Nadia de Santiago: «El ego me da cosas buenas: me protege y me hace soñar»

A Nadia de Santiago (Madrid, 31 años) le produce más vértigo el folio en blanco que el instante en el que el director grita «¡acción!». Quizá sea una mera cuestión de práctica. Curtida en series de televisión desde que era una niña (Ana y los 7), la actriz de Las chicas del cable se estrena ahora como cocreadora y coguionista de El tiempo que te doy, también en Netflix. A lo largo de 10 capítulos de 11 minutos cada uno, la madrileña se mete en la piel de Lina, un personaje creado por ella misma junto a Inés Pintor y Pablo Santidrián, que explora el duelo tras una ruptura bajo una premisa tan simple como compleja: dedicar un minuto menos cada día a recordar a su ex. «Si pudiera emplear menos tiempo en algo sería en hacer cosas, así en general. Prefería utilizarlo para observar, ser, estar conmigo misma», asegura por teléfono.

Existen paralelismos entre su vida y la de Lina: los planes de estudiar Enfermería, la relación con África… ¿Cuánto hay de autobiografía? 

No es una serie autobiográfica, pero tiene un huevo de Nadia. Escribo e interpreto desde mis experiencias porque no puedo fingir algo que no he sentido.

Lleva tatuada la palabra ‘libertad’. ¿Se ha sentido más libre al interpretar un personaje creado por usted? 

Me lo hice a los 16 para recordarme a mí misma que debía de darme la libertad necesaria para hacer lo que quisiera con mi vida. Es la primera vez que interpreto una historia creada por mí y me he sentido muy libre, pero también muy desnuda. Desnudez y honestidad son las palabras que me han acompañado durante todo el proceso.  

Empezó muy joven. ¿Qué hizo bien para no ser un juguete roto?

Mantener los pies en la tierra, algo que en mi casa han fomentado. También me he trabajado un montón. Siempre me ha gustado ir al psicólogo para conocerme porque, al final, soy mi instrumento de trabajo. Me interesan las terapias alternativas y en mis ratos libres he estudiado acupuntura.  

¿Ha experimentado ansiedad o estrés?

Claro. Rodar requiere mucha exigencia porque curras con tu estado mental, con tu físico, con tus emociones. Cuando terminas un proyecto, te tienes que recuperar para empezar el siguiente.

¿Las mujeres lo siguen teniendo más difícil cuando deciden lanzarse al guion o la dirección?

Venimos de tener menos oportunidades, pero si te hablo de mí, he tenido mucha suerte. He trabajado en la primera serie de España protagonizada por cinco mujeres, Las chicas del cable, y ahora hago este proyecto. También pienso que, pese a la historia innegable que tenemos, hay que creérselo, hacerse fuerte y verse capaz.  

¿No ha sentido entonces el síndrome de la impostora?

Uy, sí, sí, eso sí. Lo estoy sintiendo ahora. Cuando tengo que explicar cómo he escrito la serie es como si no fuera conmigo. Me cuesta ponerme en esa postura de creadora. Y eso que ha sido un proceso muy bonito, a pesar de que es complejo currar en equipo porque somos muchas personalidades con nuestros egos.

¿Tiene mucho ego?

Sí, claro. Y creo que me da cosas buenas: me protege y me hace soñar. A veces está mal entendido, pero puede ser algo positivo. Otras veces sí es una mierda increíble porque te aleja de ti, de lo que realmente quieres.  

¿La veremos dirigiendo? ¿Qué historia haría?

Me gustaría, pero me da vértigo. Quizá lo haría con alguien, codirigiendo. Me encantan las historias que tienen que ver con relaciones humanas, son nuestro motor.