Emilia Wickstead: cómo 5.000 euros convirtieron a una camarera en la diseñadora de las poderosas
El nuevo referente británico de una renovada elegancia y sobriedad llega gracias a una neozelandesa que montó su estudio en su piso y acabó vistiendo al exclusivo y hermético círculo de las más privilegiadas.
Cuando a Emilia Wickstead su profesor le preguntó qué quería ser de mayor, ella tuvo clara la respuesta: «Famosa». Wickstead tenía 14 años y acababa de llegar a Milán, al instituto británico al que su madre, diseñadora de moda que buscaba expandirse en Italia, la había apuntado tras mudarse desde Nueva Zelanda, donde nació y pasó toda su niñez. Aunque en un libro de Roahl Dahl que conserva desde que era una cría dejó anotado que ella lo que quería ser era cantante, el destino de esta kiwi estaba llamado a vestir a las más poderosas de ese hermético 1% que gobierna el mundo. Desde Kate Middleton a Meghan Markle, pasando por Samantha Cameron, Amal Clooney, aristócratas multimillonarias o estrellas de Hollywood. No hay figura de renombre que parezca resistirse al estilo de una diseñadora que trabajaba de maitre cuatro noches a la semana para poder convertir el recibidor de su piso en una mini-atelier y gracias, en parte, a las 5.000 libras (unos 5.700 euros) que le prestó su novio –ahora marido– para empezar su propia marca.
Una década después, bastaba con echar un vistazo a su front row en su desfile de este fin de semana en la London Fashion Week para entender las trascendencia de su negocio: sentadas, codo con codo, estaban las herederas multimillonarias (Sabine Getty, Eugenia Niarchos), las compradoras de lujo clave (Tatiana Santo Domingo) o las influencers/editoras poderosas (Giovanna Battaglia). Emilia Wickstead ya es mucho más que la firma fetiche de Kate Middleton (y con la que flirtea Meghan Markle), la suya es una marca que ha conseguido trascender la barrera de los círculos más privilegiados e infiltrarse en los armarios de las mujeres más influyentes. La visten las multimillonarias en Ascot (Tatiana Korsakova) o las novias cuyo paso por el altar recogen las páginas de Vogue (la diseñadora de joyas Theodora Warre). Hasta se puede permitir el lujo de decir públicamente que el vestido de novia de Meghan Markle, diseñado por Givenchy, era «una copia» de uno de sus modelos.
Tras pasar por la Central Saint Martins, hizo prácticas durante un año en Proenza Schouler, Narciso Rodríguez y pasó por el Vogue de Anna Wintour. Volvería a Reino Unido para alquilar un piso en el barrio londinense de Chelsea, atraer a compradoras adineradas con un showroom en el recibidor y así montar su propia marca en 2008, ayudada por el capital aportado por su pareja. La diseñadora combinaba el trabajo de maitre durante las noches con la producción a medida porque la inversión no le daba para más. Desde ese cuartel general salieron los primeros modelos para familiares y amigas. Y de ahí, la conexión con Samantha Cameron, que la visitó cuando su marido, David Cameron, llegó a Downing Street.
Cameron llegó a la diseñadora porque Wickstead compartió piso en Nueva York con Lohralee Stutz, la misma que acabaría casándose con el hermano de la esposa del primer ministro británico. Una buena agenda de contactos nunca fue tan poderosa. El modelo púrpura que Cameron vistió en 2010, embarazada de su cuarta hija, fue el que confirmó el efecto y proyección definitiva de Wickstead. Kate Middleton oficializaría este visión renovada de la elegancia y sobriedad británica recurriendo a ella para el desfile de San Patricio en 2012 y el boom se hizo realidad. La duquesa de Cambridge es una de las más entusiastas de la firma en actos públicos y lleva desde el clásico vestido monocolor, a abrigos durante su embarazo o modelos estampados más llamativos.
Pero no solo de aristócratas viste su marca, Wickstead, cuyo sueño habría sido vestir a Diana Vreeland, también se ha convertido en referente al otro lado del charco y entre otro tipo de mujeres poderosas. La visten desde Amal Clooney a Ivanka Trump o Melania Trump y estrellas de Hollywood como Millie Bobby Brown, Gwyneth Paltrow o Diane Kruger.
Esa versatilidad para adaptarse a distintos tipos de mujer y clientas la aclaró la propia diseñadora en una entrevista con la edición británica de Grazia: «Todas son diferentes entre sí y todas llevan la ropa de distintas formas, pero todas ellas tienen algunos de los elementos de ‘nuestra’ mujer». ¿Y cómo es esa mujer Wickstead? Según su fundadora, «es aquella que entra en una habitación, y aunque no sea conocida, es la persona de la que más se habla en ese círculo, lo que viste excita a la habitación. Se parece a mí, por supuesto, porque siempre adapto mi estilo de vida a mis diseños, esto es: ser madre, tener una carrera, ser una esposa y ser una mujer a la que le encanta entretener al resto».
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