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Al carajo la fama, yo también quiero ser ‘señora de’

Lily Allen sigue la estela de otras celebrities y usará, a partir de ahora, su apellido de casada. En EEUU, la tradición gana fuerza tras décadas de reivindicación feminista.

cover apellido

¿Por qué cambiarías tu apellido si tu padre es un aclamado comediante y cantante, que salía de farra con Damien Hirst o New Order y aún es capaz de levantar polvareda al tomar éxtasis en un documental para mostrar los efectos clínicos de las drogas? Si además tu hermano pequeño es una de las estrellas de Juego de Tronos y, lo más importante, si revolucionaste el negocio de la industria musical aupándote como la niña mimada de Myspace para vender después millones de discos, ¿por qué querrías deshacerte de todo este legado carismático? A Lilly Allen no le ha temblado el pulso y ha dicho adiós a su apellido paterno para abrazar con ahínco su nombre de casada: Lily Rose Cooper. Ha pasado un año desde que la cantante cambiase su “nick” en Twitter, pero no ha sido hasta principios de este mes cuando ha dado la campanada al anunciar que su nombre artístico también sufriría una metamorfosis.

No es la primera “celebrity” que opta por esta vía. Las hay que parecen no haberse arrepentido, como Victoria (Adams) Beckham, que prefirió adoptar el apellido del futbolista más codiciado –no nos engañemos, en nuestra memoria siempre será la Spice pija–, o la actriz Portia (de Rossi) DeGeneres, que también se siente más que satisfecha con usar el apellido de su mujer, la presentadora Ellen DeGeneres. No obstante, en la mayoría de casos, la ecuación marital no es sinónimo de éxito. Katy Perry fue Katy Brand durante los 14 meses de matrimonio que tuvo con el cómico Russel Brand. La estrella de Friends, Courtney Cox decidió sumar el apellido del actor David Arquette hasta que se divorciaron y Eva Longoria también adoptó el Parker de su marido, hasta que le pilló engañándole y borró todo rastro del jugador de basket de su vida. Otras actrices como Pamela Anderson, Demi Moore o Robin Wright también pasaron por el aro, pero han vuelto a su nombres prematrimoniales tras sus rupturas sentimentales.

Dejando de lado el fenómeno Brangelina (aquí nadie se atreve a destacar a uno por encima del otro), la cultura anglosajona parece sentirse cómoda con seguir la tradición y abandonar el apellido de soltera al pasar por la vicaría. Un estudio que se hizo público en 2009, y que analizó los cambios de nombre en EEUU durante los últimos 35 años, desveló que si bien en la década de los 90 el 23 por ciento de las mujeres seguía usando su apellido, veinte años más tarde el porcentaje bajó hasta el 18%. Tal y como destacó el Washington Post, la edad y la carrera laboral también parecen ser un factor clave. Las mujeres que ganan salarios elevados o las profesionales de la medicina y las artistas, también se sienten más cómodas con conservar su apellido. Con la madurez, las mujeres descartan cambiar de nombre. Las que se casan entre  los 35 y los 39 años son seis veces más reacias a acuñar su nombre de casada frente a las que contraen matrimonio entre los 20 y los 24 años. Atrás parece haber quedado la lucha feminista que se popularizó en los años 70 –en los 60 las mujeres todavía no podían tener su propia tarjeta de crédito sin el permiso de su marido– y que recogía las indicaciones de la sufragista Lucy Stone para tratar de atajar la desigualdad de derechos entre ambos sexos. Las nuevas esposas creen haber superado este debate, y según  defienden algunas investigaciones, valoran más las razones religiosas (las católicas son las que más adoptan el apellido de su marido) que su propia identidad de género.

Victoria (Adams) Beckham, que prefirió adoptar el apellido del futbolista David Beckham, con el que se casó en 1999.

Getty Images

En España, la situación dista mucho de la americana: la legislación no permite cambiar de apellido o de nombre al casarse. El peso simbólico de la herencia familiar cae sobre los hijos, al decidir cuál va primero. Mientras en Portugal y Brasil anteceden el apellido materno, aquí la tradición es claramente paternalista. En 1999 se posibilitó poder invertir el orden si los padres estaban de acuerdo, pero si ninguno de los padres dice nada al llegar al registro, el apellido del padre es el que vale. Eso sí, si no hay pacto entre los progenitores, el funcionario de turno decide. “En el 98 por ciento de los casos se llega a un acuerdo, en pocas ocasiones hay disputas serias”, apunta Julia Clavero, abogada de familia y socia del despacho Aba abogadas, que en su día impulsó Cristina Almeida. Por ahora sólo hay una excepción tipificada judicialmente. Si se produce la ruptura antes de que nazca el bebé y los padres no están casados, la justicia pondrá primero el apellido de la madre. “Sin ninguna duda, los hombres de este país todavía no asumen que el apellido de la madre puede ser igual de importante, socialmente no termina de estar aceptado”, explica la abogada.

Cambiar de apellido por amor, razón religiosa o por simple sonoridad, no exime a las contrayentes de que los prejuicios sociales les acompañen. La mayoría de estudiantes holandeses que participaban en un estudio sociológico consideraron que las mujeres que conservan su apellido de soltera son más cerebrales, ambiciosas y menos dependientes que las que adoptan el de su marido. Hagamos lo que hagamos y aunque decidamos lo que nos venga en gana, los estereotipos, una vez más, a la orden del día.

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