«Tenemos que limpiar nuestra imagen y demostrar que trabajamos como mulas»
Hablamos con Blanca Portillo, que dirige Don Juan Tenorio en el teatro Pavón, sobre cómo ve su profesión y la situación de la cultura en nuestro país.
Cine, televisión o teatro. En un año puede tocar estas tres diciplinas y salir por la puerta grande de todas. Se mueve igual en la comedia, el drama, en un clásico haciendo de hombre o dirigiendo una compañía teatral. Después de su estreno en Valladolid, lleva al teatro Pavón su visión de Don Juan Tenorio. Tiene el premio a la interpretación en el Festival de Cannes, Concha de Plata de San Sebastián, Unión de Actores, Max, etc. En fin. Es Blanca Portillo. En 2012 ganó el Premio Nacional de Teatro por asumir nuevos retos escénicos y defender el teatro como compromiso de la sociedad. "Yo no lo hago para pasar el rato ni para hacer que la gente se olvide de sus problemas. Con una obra cambias mentalidades, reivindicas cosas. Por eso le ponen tantas trabas. Es más fácil tener una ciudadanía que piense menos".
Está todo el día en el escenario, ¿le da tiempo a ver otras obras?
Voy menos de lo que querría pero cuando lo hago me gusta ir como ciudadana, no como profesional. Somos muy endogámicos y estamos todo el día mirándonos los unos a los otros. A mí, lo que me conmueve es que haya gente que pague por ir a verme. (Y tanto. Las entradas para su último monólogo, El testamento de María, se agotaron a los dos días de salir a la venta en Madrid). Pero estoy muy pendiente de lo que hace todo el mundo y me da rabia perderme muchas cosas. Sé qué se exhibe en cartelera y hay cosas a las que no me importa no ir.
Ha hecho muchas obras clásicas, ¿qué le aportan?
Tienen algo de arquitectura teatral perfecta donde la forma es una belleza y el fondo es muy grande. Agarrar esos textos tiene un componente añadido de envergadura literaria es increíble.
¿Cómo es repetir un monólogo día tras día?
Cada vez que se apaga la luz y entro en el escenario sé lo que se me viene encima. Otro día más a llorar como una perra, a sufrir. Pero en cuanto empiezo se me olvida todo. Todas las tardes tengo que echar el lazo hacia el público y empezar a tirar para atraerlos a mí.
Después en su vida diaria imagino que se alejará de la intensidad.
¡Claro! Quiero reírme mucho porque estos personajes dejan un poso de tristeza. Me tocan lugares delicados. Me pasaba lo mismo con Segismundo y Medea. Son cosas duras. Yo ahora quiero hacer una comedia de partirme de risa. Aunque María es un personaje liberador que cuando acaba me deja limpia.
Dicen que todo lo que toca es sinónimo de calidad.
Eso es muy bonito porque está fuera de los términos de si caigo bien o no. Significa que el camino que he hecho está bien. Creo que la gente sabe que me dejo los cuernos, que no regalo nunca nada. Me resulta más emocionante que se piense eso a que me llamen La Portillo, como si fuera una diva.
¿Se pierde la perspectiva de cómo está la situación cuando a uno le va tan bien?
Que me vaya de puta madre es que no tenga que tener otros trabajos que no sean éste. Yo no cobro sueldos millonarios, ni tengo seis pisos, ni vivo en El Viso. Mi casa está en el Rastro y, como cualquiera que tiene una pyme, intento que mi oficina funcione y pago el sueldo a la gente. Trabajo decentemente, vivo decentemente y doy de comer a una serie de personas. Esto no me impide ver lo precaria que está mi profesión en este momento. Yo sé lo que se cobraba en televisión hace 10 años y lo que se paga ahora. Lo mismo en cine. Y sé lo que es el 21% del IVA y lo que es levantar un espectáculo. Me cuesta un hígado hacer una función, pagar a todos, a la Seguridad Social y a la Haciendo Publica, para que luego otros se vayan a dejar el dinero a Suiza.
Pero, como usted dice, no todo lo que se hace es bueno…
Sí, pero en todo. También en agricultura, y todo se subvenciona que da gloria. Y se hacen coches y se paga dinero para que te compres uno. A ver si ahora vamos a ser nosotros los malos de la película. La cultura da el 6% del PIB. Son millones de euros que factura el estado por los impuestos que cobra la cultura. –Se enciende y levanta la voz como si estuviera en un escenario–. Pero qué intención tienen en hacer creer a la gente que vivimos en un jacuzzi, que nos dan millones a cascoporro y los tiramos haciendo peliculinchis. Se hacen cosas malas y muchas buenas. Pero hay una campaña que va a por nosotros y piensan que vivimos del cuento. Que el problema es que hacer un largo cueste 20 millones de euros cuando da de comer a cientos de personas que trabajan en él. Qué corajina me da.
En su hiperactividad también hay tiempo para dirigir. Ahora está con don Juan Tenorio en el teatro Pavón.
Lo hago por impulso, por necesidad. No me considero una directora porque no es mi oficio. Pero como adoro todo lo que tiene que ver con el hecho teatral investigo sin parar. De repente llega un texto que me gustaría contar a mi manera y lo llevo a cabo. También he hecho el espacio escénico del Tenorio. Trato de colocarme en distintos puntos de vista pero sé que soy actriz. No creo en los actores que van solo de intérpretes. Saber lo que significa todo lo que hay alrededor te da humildad y capacidad para ver la totalidad.
Blanca Portillo dirige Don Juan Tenorio.
Ceferino López
¿Le gustaría tener una sala propia?
Mataría por ello. El Cine Borgart es un lugar que siempre pensé que sería mi teatrito. Pero tengo paciencia porque cuando deseas algo con muchas ganas en algún lugar tu energía se reserva para eso. Y ya llevo mucho tiempo con esta idea metida entre ceja y ceja. Y no tardará. Aunque luego me cagaré en todo cuando llegue pero bendita la hora. Me encantaría tener un espacio donde compartir con la gente. No sería un teatro al uso sería un lugar de encuentro.
Pues cuidado con soñar en alto. ¿Le gustaría en Madrid?
Sí, es mi casa. Aunque es una desgracia el centralismo porque nos contamina a los propios madrileños. Te vas, por ejemplo, a Levante, y ves unos espacios increíbles que les cede su Comunidad. Madrid es una ciudad abigarrada donde casi no hay espacios. Pero mi ciudad es esta y no me quiero ir a otra. Aunque están las cosas incluso como para irse a Lisboa o Perpiñán. Sueño con tener un lugar. No me importaría irme a las afueras. En París me sorprendió mucho cuando vi el teatro de Peter Brooke. Lo tiene en uno de los barrios más peligrosos y periféricos. Y allí va medio mundo a ver sus espectáculos. Si haces un buen trabajo no tienes por qué estar en el centro. Me encantaría tener un buen espacio para compartir con los espectadores no con la profesión.
No para de tirar piedras sobre su gremio.
Es que ese ha sido uno de los problemas de este tiempo y que ahora estamos pagando. La falta de credibilidad que tenemos hacia la gente y la campaña que se ha desplegado en contra nuestra.
Pero esa “campaña” no es nueva.
Ya pero son demasiados años aguantando y ahora hay una diferencia: la mayoría absoluta. En el país entero casi. En cualquier caso nosotros también tenemos que ver qué hemos hecho mal. Por ejemplo, creo que los premios importantes los debería dar el público. No deberíamos perder el contacto con la gente porque trabajamos para ellos. Nos hemos preocupado demasiado por estar en el meneo, por el amiguismo. En los encuentro con el público me gusta que los 120 espectadores entren por detrás al escenario, que vayan a la cabina y vean que lo que hacemos no es magia. Eso a los actores se nos ha olvidado. Tenemos que limpiar nuestra imagen a fuerza de demostrar que trabajamos como mulas. En el teatro se está consiguiendo gracias a que salimos al escenario con fuerza, ganas y un compromiso brutal.
Y la gente responde.
¿Usted cree? ¡Claro! Los teatros están llenos y la gente elige muy bien lo que va a ver. Si nosotros vamos a pelear por la cultura de este país, que es de todos, hay que hacerlo con garra. Cuando la sanidad se manifiesta lo hace el paciente, osea todos, y el médico. Con la educación lo hacen los profesores, los alumnos y los padres. Y con la cultura nos manifestamos solo nosotros cuando deberíamos salir todos: los trabajadores de la cultura y los consumidores. Y juntos exigir que bajen los impuestos de nuestras entradas y que no cierren nuestros teatros. Igual que nos importa que haya infraestructuras en las calles nos tiene que preocupar que no se cierre una sala, ni se elija a dedo a un director.
Pues nada, cree un partido político.
Claro, en un hueco que tengo por las mañanas. No, yo veo cosas pero no sé cómo se solucionarían. Para eso hay profesionales. Luego ves ciertos puestos de cultura y compruebas que no tienen ni idea de lo que están haciendo porque hay una terrible falta de especialización. Sales por España a hacer bolos y te encuentras con unos señores ocupando unos puestos que no te lo crees.
Si a una persona se le pide que sepa de números para trabajar en Hacienda, ¿por qué no pasa eso en cultura?
Pues porque siempre es un escalón para llegar a otros sitios. Puedes empezar por ministro de cultura y llegar a ser presidente de un gobierno sin haber pisado un teatro. Lo veo en ciudades pequeñas. Uno empieza desde abajo, siendo el número 0,000002 del partido. De repente te pasan a cultura y ahí empiezas a exisitir. Puede ser el comienzo de una carrera. Es un premio de consolación antes de llegar a otro puesto. Es una pena, pero es así.
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