo en el que, aprovechando el tirón de los movimientos sociales, capitalismo y activismo entran en conflicto por la comercialización del mensaje. El caso de Feminist Apparel y su capo agresor sexual se une a la cada vez más engrosada lista de otras marcas que hicieron del feminismo corporativo su bandera y subieron a sus CEO’s a la ola mediática de glorificación de la ‘jefaza’ como modelo femenino de conducta y empoderamiento. Mujeres que después han salido escaldadas en los juzgados por las hipócritas políticas laborales en su propia empresa.

Sophia Amuroso, la #Girlboss que inspira la serie de Netflix con el mismo nombre, no se cansa de organizar charlas y seminarios de supuesto carácter feminista bajo su nueva empresa (Girlboss Media), pero un año después de que diera un paso atrás en su puesto como CEO de Nasty Gal para cedérselo a Sheree Waterson, la marca pasó por un concurso de acreedores (la británica Boohoo se hizo con ella por 20 millones de dólares) y se enfrentó a varias querellas de sus trabajadores. Cuatro empleadas demandaron a la empresa por haberlas despedido por el simple hecho de haberse quedado embarazadas y reclamar la baja de maternidad. La denuncia, que también incluía a un padre despedido por solicitar la baja de paternidad, se resolvió por acuerdo fuera del juzgado.

Publicidad de Thinx, que se proclamaba como una firma «activista por la menstruación». La CEO de la firma después fue acusada de acosar a sus trabajadoras, así como de ofrecer salarios bajos y no conceder bajas de maternidad.
Publicidad de Thinx, que se proclamaba como una firma «activista por la menstruación». La CEO de la firma después fue acusada de acosar a sus trabajadoras, así como de ofrecer salarios bajos y no conceder bajas de maternidad.Thinx

Otras acusadas de cinismo corporativo por pregonar la liberación de la mujer bajo las normas del libre mercado son Ivanka Trump –que ha construido en torno al Women who work (Mujeres que trabajan) toda una narrativa de supuesto empoderamiento femenino mientras sus becarias no ven un duro– o  Miki Agrawal, a la que muchos vieron como la ‘nueva Nasty Gal’ en el universo emprendedor tras publicar Do Cool Shit, una especie de manifiesto que prometía enseñar a las mujeres a “dejar tu trabajo, empezar tu propio negocio y vivir una vida plena”.

Esta extrabajadora de banca que vive en una antigua iglesia reformada en Williamsburg fue la fundadora de Thinx, una firma de lencería para la menstruación que se convirtió en viral por su audaz femvertising en el metro de Nueva York. Agrawal, que ahora pretende convertir en cool el bidet portátil, posee un asombroso currículo en hispsterismo empresarial: su hermana gemela se inventó lo de las raves matutinas sin drogas antes de ir a trabajar, ella tenía parte de una cadena de pizzerías veganas y comenzó a acaparar portadas en EEUU  y dar charlas inspiracionales TED por haber triunfado con sus bragas para la regla (de hecho, se autoproclamaba “activista de las bragas”). Todo se torció cuando una extrabajadora suya la llevó a juicio por acoso sexual y por generar un clima hostil de trabajo. Según la denunciante, Agrawal enviaba fotos suyas desnuda a sus trabajadoras, bromeaba con el peso de éstas, les agarraba los pechos sin su consentimiento e incluso hacía videoconferencias desde el baño o semidesnuda en su cama. En querella constaban los bajos salarios de sus trabajadoras (aquí, también, sin baja de maternidad).

Ha llovido mucho desde que Katharine Hamnet convirtiese en alegato político su camiseta-pancarta frente a Thatcher. Rebelarse vende en la lógica capitalista y ahora hasta The New York Times tiene su modelo anti Trump a 300 dólares en Saks (diseñada por Sacai). Ensayistas como Jessa Crispin o periodistas como Amanda Hess nos lo vienen advirtiendo desde hace tiempo: la marketinización del feminismo o del activismo político se ha convertido en una auténtica plaga que vacía de significado a la propia lucha contracultural. Lo confirma Rachel Greenwald Smith en su reciente repaso sociocultural a la moda política en Los Angeles Review of Books, donde enfatiza que la camiseta con mensaje «no es un vehículo para la política, para marcar la diferencia entre amigos y enemigos. Es la evidencia de lo fácil que es comercializar la disidencia. En lugar de mostrar una polarización, de aumentar la energía política, la popularidad de la camiseta con mensaje es una evidencia de la disolución de lo político». O dicho de otra forma, vivimos en el absurdo de una era en la que se pueden comprar camisetas antiacoso callejero y enriquecer, al mismo tiempo, al tipo que admite haberlo practicado sin disimulo.

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