Kerry Washington: «En la Casa Blanca hay que vestir de diseñadores estadounidenses»
Es la protagonista de la serie Scandal. Pero el personaje no encasilla a esta chica del Bronx educada en un colegio de élite. Tampoco su armario, que causa furor dentro y fuera de la pantalla.
Saludándonos en nuestro idioma, Kerry Washington (Nueva York, EE UU, 1977) deja caer que habla un más que correcto castellano. Otra de las tantas sorpresas que ofrece esta mujer, a la que no se puede clasificar fácilmente. Es una actriz con licenciatura en Sociología y Antropología, una chica del Bronx educada en un colegio de élite del Upper East Side neoyorquino y una activista social que encabeza las listas de las féminas mejor vestidas. Polifacética e inclasificable. A su manera, ejemplifica ese Estados Unidos educado, multicultural y meritocrático que aparece en los sueños de Barack Obama. Por algo, el presidente la fichó para el Comité de Artes y Humanidades de la Casa Blanca, un lugar que ha terminado por definir la carrera profesional de la intérprete tanto en la realidad como en la ficción.
Durante años, Washington se hizo un nombre como una sólida corredora de fondo. Tras debutar con un rol secundario en el drama adolescente Espera al último baile (2001), trabajó con Spike Lee y Quentin Tarantino y se metió en la piel de las mujeres de Ray Charles, en Ray (2004), y de Idi Amin, en El último rey de Escocia (2006). Sin embargo, el estrellato no le llegó hasta 2012, cuando batió a unas 15 reconocidas actrices y se hizo con el papel de la supermujer Olivia Pope en la serie Scandal. El último episodio de la tercera temporada fue visto por más de 10 millones de espectadores en EE UU. Este personaje, que ella considera el zapato de cristal de Cenicienta, le ha procurado una nominación a un Globo de Oro y un caché que sube como la espuma. Telespectadores de todo el mundo han caído rendidos ante la Pope-manía. Bill Clinton y Oprah Winfrey siguen la serie religiosamente, Lena Dunham tuitea sobre ella y Michelle Obama no puede resistirse a ver varios capítulos de un tirón. En medio de este torbellino, Washington se casó en secreto con el jugador de fútbol americano Nnamdi Asomugha y, en abril, dio a luz a su hija Isabelle.
Un hito histórico. Scandal, de Shonda Rhimes –la creadora de Anatomía de Grey–, nos introduce en los círculos políticos de Washington D. C. a través de una agencia especializada en lavar la imagen de los poderosos. La serie es entretenimiento en estado puro, aparte de un logro cultural en Estados Unidos, ya que se trata del primer drama televisivo en 40 años que ubica en el horario de máxima audiencia a una mujer afroamericana como protagonista. Así, la revista Time eligió a Washington como una de las personalidades más influyentes del año. La tercera temporada se estrena en España el 8 de octubre en el nuevo canal FOX Life, que comenzará a emitir en nuestro país el día 1 de octubre.
El personaje de la protagonista está basado en Judy Smith, quien fuera secretaria de prensa de George W. Bush y asesora de clientes como Monica Lewinsky o Wesley Snipes. La fuerte Olivia Pope tiene sus debilidades y esconde más secretos de lo que su impecable armazón deja entender. Uno de ellos es que mantiene un affaire con su cliente más importante, el presidente de Estados Unidos. «El hecho de que Olivia sea vulnerable es una señal de que estamos tratando a las mujeres desde una perspectiva moderna», expone la actriz, quien charla con S Moda en la suite de un hotel londinense. «Durante mucho tiempo se suponía que las chicas fuertes tenían que ponerse una máscara. En la oficina de Olivia la regla es que no se aceptan lágrimas, pero ya en el primer episodio se puede ver cómo llora a solas, encerrada en el interior de un ropero».
Kerry Washington junto a Elliot Staples
Getty Images
Icono de estilo. La intérprete neoyorquina es menuda, sonriente y de aspecto bastante menos formal que el de su personaje. Lleva mechas cobrizas, un vestido sin mangas con brocados azules, un brazalete del que cuelgan amuletos contra el mal de ojo y su manicura transparente está rematada con purpurina dorada. Un estilo cuidado, pero fresco. Washington también brilla como referente de estilo incluso dentro de la pequeña pantalla, gracias al vestuario de Scandal, diseñado por Lyn Paolo. Féminas de todo el mundo no pierden detalle de cada episodio, hay incontables páginas con sugerencias para replicar ese guardarropa profesional, que no encorsetado, y en las boutiques de Prada han perdido la cuenta de los clientes que aparecen pidiendo el bolso de Olivia Pope. Según Washington, es un aspecto fundamental para entenderla: «Olivia es el ejemplo de una feminista actual. Es dueña de su propio negocio, se ha hecho a sí misma. Es inteligente y poderosa, pero no teme arreglarse y vestirse bien. No tiene por qué elegir entre una cosa y otra».
Olivia no es una mujer de vestidos. Eso fue lo que Kerry Washington decidió desde el principio. «Solo se los pone si una ocasión formal lo requiere. Me gusta la metáfora de que Olivia Pope lleva los pantalones», comenta riendo. Con el fin de evitar ese look ochentero corporativo de hombreras desproporcionadas y conjunto de pantalón y chaqueta anchos, la sastrería incluye detalles eminentemente femeninos. Los trajes de Armani, Escada, Max Mara, Dior y Chloé se arreglan para enfatizar la cintura de la actriz y se añaden peplums y detalles en las mangas, «para atraer la atención a los brazos», señala la actriz. La paleta de colores neutros, crudos y pasteles responde a un conocimiento de primera mano sobre la moda en los ambientes cercanos al poder: «Personalmente, sé que en Washington D. C. la gente usa mucho el negro y el azul marino. Y en la Casa Blanca, inevitablemente, debes vestir ropa de creadores estadounidenses. Olivia trabaja para sí misma y lleva diseños europeos, pero en los flashbacks, cuando trabajaba para el Gobierno, el vestuario se llena de prendas de Michael Kors y Ralph Lauren».
Washington habla sobre moda con la autoridad de una experta en la materia. Sin embargo, este interés no le llegó de manera natural. «Era un tema que no me apasionaba», confiesa. «Pero un día me di cuenta de que otras actrices tenían más oportunidades profesionales gracias a lo que se ponían. No estaba vendiéndome bien, estaba desaprovechando herramientas de marketing».
Desprende un esmero y una seriedad que hacen imaginártela como una eficiente delegada de clase. Como no podía ser de otra manera, se aplicó tanto en aprender sobre siluetas y diseñadores que terminó siendo elegida la mejor vestida del año por Vanity Fair. «Me documenté, fui a desfiles, aprendí a maquillarme en el camerino. Entonces todo encajó, me di cuenta de que es arte en movimiento, un cruce entre una hermosa pieza de museo y un fragmento teatral. Me entusiasmé». En su armario hay sobre todo vestidos, una manera de diferenciarse de su personaje. «Al acabar el rodaje, me desmeleno y soy más ecléctica que Olivia». Y como Michelle Obama, ella apuesta por diseñadores jóvenes como Proenza Schouler, Jason Wu, Thakoon, Alexander Wang y Rodarte.
¿Inspirado en hechos reales? Precisamente, muchos se empeñan en enfrentar a la intérprete con la primera dama. Algunos medios estadounidenses informaban de que Michelle, celosa de su buena relación con el presidente, mantenía la puerta cerrada en sus dominios de la Casa Blanca. La noticia fue desmentida y ambas mujeres han profesado en público su admiración mutua. Washington recalca que nunca ha sido testigo de intrigas similares a las de la ficción. «Conozco cómo funciona el poder, algo que me ayudó a entender aspectos de la serie, pero aun así tuve que documentarme sobre la gestión de crisis. No sabía nada sobre esto». ¿Ni siquiera se ha topado con el lado oscuro de Hollywood? «Allí tampoco me he visto en posiciones similares», dice con el tono de quien últimamente repite lo mismo. «El mundo de la serie es mucho más escandaloso».
Su interés repunta cuando la conversación gira sobre su labor en proyectos gubernamentales de educación artística para comunidades empobrecidas: «Crecí en el Bronx y sé que en las grandes ciudades hay barrios con condiciones similares a las de los países en vías de desarrollo. En Nueva York existen unos niveles de pobreza que no deberíamos tolerar». Las fiestas y alfombras rojas no consiguen distraerla. Ella sigue siendo la misma activista que, de adolescente, trabajaba de voluntaria para promover el sexo seguro y que celebró con sus padres el día que cumplió 18 años, edad mínima para votar en EE UU. «Nada interferirá en mis intentos por ser una buena ciudadana. No quiero que mi profesión me cierre la boca».
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