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El gran chiste de la moda

¿Por qué proliferan las burlas sobre lo que pasa fuera de las pasarelas? Analizamos un fenómeno humorístico que no perdona la falta de conocimiento sobre la industria.

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La broma es simple pero efectiva. Tanto que funciona aún repitiéndose varias veces. Consiste en pasarse por los desfiles y preguntar a la fauna allí presente sobre diseñadores ficticios. No hay que esperar demasiado hasta que algunos incautos muerdan el anzuelo y aseguren conocer a los nombres inventados. El cómico Jimmy Kimmel lo hizo en la semana de la moda de Nueva York y Vice España repitió la jugada en la Mercedes Fashion Week de Madrid, durante la que preguntaron por algunos de los sátrapas más célebres de la historia. Kimmel probó la jugada en el festival de Coachella, entrevistando a los asistentes sobre bandas con nombres ridículos. Pero si la versión musical se mofa del clásico esnobismo por escuchar a artistas que nadie conoce, la de la moda podría dar pie a un comentario sobre los cambios a los que se ha sometido la industria.

No importa que profesionales como Nathalie Massenet fudadora de Net-a-Porter y presidenta del British Fashion Council insistan en que la moda es negocio. Lo que pasa fuera de las pasarelas, ha cobrado igual –si no más- importancia de lo que tiene lugar dentro. Ese circo de la moda del que hablaba la veterana periodista de moda Suzy Menkes en el New York Times y al que Tim Blanks en el video sobre el fenómeno para la revista Garage se refería como el reality de la moda. “Crea monstruos, no dioses”, comenta el periodista de moda en el corto en colaboración con Dasha Zhukova.

Y es que ir a un desfile ya no implica ver una colección. Cualquier asistente sabe que tendrá que sortear la lucha encarnizada para cazar presas y que tendrá que tomar parte en una evaluación involuntaria en la que se decide si su atuendo es digno de ser fotografiado o no. Esta mercantilización del fenómeno anima a que se cuele el absurdo.

Por ejemplo, el experimento de la cómica Gabby Best. La humorista londinense aceptó la propuesta del diario The evening Standard para comprobar si vistiéndose de bloguera excéntrica (en concreto de bloguera que escribe para famosos) podía hacerse pasar por una fashonista de pro. Durante tres días se paseó por la semana de la moda de Londres como Carmen de Beauvoir y se vistió con un voluminoso conjunto azul plisado, un traje amarillo fosforito y un pasamontañas estampado a juego con el traje. Aparte de unas invitaciones prestadas, no le hizo falta nada más para acaparar la atención. Cuando era interrogada sobre los desfiles que iba a ver, salía del paso contestando que iría “a todos, cariño”, si un estudiante japonés le preguntaba sobre el tejido de la prenda que llevaba encima, Best ocultaba su ignorancia haciéndole carantoñas. Así se iba manejando. Ella misma se sorprendió de la reverencia con la que fue tratada sólo por la pinta que llevaba. Los fotógrafos se pegaban por retratarla, apareció en webs de revistas, le pidieron su opinión sobre las propuestas de los diseñadores y es entrevistada por BBC China.

Ni el profesional más gruñón negaría que el entusiasmo por el estilo callejero ha supuesto una inyección de energía en la industria. El exhibicionismo, el glamour y la apariencia siempre han tenido su lugar en este mundillo. Pero en ocasiones estamos aplaudiendo al traje del emperador y entonces la parodia sale sola.

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