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Léa Seydoux, la nueva musa de la nouvelle vague

¡‘Bonjour’, nostalgia! Joven estrella gala se exporta a Hollywood. La actriz, de 26 años, es la heredera natural de las musas de la nouvelle vague, pero con un giro muy personal.

Léa Seydoux

De todas las mesas del café, Léa Seydoux elige la más pequeña, situada al fondo de la sala junto a un par de sillas de madera. El camarero, portaestandarte de la legendaria amabilidad parisina, se ha negado a acomodarnos en la primera opción: una gran butaca circular tapizada en terciopelo rojo, que parecía armonizar mejor con su estatus de estrella ascendente. «Es para grupos grandes», explicó sin síntomas visibles de pesadumbre. Curiosamente, nadie se ha girado a reconocerla en este refinado bistró de Saint-Germain, a dos pasos de la casa donde creció y plagado de parejas que se resguardan de la apocalíptica meteorología de este domingo de verano. La razón puede encontrarse en su pelo corto y azul, en oposición frontal al habitual look de melena sinuosa que solía llevar.

El motivo es el rodaje de su última película, Le bleu est une couleur chaude (El azul es un color cálido), adaptación del cómic de Julie Maroh, en el que interpreta a una pintora lesbiana. Supone su regreso a Francia después de trabajar con Quentin Tarantino, Ridley Scott, Woody Allen y Tom Cruise en poco más de tres años. Es decir, tras un primer tramo de su carrera meteórica y sin pasos en falso, marcado por las decisiones acertadas y una ética del trabajo digna de su estricta educación protestante. A ratos, se diría que a esta actriz de 26 años, verbo libre y sonrisa sardónica, todo eso le da completamente igual. Le preocupa más llegar tarde a un cumpleaños a la vuelta de la esquina, en el que ya tendría que estar desde hace rato. «Me puedo quedar unos 45 minutos. ¿Le parece bien que empecemos?».

Quienes han trabajado con usted la definen como excéntrica.

¿De verdad? No creo que lo sea. Como mucho, soy un poco rarita. Si soy excéntrica, será solo porque detecto con facilidad el lado absurdo de la vida.

También la llaman nostálgica.

Puede ser. Me siento nostálgica de los momentos en que no tenía preocupaciones, como mi infancia. No fui la niña más feliz del mundo, pero tuve una libertad que echo de menos. Desaparece cuando te das cuenta de que eres mortal.

Eso suena a Woody Allen.

Él dice que fue feliz hasta que cumplió tres años. Entonces se dio cuenta de lo que era la muerte. A mí también me sucedió a los cuatro años. Y pienso en la muerte todos los días.
 

Top de encaje y vestido estampado, todo de Carven.

Alan Gelati

Por eso la describen como torturada.

Lo soy como persona y como actriz. Entre otras cosas porque me miro a mí misma de manera bastante crítica. Y está bien ser autocrítico, pero tampoco hay que pasarse.

«La vida moderna me da bastante miedo», ha dicho. ¿A qué le teme?

No me gusta la velocidad a la que va todo. Diría que las relaciones humanas eran más bellas y nobles en el pasado. En el fondo, sospecho que no es verdad, porque sé perfectamente que el alma humana es un poco mediocre. Lo que sí es cierto es que la gente de hoy es más uniforme y menos original. También se observa en la cultura de nuestros días. Una película de Marcel Carné me inspira más que una comedia sobre franceses de vacaciones en un camping. La cultura es algo fundamental. La literatura te salva. El cine te salva.

¿Ha tenido modelos a imitar en el cine?

Citaría a dos: Audrey Hepburn, por su elegancia, y Catherine Deneuve, por su carrera y por su inteligencia. Pero es solo un poco de admiración. El único modelo que he tenido es mi madre. Y eso que tiene muchos defectos. Pero también es muy carismática y fascina a todo el mundo. Está muy politizada. Fundó una asociación para ayudar a los niños de Dakar y pasa allí parte del año. Es la típica persona en contra de todo. Detesta el consumismo; la palabra que más odia es «comprar».

En cambio, su padre es un empresario que se codea con celebridades y grandes fortunas. Ha dicho haber frecuentado a Mick Jagger y Lou Reed de pequeña.

Mis padres se separaron cuando era pequeña y todo esto ha creado en mí una especie de dualidad. Soy un poco como mi madre y un poco como mi padre. Es  contradictorio, aunque tampoco supone un gran problema. Prefiero esto que tener dos padres burgueses o dos padres implicados en la cooperación con África.

Culotte de Giambattista Valli, camiseta de Armor Lux y pendientes de Ben Amun.

Alan Gelati

¿Diría que su imagen de niña pija no corresponde con la realidad?

Sí, lo diría. Mi familia es protestante, así que tuve una educación estricta y austera. Sigo siendo burguesa porque procedo de un entorno burgués y me gustan cosas como los jerséis de cachemir y los bolsos de Hermès [risas]. Pero soy una burguesa original. Me gusta escapar de lo que soy. Por eso vivo en un barrio como Château d’Eau [colonia africana popular en la rive droite de París]. Allí nadie me reconoce.

¿Que su abuelo fuera propietario de los estudios Pathé, un auténtico imperio del cine europeo, no la ayudó en sus inicios?

No creo que tuviera una gran influencia ni que me abriera muchas puertas. Decidí dedicarme a esto porque mis padres frecuentaban a artistas, así que siempre lo vi como una posibilidad.

¿Genera su estricta educación protestante un sentimiento de culpa respecto a la fama y el lujo?

Algo de eso hay. Mi madre me vestía con ropa de segunda mano, así que los privilegios me parecen un poco obscenos. Pero no puedo negar que me encanta la moda. Los disfruto mucho, tal vez porque mi infancia fue lo contrario.

¿Como los niños sin televisión que se convierten en adictos a la telebasura?

Exacto. Como Michael Jackson, que tenía prohibido jugar de pequeño y luego se construyó un parque de atracciones en casa. La ropa es importante en nuestra imagen social. Si resultas muy marginal, puedes acabar sintiéndote rechazado.

¿Fue su caso?

Sí. No solo por la ropa. Era la típica niña mal peinada y un poco extraña. Yo quería ser normal para formar parte del grupo. Era una escuela de niños burgueses y, a su lado, les parecía un poco rara. Me hicieron sentir desde muy temprano esa diferencia.

Tal vez, a largo plazo, no sea tan malo sentirse diferente desde tan temprano. Puede servir para hacer cosas distintas.

Ahora también lo veo así, pero entonces todo lo que quería era que mi madre se vistiera de Cacharel, que fuera idéntica a las madres pijas de mis amigas cuando me venía a buscar. Mi casa estaba llena de esculturas africanas, cuando yo hubiera querido un piso normal y corriente. He sido muy querida, pero siempre me he sentido inadaptada.

Vestido estampado de Stella McCartney y bailarinas transparentes de Roger Vivier.

Alan Gelati

Se diría que marca distancias respecto a su éxito, como si no le diera mayor importancia.

No es una percepción errónea. El éxito es algo genial, pero no quiero ligarme demasiado a él. Puede ser una droga, una adicción. Puedes querer siempre más. Además, a mí me gusta mucho desaparecer, esconderme.

Se ha descrito como tímida.

Es que lo soy, extremadamente. Siempre me pongo roja. A veces hasta me quedo paralizada y no puedo ni hablar. Pero las palabras tampoco sirven para mucho, ¿no?

No es pudorosa ante la cámara. Se ha desnudado repetidamente desde el inicio de su carrera.

Me incomoda mucho. Cuando era un poco más joven me daba bastante igual [uno de sus primeros trabajos fue un anuncio para American Apparel con los pechos descubiertos]. Pero mi parte preferida de mi cuerpo son mis ojeras. Ellas me definen. Informan sobre mi melancolía.

Ha explicado que algunos directores se creen «un maestro, un amante, un marido e incluso Dios». ¿Nos da sus nombres?

No me haga esto [risas]. Digamos que la relación con los directores no siempre es fácil. He trabajado con directoras y las veo más como aliadas. Ellos tienden a idealizarte, a proyectar cosas suyas sobre ti.

¿Se ha acabado Hollywood?

No. Solo estoy haciendo una pausa. Es algo que he elegido conscientemente. He trabajado cerca de un año con Abdellatif Kechiche, el director de Cuscús. He tenido que renunciar a otras cosas, tanto en Estados Unidos como en Francia. Iba a rodar lo nuevo de Michel Gondry [la adaptación de La espuma de los días de Boris Vian], pero no podré por problemas de agenda. Luego rodaré un par de películas más en Francia. El año próximo querría volver a Estados Unidos. Me gusta su manera de trabajar. Me gusta variar, pasar de María Antonieta a Misión imposible.

Top y culotte, ambos de Rochas; y pendientes de oro de Vivienne Westwood.

Alan Gelati

¿No cree que los papeles que le han ofrecido allí son menos interesantes?

Incluso Woody Allen hizo que interpretara a una mujer francesa bastante estereotipada. Pero es que no veo dónde está el problema. No es algo que me incomode. Era un papel como otro cualquiera. En todos los personajes hay un trabajo que hacer, una psicología por explorar. No me molesta encarnar la definición de la mujer francesa.

¿Qué aprendió de Allen?

Descubrí a una persona con la misma forma de ver la vida que yo: tragicómica. Hablamos el mismo idioma. No hubo casting. Llegué a la película al final. Le enseñaron tres fotografías de actrices francesas y me escogió a mí. Fue un honor. Woody Allen y Pedro Almodóvar son mis directores favoritos. Lástima que Almodóvar solo ruede en España.

¿Y de Quentin Tarantino?

Su pasión. Es muy agradable trabajar con gente tan apasionada por lo que hace.

¿De Tom Cruise?

Su profesionalidad. Me gustó conocerlo. Se portó muy bien conmigo. Fue una experiencia alucinante, porque normalmente no voy por ahí matando a gente [risas].

¿De David Fincher?

Tal vez su increíble rigor. Me hizo un casting para interpretar a Lisbeth Salander, pero eligió a Rooney Mara. Me dio lástima, pero a la vez no creo que hubiera podido hacer nada para conseguir el papel. Iba totalmente contra mi naturaleza. Tuve que pronunciar seis páginas de un monólogo en inglés con acento sueco. Trabajé mucho, pero se supone que Lisbeth es anoréxica. Yo no correspondía a eso.

¿Y de Miuccia Prada?

Me encanta Miuccia. Y no lo digo por ser imagen de la marca [Seydoux es la cara visible de su perfume Candy]. Me parece artística. Y, además, tiene un lado un poco comunista. Ha educado a sus hijos de manera admirable. También me gusta Jean-Paul Gaultier, por formar parte de un grupo de creadores con personalidades atípicas. En el prêt-à-porter, me quedo con Acne. Y con APC, aunque a veces le falte un toque sexy. También me gusta lo vintage.

¿Es cierto que tiene una máxima de Nietzsche?

Sí: «Conviértete en lo que eres». Yo, de mayor, quiero ser feliz. Y eso que no creo demasiado en la felicidad, aunque debo decir que ahora mismo me gusta mi vida.

Top de lentejuelas de Miguel Palacio.

Alan Gelati

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