Cómo una lesbiana en las fiestas de Bilbao rompe el canon narrativo del “chico hetero atormentado”
Cuidados, Bilbao en fiestas, amores lésbicos y la vida imponiendo sus ritmos. ‘Jone batzuetan’ (’Jone, a veces’) la primera película de Sara Fantova construye un relato de vivencias sencillas o eventos canónicos, depende a qué distancia del centro se mire. Lo que de verdad importa.

Cambiar la perspectiva lo cambia todo. Parece una obviedad hueca, pero se transforma sustancialmente lo que se ve detrás del cristal, dependiendo del cristal. Y el que nos regala Sara Fantova en esta película es de un color muy especial. Jone, a veces es una historia sencilla y profunda, como lo puede ser la vida de cualquier chica de la edad de Jone, de cualquier mujer, de cualquiera. No osaré definir una nueva corriente cultural -Gramsci me libre- pero desde mi perspectiva se puede percibir el surgimiento de un “nuevo” cine, que no les suele gustar a los críticos de gafa, pipa y codera -menudo cliché, pero es que son así-, que es novedad para quienes viven para y del canon, pero no para quienes no caemos nunca en el centro.
Las mujeres, las disidencias sexuales, las personas cuyo horizonte no es la utopía sino fin de mes, las migrantes, las huérfanas, nos vemos muchas veces en la pantalla, pero el reflejo que recibimos no se parece en nada a nuestras vivencias. Y ya no cuela.
El mundo —o el público, que es lo mismo— está saturado de la misma historia del mismo hombre de mediana edad. Así que la industria —que siempre cree saber lo que quiere el público, pero lo confunde con lo que quiere darle al público— se puso a buscar “historias”. “Historias”, ¿eh? Como si esas cosas existieran al margen de quienes las viven, y son capaces de contarlas de manera veraz, porque son verdad. Y, en pocos años, se nos ha llenado la ficción —sobre todo las series, que es como ficción “de segunda”, porque la ves en tu casa, con el móvil y la rutina mandándote notificaciones— de mujeres de mediana edad al borde del ataque de ansiedad. Pero tú, que eres una de esas, no te lo crees. Porque los hombres no saben escribir mujeres, los ricos no saben escribir obreras ni los centros saben escribir márgenes.

Las mujeres que lo primero que hacen al levantarse es mirarse en el espejo desnudas y pellizcarse los pezones, solo existen en la mente -y en los libros, desgraciadamente- de “Don Arturo” y las que serían capaces de hacer el golpe de los cinco dedos que revientan el corazón al cabronazo y amoroso padre de su hija (aunque la sacó de su vientre después de intentar asesinarla) solo en la mente de Tarantino. Y nosotras lo sabemos
A medida que las personas que no ocupamos el centro -cuanto menos hombre blanco cishetero adulto autónomo económicamente sin dependencias ni responsabilidades de cuidado seas, más lejos te pilla- hemos ido colándonos en los espacios que definen el relato (como yo en esta publicación, por ejemplo) hemos aprendido a decodificar las diferencias entre los relatos que hablan de nosotras y los relatos en los que hablamos nosotras.
Esta etiqueta -que no oso poner, pero que percibo- tiene algunos de sus exponentes más exitosos en 5 lobitos de Alauda Ruiz de Azúa (2022), 20.000 especies de abejas de Estibaliz Urresola (2023), o Los destellos de Pilar Palomero (2024). Películas que un pedante que se autodenomine cinéfilo (son los peores) llamaría “pequeñas”, aunque los palmarés en los festivales grandes y los números en taquilla digan lo contrario. Pero son “pequeñas” porque no hay explosiones, ni sale Coronado enfadado, ni hay desnudos descontextualizados. Son “pequeñas” porque son historias que reflejan algo parecido a las vidas de quienes no miramos el IBEX 35 ni tenemos el nombre en azul en la Wikipedia. Por eso nos encantan. Porque tenemos la sensación de haber vivido algo así, aunque sea en segunda persona.
Y aquí viene Sara Fantova, a contarnos una historia de cuidados, farra, salseo lésbico y la semana más grande de Bilbao. Y no es una exageración. A finales de agosto, Bilbao celebra su Semana Grande -“Aste Nagusia” en euskera- unas fiestas con un origen y una dinámica muy populares y muy absorbentes, en las que -si eres de Bilbao y te gusta la juerga- tu vida se para y se reduce a salir, beber, el rollo de siempre.
Pero a Jone (Olaia Aguayo) le pasan esa semana cosas que solo pasan una vez en la vida: le gusta una chica por primera vez y la salud de su padre se empieza a deteriorar. Afrontar el amor y los cuidados en la misma semana desbordaría a cualquiera, pero si esta semana es un bucle de fiesta, trabajo colectivo y fuegos artificiales, la trama se complica.

Quienes vivimos en Bilbao creemos que nuestras fiestas son únicas y Sara explica por qué. Los nueve días y las ocho noches de esa semana son el fruto de un trabajo compartido y gratuito, en el que gente de toda la provincia monta andamios, sirve cañas, limpia baños, pinta y friega para que todo el dinero que se gasta la gente en beber, vaya a las causas sociales y políticas que están detrás de cada “txosna” (que es la antítesis de una caseta de feria, porque está tan abierta que no tiene paredes ni puertas). Jone es de Kaskagorri, formada por un grupo de jóvenes de la izquierda abertzale y Olga (Ainhoa Artetxe) hace turno de barra en Kranba, el movimiento okupa de Bilbao. Y su “romance” no es de película, porque son dos mujeres tratando de disfrutar sin sufrir, que eso nunca sale en las películas. Y Jone tiene que cuidar a su aita y se siente culpable por querer disfrutar, y la vida adulta le queda grande, y hace lo que puede, y es tierna y pesada y mete la pata y quieres ser su amiga, o su madre, o su amante, depende dónde te pille.
Fantova dibuja unos trazos que perfilan el universo perpendicular que se crea en Bilbao esa semana, donde las mujeres se besan sin mirar a los lados antes, se acompañan a mear detrás de un contenedor, se suben a andamios, se bañan en bragas en la ría, se enamoran y se desencantan y se preguntan si se mudarían juntas en cuestión de horas. La fiesta, el compromiso político, el amor, y el aplazar la vida, que fácil parece viendo a Jone de noche.
Pero los cuidados se cuelan en la vida, y en la peli, y tienes que hacerles sitio, y todos los amagos de placer propio se convierten en pequeños conflictos con el padre enfermo, con la responsabilidad demasiado pronto, con el desamor antes del amor, con la culpa, con el sostener la dignidad de un hombre que pierde más rápido la capacidad que la masculinidad, con la curiosidad y el miedo de una hermana pequeña (Elorri Arrizabalaga) que está justo en esa edad en la que la inocencia se vuelve afilada.
Supongo que todas buscamos representación, por eso nos gusta cualquier película en la que salga alguien que se nos parece. Y por eso me encanta esta peli de lesbianas bilbaínas en fiestas. Pero es que las historias como esta son la prueba de que algo está cambiando.
Y lo primero que ha cambiado es que, ahora, nuestros relatos los contamos nosotras. Y los contamos para la gente que no lleva coderas.
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