El pasado nazi que avergüenza a Hollywood
Un libro denuncia la connivencia de los estudios americanos con el régimen nazi, un giro de guión que enfrenta el glamour de una época con su propia historia.
La publicación del libro The Collaboration: Hollywood's Pact with Hitler ha puesto a la meca del cine en la tesitura de enfrentarse a uno de los episodios más desconocidos de su historia: la connivencia con un régimen totalitario que tuvo como consecuencia guiones censurados y producciones saboteadas. Pese a que el tema no ha merecido la atención de los medios españoles, muchas cabeceras americanas e israelíes han ofrecido una amplia cobertura sobre los hechos que denuncia el libro. La revista estadounidense The Hollywood Reporter, referencia de la industria cinematográfica, destapó la exclusiva y dedicó un monográfico sobre una relación que ha abochornado a muchos, sobre todo a los hijos de ese negocio históricamente dominado por una élite de judíos pudientes.
Ben Urwand, autor del libro y profesor de la universidad de Harvard, explica detalladamente las conclusiones de la investigación que ha llevado a cabo durante nueve años, y describe los pasos que antecedieron a un pacto que tenía un doble objetivo: proteger el negocio de Hollywood en territorio alemán y satisfacer a los dirigentes nazis. Cuando Hitler accedió al poder en 1933, Alemania era el segundo mercado más importante del cine americano, con más de un centenar de películas exhibidas al año. Ese nuevo gobierno salido de las urnas hizo saber a los estudios americanos que si no tragaban con sus exigencias difícilmente podrían desarrollar su actividad en el país. Según Urwand, Hollywood apoquinó la mordida: diálogos, enfoques, actores y cualquier producción que interfiriera en su mensaje fueron censurados automáticamente. Cabe recordar que el cine fue uno de los instrumentos de propaganda más efectivos del régimen, con la directora Leni Riefenstahl como máxima valedora.
Joan Crawford, una de las grandes estrellas del Hollywood de los años 30.
Cordon Press
Tras los felices años 20, en la década siguiente Hollywood se arrogó la responsabilidad de moralizar a los espectadores. En ese contexto, el investigador detalla a través del material epistolar que ha encontrado en diferentes archivos de Alemania y Estados Unidos cómo se gestó y desarrolló la colaboración. Uno de los documentos que aporta es una carta fechada el 16 de enero de 1938, en la que la 20th Century Fox se dirige a Hitler en tono laudatorio y que se cierra con la coletilla de rigor: Heil Hitler. Como esta, centenares de misivas con diferentes membretes sirven para justificar su hipótesis. Al parecer, todos los grandes estudios participaron del contubernio: Paramount Pictures, Metro-Goldwyn-Mayer, Columbia Pictures, United Artists, Universal Pictures…. Con el tiempo, solo siguieron Paramount Pictures, Metro-Goldwyn-Mayer y 20th Century Fox, es decir, las más obedientes.
No fue hasta 1940, en plena segunda Guerra Mundial y con Hitler absolutamente enloquecido, cuando Hollywood por fin se decidió a llevar a cabo dos producciones abiertamente antinazis: El gran dictador y Hitler, Beast of Berlin. Hasta entonces, todo cuanto aconteció fue una sucesión de silencios, componendas e intercambios. De hecho, según denuncia Urwand, el cónsul nazi en Los Ángeles no dejó de recibir invitaciones para supervisar rodajes hasta bien entrado el declive de su gobierno. En 1933 sabotearon un proyecto ya firmado que llevaba como título The Mad Dog of Europe, escrito por el guionista alemán Herman J. Mankiewicz. El argumento versaba sobre la persecución de una familia judía de Berlín, algo que puso muy nerviosos a los censores, y consiguieron paralizarla. Aquello fue un aviso a navegantes que todos los productores respetaron.
Extracto de una de las misivas remitidas por la filial alemana de 20th Century Fox al Führer.
CBS
Lo mismo sucedió con la novela It can't happen here escrita por Sinclair Lewis, una pieza de tintes satíricos sobre la historia de un ambicioso senador americano que se convierte en el primer dictador de los Estados Unidos. Metro-Goldwyn-Mayer compró los derechos de la obra y contrató al guionista Sidney Howard para que la adaptara, pero tras un cruce de cartas que Urwand describe con detalle, el estudio anunció "la suspensión del proyecto por dificultades en el proceso de casting". El autor de la novela respondió airado: "Escribí It can´t happen here, pero empiezo a pensar que sí puede pasar", en referencia al título, que traducido significaría "aquí no puede ocurrir". Sin embargo, los nazis no siempre pudieron satisfacer sus delirios. Por ejemplo, el rodaje de Tarzán de los monos siguió su curso con normalidad (sí fue vetada en Alemania), un filme que ofrecía la imagen edulcorada de un ser salvaje lejos de la pulcritud aria.
Afortunadamente, esta triste historia tuvo destacados antagonistas: la Hollywood Anti-Nazi League (de corte comunista) y Ben Hecht, activista y guionista judío, que se enfrentaron a la equidistancia de la Administración con relación al problema europeo, y denunciaron sin demasiado éxito esa inacción respecto a los negocios con el nazismo. Con la perspectiva del tiempo, resulta difícil comprender que la meca del cine pudiera mantener relaciones con un régimen que persiguió y trituró a personas que compartían confesión con los máximos dirigentes de los estudios. La constatación de que el dinero está por encima de remilgos éticos y morales contrasta con ese mundo idealista que Hollywood ha defendido con tanto acierto.
Asistentes al ‘Embassy Newsreel Theatre’ de Nueva York.
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