Dolly a los 75: cómo la cantante ha pasado de ser «la muñeca del country» al símbolo adorado de una América unida que ya no existe
La compositora siempre ha evitado posicionarse políticamente pero sí dio su apoyo al movimiento Black Lives Matter. Sus fans dicen que todo lo que piensa está en sus canciones.
Dolly Parton cumple hoy 75 años convertida en algo más que una cantante popular. La autora de Jolene es ahora mismo un meme, una mascota, una rareza –se suele decir que es de las dos o tres cosas que unen a los estadounidenses, que nunca habían estado tan divididos– y, de una manera más nítida que en ningún otro momento de su carrera, una artista y compositora respetada. Pero no le ha resultado fácil alcanzar ese estatus.
¿Hay algo que Dolly no pueda hacer? Se preguntan muchos desde que se supo que Parton invirtió un millón de dólares en la investigación que dio lugar a la vacuna de Moderna. Desde entonces, las noticias sobre la diva del country se van sucediendo: Dolly Parton salva a un niño de nueve años de un atropello; Dolly Parton lanza su propia línea de productos de belleza y perfumes, Edge Beauty, Dolly Parton estrena un especial navideño en Netflix, Dolly Parton entierra una canción en una cápsula del tiempo que se abrirá en 2045; Dolly Parton co-produjo Buffy, la cazavampiros (es cierto, su prodcutora Pixie Dixie productions, estuvo detrás de la serie); el capitolio estatal de Tennessee propone erigir una estatua de Dolly Parton.
La canonización en vida de la cantante arrancó hace unos dos años, cuando se estrenaron casi simultáneamente el podcast Dolly Parton’s America y la serie de Netflix Dolly Parton: Acordes del corazón. El primero toma prestado el nombre de una clase que imparte en la universidad de Tennessee la profesora Lynn Sacco, que explica en el programa que ella siempre había creído que la cantante era un chiste y un argumento andante contra el feminismo hasta que vio cómo lloraba el día que le entregaron un título universitario honorífico y cambió de idea con respecto a la compositora. El cambio de opinión de la profesora –que en realidad en su clase utiliza a Parton como una manera de reivindicar la cultura de los Apalaches, considerada la cuna de lo redneck– es paradigmática de la que ha hecho gran parte de la opinión pública, pero no toda. Los más jóvenes ya han conocido a una Parton integrada en el panteón de la cultura popular. “La generación que ha crecido con los filtros de Snapchat y el feminismo pop quizá tiene una comprensión innata de que el artificio no niega la autenticidad, de que el gusto por las pelucas enormes y las uñas acrílicas no tiene nada que ver con ser un genio de la composición”, especulaba un artículo del New York Times titulado ¿Hay algo en lo que nos podamos poner todos de acuerdo? Sí Dolly. Esa es la clave del asunto: Dolly no ha tenido que cambiar para ser aceptada; ha sido la sociedad la que ha tenido que moverse para alcanzarla. “El motivo por el que su índice de aprobación es tan alto es que todos los atributos que antes servían para criticarla: el estilo escandaloso e hiperfemenino, el conocimiento de la industria que necesitó para pasar del country al mainstream en los setenta, incluso la admisión de sus operaciones estéticas, han dejado de ser tabú”, escribe Lindsay Zoladz en el mismo artículo. La cantante, además, ha conseguido que se la tomen en serio sin que parezca que ella misma se toma demasiado en serio y sin dejar de contar sus famosas bromas en las entrevistas, tipo “fui la primera en quemar un sujetador. Los bomberos necesitaron cuatro días para apagar el fuego?
Uno de los capítulos del podcast, titulado Dollytics (de Dolly y “politics”), aborda una la pregunta clave: ¿qué piensa la cantante?, ¿es de izquierdas o de derechas? Depende. El verano pasado dijo, con naturalidad que “por supuesto que las vidas negras importan”. Poco antes, y tras mucha presión, admitió: “supongo que sí soy una feminista, si creo que las mujeres deberían poder hacer todo lo que quieran”. En 2016 pareció que daba su apoyo en una entrevista a Hillary Clinton pero después aclaró que no había decidido a quien votaría, y bromeó –el humor suele ser su mecanismo de defensa– con que ella misma debería meterse en política. “El pelo ya lo tengo”, dijo. Un año después, con la temperatura social ya mucho más elevada tras un año de mandato de Trump, se vivió un momento curioso en la entrega de los Emmy. Se programó una especie de homenaje a 9 to 5, la película que estrenó en 1980 con su famosa canción como tema principal. Parton salió al escenario con sus dos compañeras en el filme, y amigas todavía, Jane Fonda y Lily Tomlin, las dos mucho más claramente alineadas a la izquierda que ella. Fonda citó una frase de la película y se la dedicó a Donald Trump: “En 1980, en esa película, nos negamos a que nos controlase un tipo machista, egoísta, mentiroso e hipócrita”, dijo. Tomlin completó la frase: “y en 2017, todavía nos negamos a que nos controle un tipo machista, egoísta, mentiroso e hipócrita” ¿Y Parton? Ella hizo en ese momento un chiste sobre sus pechos, jugando con la categoría que presentaban, la de actriz secundaria o “actriz de apoyo”. “Sé mucho de apoyo”, dijo refiriéndose a sus dos leyendas.
Lo que defiende un libro titulado She Come by it Natural: Dolly Parton and the Women Who Liver Her Songs es que en realidad sus ideas políticas han estado siempre a la vista de todos: Dios y los desfavorecidos. Parton creció junto a once hermanos y hermanas en una casita que todavía posee, “para que me recuerde de donde vengo”, y que está reproducida, en Dollywood, el parque temático dedicado a la cantante que visitan cada año dos millones de personas. En sus canciones, abundan las mujeres mañosas y con recursos, que se hacen un vestido despampanante con un par de retales, y los hombres inútiles. En He’s a Go Getter, un tema de 1969, se reía de un tipo que lo único que sabía hacer era ir al trabajo de su mujer a recoger su paga, lo que sirve a Sarah Smarsh, la autora del libro para defender que las mujeres del universo Parton quizá no se llaman a si mismas feministas –la propia Parton se niega a hacerlo, algo que le ha afeado su propia hermana– pero llevan toda su vida entendiendo intuitivamente lo que es el feminismo. Ella misma vivió su momento emancipador en 1973, cuando se separó del que había sido su mentor musical y co-autor de canciones durante una década, Porter Wagoner, otro hijo de granjero como ella que no llevaba bien que la que él tenía como la cantante segundona de su show empezara a robarle el protagonismo. El año siguiente fue el de su consagración. Parton tuvo dos superéxitos con Jolene y I will always love you, dos canciones que siempre ha explicado que escribió la misma tarde. A la segunda le debe una fracción importante de su fortuna. En 1978, Elvis Presley mostró interés por grabar la canción. El manager de Elvis, el Coronel Tom Parker, informó a Parton de que era costumbre que los compositores cediesen la mitad de los derechos a cualquier canción que quisiese cantar el ídolo. Ella se negó y eso le supuso una lluvia de dólares muchos años más tarde, cuando se estrenó El guardaespaldas y la canción volvió a ser un éxito global cantada por Withney Houston. El final de los setenta y el principio de los ochenta fueron para ella los años del crossover, en los que trascendió la escena country y se convirtió en una estrella mundial –Parton es especialmente adorada en Zimbawe–. Aun así, la década de los ochenta, tuvo altibajos para ella. RCA Records no le renovó el contrato. Tuvo problemas de salud, derivados de su endometriosis. Se sometió a una histerectomía –en entrevistas recientes ha hablado del hecho de lo que ha supuesto para ella no tener hijos con su marido con el que lleva casada desde los 20 años–, pero supo reposicionarse como cantante de folk por un lado y como actriz y figura habitual en los late shows, siempre dispuesta a apretarse un poco más el corsé y a hacer chistes sobre su figura. Desde hace 25 años, Parton ha centrado gran parte de sus donaciones en el programa Imagination Library, que provee de libros de manera gratuita a millones de niños hasta los cinco años en Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia e Irlanda. Los niños que se apuntan al programa sencillamente reciben los libros en el buzón de su casa. No es poca cosa para la hija de un granjero analfabeto.
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