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Maluca Mala, la latina electromerengue de ‘El Tigeraso’

Medio ‘hood’, medio ‘hipster’, se ganó su apodo porque le decían que estaba «maluca de la cabeza». Esta neoyorquina de origen dominicano da zarpazos con ‘El Tigeraso’, que se baila desde los suburbios a la aristocracia de la moda.

Maluca
Andrea Aguilar y Chabela García (Realización)

Canta Maluca en El Tigeraso, una canción de 2009 que, gracias a un anuncio de Tuenti Móvil, ha conectado con toda una generación y amenaza con convertirse en uno de los hits de 2013: «Lo tengo todo, papi. Tengo fly, tengo party, tengo una sabrosura». Y no engaña. Latina, pero por encima de todo neoyorquina, esta cantante y artista de 31 años combina opuestos con soltura. Es descarada y tímida, tiene un fuerte carácter que no sabe disimular y un sentido del humor que le permite reírse de cuanto ocurre a su alrededor. Lo mismo habla de William Burroughs («a los 20 no leía otra cosa») que de los reality shows («estoy enganchada, pienso que son las nuevas telenovelas»); se planta unas latas de cerveza como si fueran rulos o se sube a unos vertiginosos tacones; actúa en una bacanal electrónica en el legendario club SOB del Soho o se menea al ritmo de la cumbia en El Morocco de Harlem. La chica es un collage andante.

Natalie Yépez (Maluca) se planta ante nosotros con un pantalón de rejilla negra como las camisetas de baloncesto. Lleva una sudadera de Opening Ceremony (la boutique meca del cool) y una gorra con orejeras. Morena, flaca, con mirada intensa, labios carnosos y piel color caramelo, su atuendo podría servir lo mismo para ir a una cancha del Lower East Side, donde los chavales lanzan canastas, que para hacer cola en el club nocturno de moda. De ahí que la definan medio hood –abreviatura de «barrio» (neighborhood)–, medio hispter –amplio término que engloba a modernos de diverso pelaje–.

Lo cierto es que resulta difícil encontrar la categoría en la que encajar a Maluca y su electromerengue con tintes punk. Podría decirse que es la respuesta musical al novelista Junot Díaz (también dominicano y estadounidense, con quien ha coincidido en alguna ocasión), porque Natalie representa algo nuevo, tan mezclado, imaginativo, real y diverso que escapa al gastado cliché de mujeres latinas de otras eras.

Hablamos de una chica de barrio, de familia dominicana y criada en las calles de la Gran Manzana. Primero en el Bronx, después en la parte alta de Manhattan y más adelante en Roosevelt Island. Hasta que a los 13 años aterrizó en el East Village y se subió a la moda del monopatín y los clubes, con el (ya casi lejano) aroma punk de aquellas calles.

«Íbamos al Joe’s Pub, a Limelight, a Sound Factory. No le teníamos miedo a nada y queríamos explorar. Bailábamos bachata en Williamsburg y cumbia en Queens», afirma. «Y luego estaban las fiestas dominicanas, porque todo el mundo tenía una los fines de semana: un baby shower, un bautizo, un cumpleaños. Y allí te colabas, porque siempre había un José en todas las casas por el que podías preguntar para que abrieran la puerta», cuenta con su peculiar mezcla de expresividad e ironía blasé.

Vestido de algodón y raso de Victoria Beckham y colgante personalizado de Dime que me quieres.

Andrew Yee

La mayor de dos hermanos, Natalie creció en los años poscrack con una madre que ella define como «luchadora, con carácter, liberal y progresista… pero conservadora en cuestión de novios y salidas». El momento era difícil y había que trabajar duro para sacar a los hijos adelante. «Éramos los niños de la llave en el cuello, para poder abrir la casa al volver de la escuela. Como muchos de mis amigos criados aquí, lo cierto es que parecía que no éramos ni lo suficientemente dominicanos, ni lo suficientemente estadounidenses», recuerda.

Un tío suyo le puso a Natalie su apodo por revoltosa. «Maluca de la cabeza», le decía. Ahora la cantante siente que ha llegado su hora y habla con determinación del grupo de artistas latinos, creativos, osados, modernos y diferentes que, como ella, «están empujando los límites establecidos y rompiendo estereotipos». A Maluca no le cabe ninguna duda: «Este es nuestro momento y, como todos los demás inmigrantes en este país, estamos dando forma a la cultura. Vamos a dominar; y no se trata solo de Estados Unidos, sino de un movimiento global».

¿Se siente ella heredera de alguna tradición en términos latinos y femeninos? «En la generación de mi abuela la mujeres iban con pantalones muy ajustados, eran descaradas y atrevidas. Aún pervive esa imagen de mujer latina sensual y provocativa, pero también las hay más modestas y apocadas», afirma. Ella representa una buena combinación contemporánea de los dos, habladora y a veces reservada, resuelta con un punto dubitativo, sexy pero diferente, high y low, soñadora y gamberra.

En cuestión de gustos musicales cita a Tito Puente y a la Lupe («¡la reina!»), pero añade que su pasión también pasa por la música house y la electrónica. Y el R&B, claro. Confiesa que de niña le gustaba cantar y bailar, pero según crecía fue perdiendo seguridad. Tenía pánico escénico. Hasta que una noche en un bar en el que trabajaba en el Lower East Side agarró el micrófono y se enzarzó en un duelo en el karaoke con uno de los clientes. La canción elegida fue Nasty Girl, del grupo femenino que montó Prince en los 80: Vanity 6. El contrincante resultó ser Diplo, reconocido productor musical que ha trabajado con M.I.A., Beyoncé y Shakira. Inmediatamente, él le pidió que le mandara lo que tuviera grabado y de todo aquello surgió el sencillo El Tigeraso, que Diplo publicó en su discográfica Mad Decent y convirtió en banda sonora del FIFA 2011.

Vestido de seda de Dior y sandalias de Rag & Bone.

Andrew Yee

Su debut, en 2011, en el festival de Texas SXSW la puso en el punto de mira. Después fue telonera en la gira de la sueca Robyn y no tuvo problema en confesar que seguía en la ruina, y todavía en la pelea, pidiendo cartillas de comida en la ciudad de Nueva York. Un episodio que forma parte de sus Wepasodes, breves vídeos de Youtube en los que Natalie presenta sus actuaciones y cuenta alguna cosa de su fantástica rutina. «Es el lado más surrealista de mi vida».

Ya quedaban atrás los tiempos de la excéntrica Maluca que fue a una escuela católica solo para niñas en St. Mark’s y a los 15 años le pidió a su madre que la mandara a un internado militar porque sentía que necesitaba disciplina. «Siempre he sido un poco neurótica y bastante ansiosa, una Woody Allen dominicana», dice a modo de explicación. En aquella escuela, que acabó odiando, estuvo expuesta por primera vez a gente de muchas nacionalidades, algo que recuerda como lo más positivo. Y con lo que se queda.

En el momento de ir a la universidad pensó que lo suyo sería trabajar con arteterapia. Pero pasó un año en un college rodeada de bosques y LSD y decidió volver sobre sus pasos. «Aprendí a tocar el piano yo sola, mezclando y probando cosas. Después trabajé como relaciones públicas con varias marcas de moda. Mi sueño de ser cantante siempre estaba en mi cabeza. Así que dejé el trabajo y decidí apostar por la música, aunque tuviera que volver a vivir con mi madre», confiesa.

¿Le ha llegado la fama en el momento adecuado? «Ahora tengo una idea muy clara de cómo quiero sonar, de si quiero viajar o ir de gira, de lo que hago con mi vida, de lo que es mi look: qué me quiero poner y cómo me lo quiero poner», explica tras declararse fan del color negro.

Cazadora de H&M, top de Loewe y collar personalizado de Dime que me quieres.

Andrew Yee

El maquillaje es una de las cosas que más le inspiran. Le encanta jugar, por ejemplo, con el carmín rojo –«una caricatura de la mujer latina, que alude a la fantasía de ninfómana comehombres»– y darle un nuevo sentido con los rulos que decoran su melena en el vídeo de El Tigeraso. Maluca habla de sus dos mundos, el que ven sus fans y el verdadero, de cómo le gusta combinar realidad y fantasía y ver el lado más irreal de cualquier situación. «Sé muy bien lo que significa luchar por un sueño, quizá por eso me divierten tanto los reality. Me gusta el hip-hop, me gusta preparar postres y cocinar, me gusta ser creativa y estar un poco loca, a mi manera».

Un café-bar con comida del Himalaya en la calle Houston es uno de sus lugares favoritos y tiene debilidad por el sushi. En cuestiones literarias se decanta por biografías e historias que transcurren en Nueva York. También le gustan las novelas y los cuentos de Junot Díaz, un mundo que conoce de cerca. Sigue al dj Mess Kid y el potente cóctel del rapero transexual Mykki Blanco. Combativa y decidida, la cantante habla inspirada sobre el poder de las mujeres en la industria de la música –«todavía un mundo de hombres»– y sobre su generación, de la que destaca a la artista y compositora Fatima Al Qadiri, a quien conoció de estudiante y con la que se ha reencontrado. «Me interesa cualquier mujer que está haciendo lo suyo y derribando barreras», dice. Ojo con esta tigresa, papi.

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