El enigma de Tracy Chapman: la estrella que huyó de la fama vuelve a triunfar más de 30 años después
La inesperada aparición de la cantautora en los recientes premios Grammy ha disparado las reproducciones de su mayor clásico, ‘Fast Car’. Pero la artista, que se convirtió en una de las mujeres más famosas del planeta a finales de los 80, lleva décadas huyendo del foco mediático que ha vuelto a rendirle pleitesía
36 años después de su lanzamiento, Fast Car ha alcanzado por fin el primer puesto en las listas de éxitos. La imperecedera balada folk de Tracy Chapman, sobre los estragos de una pareja para salir de la pobreza y encontrar una vida mejor, ha aumentado sus reproducciones en un 241% –según datos publicados por Billboard– gracias a la repercusión obtenida por su aparición en la gala de los premios Grammy. Ni Miley Cyrus ni Taylor Swift, dos de las grandes triunfadoras de la noche, consiguieron opacar el impacto que tuvo el regreso de Chapman, de 59 años, alejada desde hace tiempo de la vida pública y cuya presencia no había sido anunciada. “Cuando aceptó a venir pensábamos que era demasiado bueno para ser verdad”, confesaba el productor ejecutivo de la gala, Ben Winston, a la revista Rolling Stone. Pero la artista, con más de 30 millones de discos vendidos en todo el mundo, quiso acompañar sobre el escenario al joven Luke Combs, que el pasado año lanzó una versión en clave country para presentar este himno a una nueva generación y renovar la curiosidad por la enigmática autora.
Ryan Dombal, crítico musical de Pitchfork explica a S Moda que “cualquier persona que haya soñado con dejar su pasado en el espejo retrovisor y aspirar a una vida más plena puede identificarse con Fast Car. Mientras haya gente luchando por llegar a final de mes con las probabilidades en su contra, allí estará la canción para dar consuelo, como una vieja amiga”. La sencillez de los arreglos e instrumentación acentúan la atemporalidad de un tema versionado hasta la extenuación y que ha sido calificado por los expertos como el más idóneo para probar el rendimiento de los auriculares por su rango de frecuencias y la calidad de su grabación.
A pesar de ser muy respetada en el negocio musical, Chapman, que sacó su último álbum de estudio en 2008, apenas se ha dejado ver en un par de eventos en la última década, erigiéndose en una de las personalidades más elusivas de la industria. De ahí la excepcionalidad de su presencia en los premios Grammy. “Estar en el ojo público y bajo la luz de los focos ha sido y es incómodo para mí, soy un poco tímida (…) Quizá no sea la persona más ideal para este tipo de trabajo”, explicó en una entrevista con The Irish Times en 2015, una de las últimas ofrecidas hasta la fecha.
Esos focos apuntaron muy pronto a Chapman y casi sin que ella pudiera prepararse para el deslumbramiento. Dotada de un talento innato para la música, con tres años ya tocaba el ukelele –también aprendió a tocar el órgano y el clarinete– y a los ocho componía sus propias canciones con la guitarra. La música fue un tejido básico de una infancia marcada por las tensiones raciales en su Cleveland natal y el abandono del núcleo familiar por parte de su padre, que obligó a su madre a criarlas sola a su hermana y a ella. Un excelente expediente académico le consiguió una beca que permitió que accediera a la universidad, matriculándose en la carrera de antropología. Fue allí, en las cafeterías y parques del campus, donde Chapman hizo sus primeras actuaciones frente al público. Un compañero de clase, llamado Brian Koppelman, y que más tarde se convertiría en el reconocido creador de series como Billions, se quedó tan prendado de su talento que insistió en presentársela a su padre, jefe de una importante discográfica. Pese a que ella se resistía a iniciar una carrera profesional, finalmente Koppelman le facilitó un contrato con Elektra Records.
Un año después de graduarse, en 1988, el álbum de debut Tracy Chapman y el single Fast Car vieron la luz de manera simultánea cosechando un éxito unánime entre el público –vendió seis millones de copias solo en Estados Unidos–, los académicos –ganó tres premios Grammy– y la crítica. David Browne, redactor senior de Rolling Stone, confirma por mail que su impacto fue instantáneo: “El renacimiento de la música folk y acústica supuso una reacción al dominio de lo electrónico en las listas los años anteriores y existía un deseo por un pop más directo y menos producido”. El disco se convirtió en el más vendido en más de una docena de países y superó los 20 millones de copias despachadas.
Pero su popularidad se hipertrofió más aún en junio de aquel año, cuando fue invitada en el último momento a sustituir a Stevie Wonder en el homenaje a Nelson Mandela celebrado en el londinense estadio de Wembley. Con una audiencia televisiva de 600 millones de espectadores, la imagen sería el clímax perfecto de una hipotética película sobre su vida: una recién llegada de 24 años sustituye a una leyenda del pop y enmudece a 74.000 personas cantando sobre el anhelo de ser feliz, amada y libre con su guitarra. “Ser una joven negra –tímida pero resuelta, tierna pero estoica– en un evento en contra del apartheid situó a Chapman como el rostro de una nueva forma de movimiento protesta”, publicó el Financial Times. Su éxito abrió camino a otras artistas y, en palabras de Dombal, “ver a una mujer negra de estética andrógina derribó las ideas preconcebidas sobre qué aspecto debía tener una cantante con una guitarra acústica”.
This clip of Tracy Chapman doing “Fast Car” in 1988 and silencing Wembley Stadium is pretty stunning. pic.twitter.com/uWUnFFOxtv
— Steven Hyden (@Steven_Hyden) February 5, 2024
A su vez, Fast Car también se ha convertido en los últimos años y de manera espontánea en un himno lésbico espontáneo aunque Su autora jamás se ha referido a su orientación sexual. Trish Bendix, columnista de The New York Times especializada en cultura LGTBI, sostiene a este medio que, más allá de que su intérprete haya desafiado clichés de género y raza, el impacto de la canción en el colectivo reside en su temática: “Abandonar el hogar en busca de algo más grande y diferente, pero chocarse al final con los estragos de la vida diaria, resuena de manera poderosa en las personas queer y trans. Es un viaje atemporal, emocionalmente tenso, pero también esperanzador”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.