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Kate Winslet: «Antes me hería que hablasen de mi peso. Ahora me da igual»

Icono de estilo y referente para millones de mujeres que admiran su determinación y naturalidad. Kate Winslet resulta cercana y creíble.

Kate Winslet

Hay mujeres que dedican gran parte de sus esfuerzos a ser aceptadas y admiradas por su físico, y se pierden en explicaciones o se gastan millonadas en retoques estéticos. Y hay otras que deciden asumir sus peculiaridades, dar un golpe en la mesa y salir a comerse el mundo. Kate Winslet pertenece a este último club. Y su adhesión le sienta de maravilla.

Estamos en el Claridge’s, un egregio hotel del, si cabe, barrio más selecto de Londres: Mayfair. La actriz inglesa no se hace esperar y su agente nos invita a pasar a la suite donde tienen lugar las entrevistas. Winslet luce un vestido negro entallado por debajo de la rodilla. Sonríe, recibe con dos besos e invita a esta periodista a sentarse a su derecha en el canapé. Es cálida hasta en los gestos.

Fascinación retro. «Es maravilloso», señala mientras toma un gigantesco libro de moda situado en una mesa de madera frente a nosotras. La edición está organizada por décadas e ilustrada con fotografías de modelos de cada era. La ojea y se detiene en una imagen de los años 40. «El tallaje, el corte, el material, la pose de la maniquí… me encantan, ¡son tan elegantes!», afirma con acento británico. ¿Es su década favorita, los 40? «Una de ellas. Me fascinan las faldas tubo, de tiro alto y cintura marcada, los escotes cuadrados, las mangas rectas, los zapatos de tacón bajo».

La británica, de 38 años, se encuentra sumergida en la historia de la moda. «Me estoy documentando sobre diseñadores, patronaje… intento rodearme de ediciones con información de los 50». La razón: su próximo proyecto, The Dressmaker de Jocelyn Moorhouse, cuyo rodaje todavía no ha arrancado, un drama australiano ambientado en ese país y en esa década, y en el que Winslet interpreta a una costurera que regresa a su pueblo natal para ajustar cuentas pendientes y hacer las paces con su madre.

Las decisiones estéticas de esta londinense han dado siempre que hablar. En los 90, década en la que saltó al estrellato, no convencían. Pero con la llegada del siglo XXI, comenzaron los elogios. La opinión pública y los críticos aplaudieron su cambio de look. La protagonista de Sentido y sensibilidad (1995) o Titanic (1997) colgó los vaqueros para apostar por vestidos sexies, piezas con transparencias estratégicas, cinturas marcadas y un juego de colores capaz de sacar partido a su figura. «Conozco muy bien mi cuerpo y, si le digo a una estilista “No me pongas eso”, no lo hago porque no me guste la prenda o por fastidiar. Todas las veces en las que lo he pensado y me he callado han sido desastrosas, porque el estilismo me ha quedado mal y ha tocado cambiarlo», relata.

Este conocimiento de sí misma, de sus rasgos y particularidades, es una baza. «Sé que tengo un culo generoso, pero bonito. Soy una mujer con curvas y las minifaldas o los shorts no me favorecen. Tampoco las camisetas de tirantes porque tengo un pecho grande y, con la edad, se me cae. Mi silueta agradece prendas de líneas puras, de colores básicos como el negro o el blanco y con un largo por debajo de la rodilla».

Embarazada, resplandeciente y vestida de Jenny Packham, durante la premier de ‘Una vida en tres días’, su última película.

Cordon Press

Adiós a los complejos. No siempre se sintió tan segura de sí misma. En el colegio era la favorita de los profesores y sus compañeros la llamaban regordita y parlanchina. «Una vez que has sido rellenita, lo eres para toda la vida. Por mucho que adelgaces. Los comentarios, las miradas, la actitud de los demás no pasan desapercibidos cuando creces. Te marcan. Se tarda mucho en olvidar a la niña gorda que fuiste. Pero si superas la angustia, esas experiencias fortalecen y, con el tiempo, te aceptas. Entonces, empiezas a verte más guapa y los demás también». Y añade: «Antes me hería que hablaran sobre mi peso. Con 20 años y delante de la prensa no lo reconocía, pero lo pasaba mal. Ahora me da igual».

Su rostro era más redondo y pálido en los 90, sus rasgos se han ido afilando con el paso del tiempo. Winslet ha perdido candidez en favor de sensualidad: sus expresiones son más duras. Pero sigue siendo una de las nuestras. «Nunca he perseguido la fama ni la atención de los medios. Jamás pensé que me convertiría en una celebridad». Ahora que lo es, sabe manejarse. La angustia post-Titanic, hasta hace poco el mayor taquillazo de la historia con 1.800 millones de dólares recaudados en el mundo, es cosa del pasado. «He entendido que al ser famosa, siempre me preguntarán cosas y hablarán de mí. Sé que cuando salgo, se fijan en lo que hago».

No es una diva. En eso coinciden sus compañeros de profesión y los periodistas. Es el tipo de persona a la que le mortifica que piensen que cuenta con una legión de sirvientes. «Me espanta que otros actores tengan decenas de ayudantes». Tampoco la acompaña un séquito. Solo sus representantes de Lancôme esperan fuera de la habitación. La intérprete es desde hace tres años imagen de la firma cosmética. «Tengo arrugas, pero por ahora no me molestan, estoy contenta con lo que hay. Tampoco me preocupa cumplir 40 o 50 años». Pero ¿se cuida más desde que es la musa de una marca de belleza? «Ser embajadora de Lancôme ayuda; siempre están lanzando novedades antiedad basadas en años de investigación, estoy muy orgullosa de mi cargo. Además, no he tenido que transformarme, con ellos soy yo misma». Por ejemplo, no se excede con las dietas: «No me mato en el gimnasio, pero me cuido. Hago pilates cuando tengo tiempo y no bebo alcohol ni como demasiado pan ni muchos alimentos procesados».

Más lecciones de normalidad. Tampoco en su casa –una mansión del siglo XV situada en el campo a las afueras de Londres– tiene servicio. «Podría contar con cocinera, conductor, entrenador personal y todo eso, pero no me interesa. Siempre he llevado una vida corriente. Cocino, voy a hacer la compra, llevo a mis hijos a la escuela, sus amigos vienen a casa, juegan… Quiero que mis niños se suban a los árboles, que sean libres. No quiero que vivan con los paparazis encima, por eso no vivimos en el centro». Se le da bien cocinar. «Me relaja. Aunque también paso épocas en las que preparo algo, lo miro y pienso: “Pero ¿qué es esto? Parece incomestible…” ¡Y, a veces, lo es!».

Con su marido, el empresario Ned Rocknroll

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Amores de cine. Tuvo a Bear, hijo de su actual marido, el empresario Ned Rocknroll, el pasado diciembre. Las circunstancias en las que se conocieron son de película. En 2011, Winslet estaba de vacaciones con sus hijos (Mia, de 13 años, y Joe, de nueve) y su novio (Louis Dowler, modelo de Burberry) en la mansión de Richard Branson, propietario del imperio Virgin, en Necker, una isla del Caribe. Rocknroll (sobrino de Branson) también estaba ahí. Una noche, el edificio empezó a arder y Winslet salvó a la madre del anfitrión. Poco después se la vio del brazo de Rocknroll, con quien se casó en 2012 en una ceremonia privada e íntima.

Desde entonces, Winslet luce dos alianzas, una del compromiso y otra de la boda. «He aprendido mucho de mí misma en estos últimos años. Y me gusta como han salido las cosas… No cambiaría mi historia, me quedo con los buenos y malos tragos. Mis experiencias me hacen ser quien soy. Me siento afortunada».

Tenía 22 años cuando se desposó por primera vez con Jim Threapleton, asistente de dirección al que conoció en el rodaje de El viaje de Julia en 1997. Su hija, Mia, nació en 2000, pero la pareja se separó al cabo de un año. Entonces se enamoró del director Sam Mendes (American Beauty, Skyfall) al que dio el sí quiero en 2003. Durante casi un decenio fueron la pareja de oro, con dos casas, una en Londres y otra en Nueva York, donde nació Joe. Se siguen llevando de maravilla y para la posteridad han dejado una joya como Revolutionary Road (2008), un drama ambientado en los 50 que dirigió Mendes y protagonizó Winslet. «El papel de April me marcó, fue uno de los mayores retos de mi vida. April se siente prisionera porque su espíritu es bohemio y no está a gusto con su rol de madre». Cree que a pesar de la liberación de la mujer, muchas cosas no han cambiado y que aún somos el sexo débil. «Tengo muchas amigas que son madres y se sienten atrapadas: no disponen de libertad económica, dependen de sus maridos y no pueden divorciarse. Aunque las cosas eran mucho peor en los 50, cuando muchas se quedaban en casa y se automedicaban o emborrachaban». Winslet es independiente y actúa como tal. Se divorció de Mendes en 2010.

Solo la condicionan sus hijos. «La gente piensa que siempre estoy en un plató, pero en realidad paso mucho tiempo en casa. No trabajo todo el año y tengo en cuenta a mi familia a la hora de cuadrar cualquier agenda». Los directores lo saben bien. Si quieren trabajar con ella, deben hacer concesiones. Todd Haynes tuvo que rodar Mildred Pierce (2011), la miniserie de HBO, en Manhattan para contar con la actriz. Y Jason Reitman, director de Una vida en tres días, cuyo estreno está previsto para el 14 de marzo, escribió el guión con Kate en mente. Tuvo que esperar un año para rodarla.

En este último filme Winslet da vida a Adele, una madre soltera y deprimida que vive por y para su hijo, Henry. «Siempre me han atraído los papeles complejos. Adele es muy vulnerable. Aunque también es inspirador cómo lucha contra su soledad. Las madres sacamos fuerzas de donde sea».

Sobre su actuación, Reitman ha dicho: «No conozco a ninguna actriz capaz de interpretar a alguien tan frágil con tanta sensualidad». La película está llena de escenas picantes. «No consigo acostumbrarme, da igual el tiempo que pase; ¡siempre me siento incómoda! Y no se debe a salir desnuda, eso me da igual. Es la acción». Sorprendente para una actriz con un currículum como el suyo. Se la considera la mejor de su generación (con permiso de Cate Blanchett, seis años mayor). «Actuar es siempre un reto, hay escenas complicadas. Y en muchas otras tengo dudas».

En 2009, Kate ganó el Oscar a la mejor actriz por su papel en The Reader

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Una trayectoria redonda. Su registro es de lo más variado: desde la alternativa ¡Olvídate de mí!(Michel Gondry, 2004) a la transgresora comedia Movie 43 (2013), pasando por la teatral Un dios salvaje (Polanski, 2009), la británica ha hecho papeles de todo tipo. En breve, la veremos en Divergente, de Neil Burger (cuyo estreno está previsto el 11 de abril), basada en la historia de ciencia ficción de Veronica Roth. Seguramente se convierta en una trilogía: «No me lo pensé dos veces. El guión es insuperable y el libro es fantástico. Una parte de mí ha aceptado interpretar este personaje porque me hace parecer cool a los ojos de mis hijos».

Ha pasado épocas más hollywoodienses (como cuando salió en la romántica Vacaciones en 2006), pero al final siempre vuelve a los papeles complejos, a las mujeres poliédricas, como su personaje en El lector, con el que consiguió el Oscar en 2009. Era su sexta candidatura y su película número 21. «Busco dar voz a mujeres diferentes», concluye.

Es tradición que sea favorita en las ceremonias de los galardones. En 1997 fue la actriz más joven en ser nominada al Oscar; repitió gesta con 31 años, cuando acumulaba cinco candidaturas. Por no hablar de los Bafta, Globos de Oro o Emmy que ostenta. Lleva la interpretación en la sangre. Su padre actúa y sus dos hermanas, también. Además, sus abuelos maternos fundaron el teatro Reading Repertory y su tío apareció en la producción original de Oliver! Tiene fama de decidida. ¿Su éxito se debe a su determinación? «Aunque soñara con ser una buena actriz, no pensé que lo conseguiría. Mi determinación está hecha de constancia y trabajo».

Hay una fracción de la prensa, en especial la británica, a la que no termina de caer bien. No se la creen, y dedican más espacio a hablar de su vida privada que de su carrera. En 2009 ganó un juicio contra el diario Daily Mail; el rotativo la había llamado mentirosa (aseguraba que Winslet se había preparado con duras sesiones de gimnasio para El lector, algo que ella había negado). Le frustra que la malinterpreten: «No leo todo lo que dice la prensa; si lo hiciera, me volvería loca. Lo paso muy mal si no me comprenden. Mi hijo es igual que yo. Los dos queremos que nos entiendan, que nos conozcan, pero en mi posición eso es imposible. Sé que nadie sabe lo que ha sucedido realmente en mi vida», afirma.

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